jueves, 26 de noviembre de 2009

Esos ojos...



ESOS OJOS

Si una noche aparecen un par de lunas
es que me miran sus ojos de felino*
Siento que puedo escaparme de su tiranía,
pero son esos ojos dos espías
que son tan rápidos que nunca te los esperas,
tan lentos como un tallo de palmera

Esos ojos se esconden de repente
y se esconde con ellos la luz del día,
y me siento a la sombra del pasar de la gente
a esperar que amanezcan con el sol todavía

Esos ojos son lagos de aguas quietas
donde van a echar suspiros los planetas
No sabes nunca qué tesoro llevan escondido,
cuántos barcos piratas sumergidos...

Mi vida tiene caricias, tiene llamaradas,
y yo cambio todo por una mirada

¿Dónde van esos ojos cuando no me miran?
¡Yo los necesito más que a mi vida!

Esos ojos parecen dos abismos
Me tientan, me tientan demasiado,
y no puedo ni hablar de mí conmigo mismo,
tengo que andarme con cuidado

Esos ojos me envician totalmente
y me dejo llevar por sus mareas,
y dejo a un lado mi mente, mis ideas
si esos ojos me miran frente a frente

Me propongo morir, detener mi caída,
pues la vida es vivir cuando te mira la vida

¿Dónde van esos ojos que no me miran?
¡Yo los necesito más que a mi propia vida!



(Tema de Luca Carboni y Luis Gómez Escolar)

(Del disco “Entre Lunas” de EMMANUEL, 1988)

(*) "femeninos" en la letra original

viernes, 20 de noviembre de 2009

Karl Heinrich Ulrichs


El creador del término “uranismo” fue un personaje fascinante, con el cual tenemos una de esas deudas que nunca se pagan.
Les dejo un extracto del emocionante capítulo que le dedica
Francis Mark Mondimore, en su libro “Una historia natural de la homosexualidad” (traducción de Mireille Jaumá, Ed. Paidós, 1998):


Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895)

Fue una de las primeras personas que utilizó el concepto moderno de orientación sexual. Acuñó un vocabulario completo para describir a las per­sonas homosexuales (varios años antes de que un compatriota suyo alemán hablara de la palabra ‘homosexual’ en un panfleto). Dentro de su contexto his­tórico, las ideas de Ulrichs pueden considerarse revolucionarias. Inspirado por su convicción de que la orientación sexual era innata, inamovible y por consiguiente «natural», este hombre valiente y notablemente perspicaz luchó de forma incansable para modificar la actitud antihomosexual en Alemania y en Europa.

Mediante el detallado y concienzudo examen de su propia atrac­ción por otros hombres, Ulrichs se fue convenciendo de que la orientación sexual era una característica humana estable e inherente y que la homose­xualidad era una forma válida y natural de expresión sexual humana. Su vida fue una cruzada para convencer a otros de ello.

Ulrichs vivió y escribió en una época en la que el contacto sexual con per­sonas del mismo sexo se consideraba con horror «un delito contra natura». Su nueva y revolucionaria idea extraída de sus propias experiencias era que, en algunos individuos, el amor hacia personas del mismo sexo era algo natu­ral y, por consiguiente, no era un delito (ni un pecado): «No existe el amor antinatural. Donde hay verdadero amor también hay naturaleza».

Entre 1864 y 1869, Ulrichs publicó y costeó bajo el seudónimo «Numa Numantius» la edición de varios monográficos titulados «Investigaciones so­bre la clave del amor entre hombres». A cada uno de esos libretos le dio un título de origen clásico, latino o latinizado, como Vindex (Victoria) o Ara spei (Altar de la esperanza); allí explicaba sus teorías, incluía material biográfico y autobiográfico, debates filosóficos y políticos, e incluso poesía.

Ulrichs creía que era posible ser un “anima muliebris virili corpore inclusa”: tener un alma de mujer en un cuerpo de hom­bre. Llegó a la conclusión de que esta persona representaba al «tercer sexo». Como no existía vocabulario para este concepto, Ulrichs lo inventó, reto­mando las nuevas palabras de un pasaje de la apropiada obra de Platón, “El Banquete”:

‘Si sólo hubiera una Afrodíta, sólo habría un amor; pero como existen dos diosas, debe haber dos amores... La mayor, sin madre, a la que se denomina Afrodita celestial, hija de Urano; a la menor, hija de Zeus y Dione, la llamamos con el nombre común...
El amor de la descendencia de la Afrodíta común... puede ser de las muje­res... Pero la descendencia de la Afrodita celestial (uraniana en otras traduccio­nes) se deriva de una madre en cuyo nacimiento no participa la mujer... Quienes se inspiran en este amor, buscan a los hombres.'

Urichs acuñó las palabras Uranier y Dionäer para designar respectiva­mente a los «hombres que amaban a otros hombres» y a los «hombres co­rrientes». Posteriormente simplificó estos términos por Urning y Dioning para designar lo que actualmente se denominarían hombres homosexuales y hete­rosexuales. En los posteriores añadidos a sus libretos «Investigaciones», Ul­richs elaboró y amplió su teoría creando una clasificación completa de las po­sibles orientaciones sexuales. Las mujeres que se sentían atraídas por mujeres eran Urningin. El Urano-dioníng se sentía atraído por hombres y mujeres, una persona a la que denominaríamos bisexual. Incluso acuñó un término para el dioning que, a falta de pareja femenina, practicaba temporalmente el Uranismus (homosexualidad): el Uraniaster. Al homosexual que se casaba debido a la presión social y vivía como un heterosexual le llamaba Virilisirt, un urning virilizado (masculinizado). Posteriormente, Ulrichs subdividió a los urnings en dos subcategorías: Mannling, un homosexual masculino y Weibling, un ho­mosexual afeminado; pero reconoció que entre ellas podían establecerse «mi­les de gradaciones».

Ulrichs no era un académico, sino más bien un activista que se había con­vertido en un apasionado convencido de la validez de sus ideas basadas en su propia experiencia, y recabó experiencias de otros urnings que leyeron sus panfletos y le escribieron acerca de sí mismos. Ulrichs compartió sus escritos con médicos que estaban realizando trabajos de medicina sobre el tema de la sexualidad y presentó expedientes y demandas en los juicios contra urnings.

En 1867 asistió al congreso de juristas alemanes reunido en Munich para discutir los cambios que se debían introducir en los có­digos legales, y se le permitió dirigirse a la asamblea, el acontecimiento que llevó a Ulrichs a estar más cerca que nunca de introducir un cambio real en los códigos penales que castigaban la homosexualidad. Cuando habló ante los juristas alemanes, Baviera era uno de los últimos Estados alemanes que no castigaban la homosexualidad.

Ulrichs apenas había terminado la introducción de su propuesta al Con­greso en contra de las ordenanzas antihomosexuales cuando fue interrumpi­do por gritos de «¡Deténgase!». Intentó continuar su discurso varias veces, interrumpido repetidamente por silbidos y preguntas molestas, pero final­mente se vio obligado a bajar del estrado ante el griterío de los delegados. És­tos pidieron que se suprimiera la propuesta de Ulrichs, que no había sido leí­da ni escuchada por el Congreso, «en pro de la moralidad», y aquí acabó el tema. Este fracaso marcó el final de los intentos de Ulrichs de influir en la reforma legal.

En 1880, a la edad de cincuenta y cinco años, Ulrichs abandonó Alema­nia para irse a Italia, estableciéndose en la población montañesa de Aquila. Dejó de escribir sobre el «uranismo» y se dedicó a escribir historias peregrinas y poesía pastoral, y a editar un boletín escrito íntegramente en latín de­nominado Alaudae (Las alondras). Se carteaba con y le visitaban aquellos que una generación más tarde tomarían la antorcha, ahora chisporroteante, de la emancipación homosexual: John Addington Symonds y Magnus Hirschfeld. Las ideas de Ulrichs fueron demasiado revolucionarias para su tiempo, y mu­rió pobre y ciego a la edad de setenta años, en 1895.

Aunque el vocabulario pseudoclásico de Ulrichs no llegó a ser aceptado, sí lo fue su idea de la identidad homosexual. Su concepto del urning, del ho­mosexual «natural», contrastaba con el concepto planteado por otros, según el cual la atracción por las personas del propio sexo era un síntoma de dege­neración o enfermedad física o mental.


No se pierdan un merecido homenaje a Ulrichs en:

http://www.angelfire.com/fl3/celebration2000/spanish.html


Más información on line:

http://wapedia.mobi/es/Karl_Heinrich_Ulrichs

http://wapedia.mobi/es/Uranismo
(Imagen tomada de la Wapedia)

Definición de "Uranismo"


Acerca de los términos “urano” y “uranismo” que usa permanentemente Alberto Nin Frías, ellos provienen de la formación del autor en el ambiente intelectual y espiritual de los colegios ingleses de la época victoriana, al igual que la peculiar ortografía que ya señalamos.

El término "uranismo" tuvo gran aceptación entre los graduados en estudios clásicos entre 1870 y 1930.

Él mismo nos ofrece una explicación en el glosario de su “Alexis”:

URANISMO: vocablo que procede de la palabra helena “ouranos” con que se designaba al dios del firmamento, y asimismo de ese término, alemanizado por Karl Ulrichs (1865), y con el que se define el amor homosexual. Esta designación es más fina que homosexualismo u homogenismo, porque supone un afecto que puede desbastarse y llevar a una sabia dirección de la vida. Considerar a este respecto, la dialéctica de Platón en el Banquete.

URANIDAD: nombre abstracto, creación idiomática del autor de “Alexis”, denota las calidades del urano, hecho abstracción de todos los demás factores.

URANIZAR: convertir al sentir urano, hacerlo simpático, producir en una persona del mismo sexo la emoción unisexual. Creación idiomática del autor de “Alexis”.

URANIZANTE: derivado del verbo anterior; que se avecina a este sentir sin confundirse con él enteramente.

URANO, URANIANO, URANÍSTICO: adjetivos que designan lo mismo, esto es, perteneciente al uranismo.


La foto es de Von Gloeden, cuya obra también es considerada "uranista".

lunes, 16 de noviembre de 2009

Adriano según Alberto Nin Frías


Los invito a leer el capítulo que Nin Frías dedica a Adriano en su libro “Alexis”.
Respetamos la ortografía inglesa que solía emplear el autor para los nombres del mundo clásico.


HADRIANO O EL ESTADISTA

EN EL CUAL SE RETRATA A ESTE REFLEXIVO ESTADISTA EN SUS ACIERTOS Y EN SUS FLAQUEZAS, LOS CUALES, AUN TRATANDOSE DE LA VIDA DE LAS RAZONES MAS AFORTUNADAS, NO SE DAN LOS UNOS SIN LAS OTRAS.

El temperamento urano se observa en la naturaleza de los tres primeros Antoninos, Nerva, Trajano y Hadriano. Ello no obstarte, fueron estos emperadores los valores mentales, políticos y morales más altos de la dignidad cesárea. Los emperadores Trajano y Hadriano eran iberos.
Gibbons afirma, y con sobrada razón, que la época más dichosa en la historia de la Humanidad fué aquella que transcurrió entre la muerte de Dominiciano y la ascensión de Cómodo.
Hadriano (117-138), después de Marco Aurelio es el emperador romano que más ha vivido en la memoria de los pueblos y en la imaginación de los artistas.
Nada definitivo presentía fuera elevado al cargo supremo, pues fué tan sólo adoptado por Trajano en su lecho de muerte.
Desde Augusto no había tenido la complicada maquinaria del dominio mundial, un administrador más hábil ni más cauteloso. Protegió con gigantescas fortificaciones el mundo civilizado que custodiaba el poder romano: se extendían ellas desde el norte de Inglaterra hasta los fines de la Germania.

Un sagaz historiador considera a Hadriano como al primero de los emperadores romanos, toda vez que la gloria de los príncipes se mida por la felicidad que proporcionaron a sus pueblos.
Su más destacado título a la gloria es el haber fundado la administración del Imperio. Hasta ese entonces la burocracia había sido confinada a la clase de los libertos. El dispuso que de ahí en adelante los cargos administrativos fueran otorgados a los hombres libres, e instituyó, además, la jerarquía. En lo relativo a la justicia compiló los edictos promulgados por los pretores desde hacía muchos siglos atrás y los hizo reunir en un texto único, "El Edicto Perpetuo".
No obstante sus grandes talentos, su honda instrucción y su afición a la belleza, a pesar de la prosperidad pública y la paz, que fueron concomitantes con su administración, no fué bienquisto de sus súbditos ni de sus íntimos amigos.
Creo poder explicar estas mudanzas de la opinión en el desequilibrio de la sexualidad del César. Su complicadísimo temperamento, variable, múltiple, desigual, voluble, excitable, sombrío, cruel a veces, dado a fantasear como es hábito entre los artistas, con los cuales mucha semejanza guarda esta curiosísima personalidad, mitad romano, mitad griego, debía por fuerza desconcertar a quienes le sorprendían suave hasta el afeminamiento con sus privados, jovenetos de belleza estatuaria, y frío y hasta perverso con aquéllos que alguna vez había tenido en gran estima. Variaba a menudo de opinión acerca de sus íntimos, y acababa por tomar ojeriza a cuantos había prodigado honores y riquezas. Amigo, a veces espléndido, otras mezquino y ruin, desconfiaba de los que amaba al punto de hacerles espiar.
El africano Cornelius Fronto, preceptor de Marco Aurelio, uno de los hombres más honrados de su época, al recordar a Hadriano, a su augusto discípulo, le retrataba de esta suerte:
"Para amar a alguien es necesario abordarlo confiadamente y hallarse cómodo en su compañía. Ello no ocurría con Hadriano. Me faltaba la confianza, y el respeto que me inspiraba restringía mi afecto hacia él."
Tampoco le fué él simpático a Trajano, aunque hiciera su pupilo cuando estaba de su mano por congraciársele. Con un escrupuloso sentimiento del deber desempeñó todos los cargos para los que fuera nombrado. Lentamente se desenvolvió su carrera política y nunca le fueron conferidos aquellos honores excepcionales que le hubieran señalado ante el pueblo y el Ejército como al sucesor presunto de su pariente Trajano, el cual era tan amado que el Senado le había discernido solemnemente el sobrenombre de príncipe excelente, "optimus princeps".
Esta falta de popularidad -y de la cual, por otra parte, es muy posible huyera, pues dado su carácter de esteta, de elevado dílettante y, sobre todo, de urano, amaba a la libre Naturaleza, los lugares apartados, la soledad, el silencio y la extrema intimidad con muy contados seres- le movió acaso a emplear sus ocios en recorrer su magnífico Imperio, y más aún la encantadora Grecia y el fantástico Egipto, buscando las Nueve Musas en el Valle de Tempe, e interrogando al coloso de Memmon, a orillas del Nilo.

Viajaba de continuo por las soberbias rutas del Imperio observando los menores detalles de la Administración pública, y preocupándose de dotar a todas las ciudades de monumentos dignos de Roma y de su amor a lo bello. Cuidaba mucho del Ejército, como si él fuera un tesoro; empero, amaba la paz con ese convencimiento de los que creen que ella sea la madre del orden, del progreso y del comercio.
Como todo urano de tipo superior, miembro de esa aristocracia de la inversión, donde caben tantos representantes notabilísimos de la especie humana, debía sufrir los desaires de una sociedad muy dada a la burla y a la sátira, y cuyos principios familiares de falsa austeridad desafiaba. Y de ahí pueden provenir las disparidades que se notan en su conducta y en sus gustos.
Su inclinación sexual, congénita o adquirida cabalmente por ir ella acompañada de una afanosa actividad intelectual, tendía a los hechizos de la civilización helénica, y mostraba por ella ese apasionamiento que constituye uno de los rasgos más constantes de la naturaleza cultural uránica.
Tanto embelleció a Atenas que se le llegó a llamar la ciudad de Hadriano. La estancia en ella enajenaba su espíritu y en comarca alguna de sus anchurosos dominios, que solía recorrer de cabo a cabo, se sentía más dichoso. Desde allí exploraba, conjuntamente con los arquitectos y artistas de su séquito, todos aquellos sitios asociados a las grandes jornadas de la Hélade. Así visitó a Mantinea, lugar de la batalla del mismo nombre, y donde descansaban los mortales despojos de Epaminondas, y compuso en honor del estadista y del genial capitán de Tebas
una inscripción sonora y conmovida. Además, fue iniciado en los misterios de Eleusis, y en la capital del Atica presidió las fiestas sacras en honor de Baco, trajeado de arconte.

Mostró desde su más tierna adolescencia una acusada preferencia por las letras de Grecia, y tanto se empapó de su saber, de su filosofía y de su retórica, que se le hizo dificultoso el hablar en otra lengua que no fuera la del Divino Ciego. No se detuvo ahí su gusto depurado, su agudeza estética: también quiso ser artista y se entregó con entusiasmo al cultivo de la danza y de la música; estudió asimismo con ahínco Astrología, Medicina, Arquitectura y Geometría.
Sparciano, biógrafo del emperador, nos relata cómo Hadriano honró y enriqueció a los catedráticos de toda rama del saber, y cómo, cuando no los hallaba aptos para cumplir bien su cometido, les alejaba de sus cátedras, después de haberlos remunerado con largueza.
En Roma fundó, sobre la colina del Capitolio, una especie de Universidad o Academia, que designó el Ateneo, y en cuyas aulas podían ser escuchados los oradores, los retóricos y los poetas de más nombradía. Esta institución formaba una suerte de Escuela Superior que abarcaba tan sólo la parte intelectual de lo que hoy día se conoce por Facultad de Filosofía. Durante su reinado empieza a hacerse sentir el agotamiento del otrora tan viril espíritu romano como fuerza ascensional, y así toda la savia intelectual del Imperio se dirige a Grecia. Roma cesa de ser el centro literario del mundo y se multiplican los focos de cultura en todas las ciudades importantes del orbe. Había llegado la sociedad romana a una edad crítica en que la erudición, la enseñanza, la adquisición de la cultura, se estimaban en más que la originalidad y la inventiva personal.

Los Antoninos, y Hadriano muy particularmente entre ellos, se distinguieron por su afición y protección a las bellas artes y al saber. Jamás los literatos, los profesores, los filósofos, los investigadores, llegaron a ocupar más altos destinos ni se les dió tratamiento más ecuánime. Antes que mirar hacia lo porvenir se auscultaba el pasado. Los hombres cultos se volvieron dilettantes o aficionados, gustando de lo pretérito literario, como suele acaecer en épocas de gran madurez del juicio.

Desde este punto de mira, el emperador Hadriano fué el prototipo del letrado representativo de esta era: helénico por educación y por la índole de su estructura espiritual, abrasábale una sed de saberlo todo, pero en extensión y no en hondura, como lo persigue el verdadero sabio. Poseído de una aguzada sensibilidad, le atraían las cosas más opuestas; de ahí la movilidad de sus preferencias y gustos, que le convirtieron en el hombre de temperamento más ondulante, sinuoso, difícil de analizar y más lleno de matices que darse puede.
Prefirió los más remotos autores latinos a los más cercanos a su siglo.
Fue Plinio el Mozo el secretario de este príncipe, y pasa él por ser el sabio entre los autores romanos.
Esta afición al saber, esta propensión a buscar el origen de las cosas, es otro distingo muy notable del temperamento urano.
La belleza física del adolescente, su dulce, cándido y encendido mirar, su frescura estructural, le conducían a esos transportes del ánimo que paralizan la voluntad y sumen la imaginación en una suerte de eutanasia.

La condición urano no llama jamás al hombre a una felicidad tranquila ni duradera, y Hadriano, griego de alma, como ya lo hemos dicho, esclavo de la voluptuosidad ática, debiera chocar fatalmente con la rústica hombría de los legionarios imperiales.

La pasión del César por su esclavo bitinio Antínoo, y a la que éste correspondió hasta el extremo de sacrificar su vida para aplacar la ira de los dioses y alejarle de alguna desgracia, constituía la ejemplarización de su helenismo platónico. La escultura reprodujo hasta la saciedad el cuerpo y las facciones del favorito, mas no sólo como una deferencia hacia el emperador, sino también porque su beldad extraña y sugerente encarnaba en su modelado, exquisitamente blando, un nuevo tipo de adolescente: la belleza plástica del efebo del siglo II de la Era Cristiana.

***

Mas donde la influencia de Grecia se trasluce con más luminosidad, es en la afición apasionada y entusiasta del amo del mundo por la Arquitectura.
Casi un milenio más tarde, otro soberano del mismo fraterno espíritu, Luis II de Baviera, había de hollar la misma senda, elevando sobre colinas vertiginosas, castillos tan fantásticos como maravillosos.
Miguel Angel, el divino, adolecía asimismo de ese afán de suntuosidad, que pareciera ser privativo del temperamento uránico refinado.
Los hombres en quienes se dan tantas contradictorias calidades, son a menudo insoportables en la intimidad, y así es fácil conjeturar que, en buen urano de tensos y exquisitos nervios, Hadriano se haya hecho elogiar sin tasa por los historiadores y abominar por los de su círculo áureo.

Refieren los cronistas que, a fin de fijar en un sitio determinado cuanto había visto de hermoso en las ciudades y en los pueblos por los cuales había atravesado durante su activísimo reinado, concibió el levantar cerca de la capital de sus dominios, por la cual tenía poca simpatía, un vasto recinto donde habría de reunir los esplendores serenantes de la Hélade y las magnificencias misteriosas del Egipto milenario. Hadriano, preciso es decirlo, era un enamorado de las civilizaciones extintas. Cuando ya cansado del gobierno del Imperio, ya cumplidos los sesenta años, pensó, después de abandonar las riendas de la Administración a su hijo adoptivo, en dar rienda suelta a su pasión por lo bello. Hacía ya dos años que había dotado de hermosísimas construcciones la ondulada cresta de una larga colina que se eleva sobre los postreros contrafuertes de los Apeninos, al pie de la montaña sobre la cual está construído el Tíber. Tratábase de un sitio encantador y saludable, y que, además, ofrecía agradables perspectivas.
Mientras tanto, gobernaba en Roma Antonino, su hijo adoptivo, con toda la cordura que hace suponer el sobrenombre que más tarde le tributaron los pueblos. Hadriano dirigía personalmente las obras de ornato y de edificación que habrían de cubrir una superficie de siete millas romanas. Era consumado arquitecto, a juzgar por el muelle que perpetúa su nombre, donde imitara, para ornamentar su sepulcro, los jardines colgantes de Babilonia. Asimismo se le atribuyen los templos de Venus y de Roma, de que todavía subsisten preciosísimos restos.

Se menta que para la edificación de su "Villa Imperial", se asoció con un artista griego, Demetrio de nombre.
A la imaginación moderna, tan limitada y pedestre bajo muchos aspectos, le parecerá casi un mito el intento cesáreo: agrupar en una especie de museo, único en el mundo, los lugares, las estatuas, los pensiles, los monumentos que el emperador había admirado apasionadamente en sus pacíficas excursiones por las más diversas comarcas. Asimismo propendía el intento de Hadriano, original y atrevido, a realizar sus ensueños de artista y de perspicaz letrado reproduciendo, piedra por piedra, el Lyceo, el Poecilo, la Academia, los Infiernos de Virgilio, el valle de Tempe, de grácil memoria, y el Prytaneo, entre sinnúmero de otras maravillas del mismo jaez.

Esto en cuanto a la segunda patria del emperador. El Egipto hierático estuvo presente en este feérico recinto, en la estatua de Serapis y otras construcciones de la villa de Canope, a la cual siempre aludía el refinado Hadriano con la frase: "Deliciae Canopi".

A lo largo de las descripciones de Sparciano, y de cuantos conocieron la ViIla Hadriana en la época de su lozanía o en la del ocaso de sus gracias, es difícil concebir un sitio más maravilloso y donde se hubieran acumulado más mármoles raros, metales más preciosos, mosaicos más soberbios o estatuas más bellas y otras cosas dignas de perpetuarse a lo largo de las edades. Tanto encanto entrelazado con tanta grandeza llevan el ánimo a pensar en Hadriano, en su mente de sabio, en su alma de artista, en su dinámico espíritu urano, que a una edad en la cual la mayoría de los mortales se tornan insensibles y egoístas, se agita con divino entusiasmo por lo bello y filosófico, ardor temperado sin duda por los amargos presagios de un próximo fin y las remembranzas de los días alciónios (1) de su edad madura.

Dos años cabales después de la iniciación de este noble "otium", moría Hadriano, a los sesenta y dos años de edad. Frente al último enemigo mostróse dueño de ese escepticismo elegante y de esa entereza de "un hombre contra quien se pecó más que él pecara". (2)
Hubiera acaso deseado con sus inclinaciones y gustos, más ese silencio lleno de oro, en el cual el talento se edifica sereno, que esas corrientes políticas que vencen o hacen surgir a grandes caracteres.

Se le atribuye en esos momentos de supremo hastío la composición de unos versos dirigidos a su pequeña alma temblorosa y encantadora:
“Anima vagula blandula,
Hospes comesque corporis!
Quoe nunc abibis in loca?
Palídula, rigida, nudula
Nec, ut soles, dabis jocos?”


El nombre de esta delicia del género humano está asociado a cuanto existe de portentoso en Arquitectura, ya se trate de templos, de fortificaciones, de tumbas o de palacios.
La Villa Hadriana sirvió durante siglos de cantera a Europa: despojada de sus tesoros artísticos por Constantino para la ornamentación de Byzancio, saqueada por los césares de Occidente y asimismo por los romanos pontífices, adictos a la belleza antigua, todavía en el siglo decimoquinto excitaba el asombro cuando no la admiración de quienes contemplaban su fenecida grandeza.

Cuando el fino humanista que fue Pío II la visitó, no pudo menos que prorrumpir, ante tantos admirables peristilos, bóvedas, piscinas, columnas y pórticos, en estas poéticas palabras:

“La vejez todo lo deforma. La hiedra trepa hoy día a lo largo de esas murallas recubiertas otrora de pinturas y de géneros bordados en oro: zarzas y espinas crecen y descansan donde otrora se sentaban tribunos ataviados de púrpura, y serpientes habitan las cámaras de las princesas. Tal es el destino de las cosas perecederas".
_______________
(1) Días bonancibIes: se refiere al alción, ave fabulosa que sólo anidaba sobre un mar tranquilo.
(2) Shakespeare.

Alberto Nin Frías: el uruguayo que desafió a la Hispanoamérica conservadora

Adriano y Antinoo en Uruguay (I)

“La paz está con nosotros desde el instante que sabemos positivamente la realización de nuestros anhelos más íntimos”
(Alberto Nin Frías, en “Sordello Andrea”)




Su nombre completo era Alberto Teodoro Antonio Augusto Nin Frías.
Nació en Montevideo el 9 de octubre de 1878. Fueron sus padres el doctor Alberto Nin y doña Matilde Frías, ella de nacionalidad argentina.

Educacionista, Doctor en Filosofía y Letras, ensayista y narrador.
Obtuvo el título en la Universidad de Washington D.C. (Estados Unidos).
Cursó estudios en Inglaterra, en el Colegio de San Marcos de Windsor; en “La Chatelaine” de Ginebra (Suiza) y también en Berna; en el Instituto San Luis de Bruselas (Bélgica) y en la Universidad de Montevideo.

Entre 1897 y 1906 ocupa varios importantes cargos en su ciudad natal:
En 1897 fue agregado al Museo Pedagógico de Montevideo.
Entre mayo y setiembre de 1901 integra el grupo de redactores de "El Escolar", revista de artes, ciencias y letras dirigida por Antonio de la Cueva.
Su viaje por el departamento de Tacuarembó, de 1902, testimonia la situación de ignorancia y atraso material de la campaña.
En 1904, es Bibliotecario de la Cámara de Representantes del Uruguay.
En el mismo año, Profesor de Inglés en la Facultad de Comercio.
En 1905, Catedrático de Francés en la Facultad de Enseñanza Secundaria.
En 1906, Catedrático sustituto de Filosofía y Moral en ídem.

En marzo de 1908 pasa a ser Secretario de la Legación de Uruguay en Washington (E.E.U.U.).
Encargado de Negocios de la misma en junio de 1909.
El 9 de febrero de 1910, es nombrado Secretario de la Legación en el Brasil.
En octubre de 1912, Secretario de la Legación en Chile, y luego Encargado de Negocios en la misma, en junio de 1913.
En Mayo de 1914, Secretario de la Legación en Venezuela y Colombia, y Encargado de Negocios de la misma desde el 25 de noviembre.
En marzo de 1915 renuncia a la carrera diplomática.

En ese mismo año comienza a desempeñarse como Secretario Universitario de la Asociación Cristiana de Jóvenes en los Estados Unidos, y como Profesor de Español e Historia Americana en la Universidad de Syracusa.
Secretario Universitario de la Asociación Cristiana de Jóvenes de Buenos Aires entre abril y octubre de 1916, y en esta misma ciudad, Vice Rector de la Universidad Libre en 1917.

En su carrera de escritor, que comenzó en 1898, colaboró con innumerables revistas uruguayas y extranjeras.
Fue designado por la juventud evangélica del Uruguay para dirigir el diario “El Atalaya”.
Su idealismo vitalista se nutre de la escuela crítica-positiva de Taine y Carlyle y de una concepción religiosa protestante.
Más ensayista que narrador, sus obras de ficción se encuentran abrumadas por sus preocupaciones filosóficas, encarnadas en su alter ego Erroll Lionel/Andrea Sordello.

Mantuvo una profusa correspondencia con intelectuales
hispanoamericanos, como José Enrique Rodó, Juana de Ibarbourou, María Eugenia
Vaz Ferreira, Gabriela Mistral y Miguel de Unamuno.

Una lista de los libros que publicó pueden encontrarla en la siguiente dirección (archivo en PDF con un estudio sobre el autor muy interesante, y que incluye al final algunas fotos):

http://universidad.academia.edu/DiegoCastro/Papers/122295/Alberto-Nin-Fr%C3%ADas--El-mirlo-Blanco

O en el artículo de la Wikipedia (también con fotos):

http://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Nin_Fr%C3%ADas


Pero seguramente futuros investigadores hallarán muchos más escritos suyos, que ayudarán a ir completando el puzzle de este hombre de compleja personalidad.
Como lo expresa José Assandri en un artículo de “Brecha” (enero de 2008):

En un folleto editado en Balnearia (Córdoba) pueden leerse algunos datos novedosos sobre la vida de Alberto Nin Frías: "La parte inédita de la vasta obra de Nin Frías, que con genial intuición ha escrutado todas las inquietudes del siglo, es más voluminosa aun que la ya publicada. Sus dietarios íntimos que abarcan años mozos y juveniles de su vida, muy opulentos en vida interior, son documentos valiosísimos para psicoanálisis y también como memorias históricas de los años que corren de 1887 a 1936"

Este artículo de “Brecha” rescata la memoria del gran escritor, pero curiosamente en el título no ponen correctamente el nombre por el cual fue conocido:
“AL RESCATE DE ANTONIO NIN FRÍAS” (!)


Escribió dos libros específicamente relacionados con la temática homosexual:
- Alexis, o el significado del temperamento urano (publicado en 1932), cuya reedición ampliada se llamó:
- Alexis, o el temperamento homosexual (1935)
- Homosexualismo creador (1933)

En el “Alexis” el autor dedica un capítulo a la memoria del emperador Adriano, con la inevitable referencia a su relación con Antinoo.
Pero también aparece el tema de la homosexualidad en otras obras suyas, como en “Marcos, amador de la belleza” (1913), y “Sordello Andrea, sus ideas y sentires” (1912).
Algunos extractos de este último libro, citados por Carla Giaudrone en su libro “La degeneración del 900”, nos muestran la concepción del homosexualismo como amistad sublimada que predicaba este escritor.





En sus últimos años, Nin Frías marcha al exilio, sin que se conozcan los verdaderos motivos que lo provocaron, los que podrían ir desde problemas políticos hasta algún affaire amoroso, como dice Assandri. Se aleja del Uruguay y se radica en la pequeña localidad de Suardi, al sur de la provincia de Santa Fe, (Argentina) bajo la protección del cura Pedro Badanelli, con quien compartía -entre otras cosas- una apasionada admiración por los efebos.
En 1932 comienza a escribir sus estudios sobre el homosexualismo en la humanidad.
En el folleto editado en Balnearia puede leerse:

“Era el primer autor de nuestro idioma castellano que sin temor a la Santa Inquisición y la hipocresía ambiente, abocaba sus investigaciones hacia un problema de parecido orden, para el vulgo, que las enfermedades secretas"

Sus últimas publicaciones las realiza en 1935.

Finalmente, en aquel apartado rincón de provincia, muere, olvidado por sus compatriotas, el 27 de marzo de 1937.


De él se podría decir lo mismo que dijo Serrat con referencia a Antonio Machado: “Murió el poeta lejos del hogar, le cubre el polvo de un país vecino.”


Una primera placa colocada en su tumba en 1977, contiene esta sugestiva frase de Alberto Nin Frías:


"Cautivar por la dulzura. Crecer siempre en la verdad y en lo bello. Atraer por el noble ejemplo, el esplendor de pensar, la pureza de una fe y el imán de la bondad".

Un escritor que es casi un desconocido en su propia tierra. En el plano de los estudios literarios, ha sucedido lo contrario: varios escritores uruguayos se han hecho eco de su obra homoerótica, que en cambio ha sido ignorada por estudiosos de la vecina orilla.

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IMAGENES:

1) Retrato de Alberto Nin Frías dibujado por Hohmann en 1916 para la portada de la revista Proteo, publicada en Buenos Aires bajo la dirección del poeta uruguayo Angel Falco.



2) Foto y autógrafo de Alberto Nin Frías, dedicando su libro de 1902 “Ensayos de Crítica e Historia”


3) La noticia de la muerte de Nin Frías, tal como apareció en un medio de prensa argentino. Se invocan motivos de salud para su postrer destierro, pero las causas no están claras.



4) La tumba olvidada (por sus compatriotas) de Alberto Nin Frías en el cementerio de Suardi.



5) La placa conmemorativa de 2007. Los hermanos argentinos han tomado la posta de honrar su memoria, ante la indiferencia de nuestro pueblo.