jueves, 21 de abril de 2011

Antinoo en versión alemana: Ebers y Knille



Adriano y Antinoo en el palacio de Loquias, en Alejandría.

Adriano había estado levantado casi hasta el amanecer, para descansar luego apenas durante tres horas; ahora estaba comparando, con el ceño fruncido, los resultados de sus observaciones hechas durante la noche, con las tablas astrológicas que se hallaban delante suyo.
Durante su trabajo, meneó repetidas veces la cabeza, para expresar su descontento; hasta tiró una vez el pedazo de tiza del cual se sirviera para hacer sus cálculos, sobre la mesa, reclinándose en el respaldo del sillón, tapándose los ojos con ambas manos.
Luego volvió a comenzar con su tarea de anotar números, pero su resultado no parecía ser más satisfactorio que el anterior.
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Cansado del silencio absoluto que reinaba a su alrededor, llamó a Antinuo, quien estaba contemplando el puerto.
Enseguida se acercó el favorito a su amo.
Adriano contempló, y dijo meneando la cabeza:
—Tú también tienes el aspecto de aquel que espera la inminencia de una desgracia. ¿Se ha nublado el cielo del todo?
—No señor. Es azul sobre el mar, pero sobre el sur aparecen grandes nubes.
—¿Del Sur? —preguntó Adriano, pensativo.— Es difícil que nos amenace algo grave desde ese lado. Pero viene, se acerca, y estará aquí antes de lo que sospechamos.
—Te has quedado velando tanto tiempo. . . esto te da mal humor.

—¿El humor?... ¿Qué es el humor? —murmuró Adriano, sombríamente. —El humor es un estado que se apodera de todas las emociones del alma a un tiempo, con justificada razón, y esta aprensión es lo que está ahogando hoy a mi corazón.
—¿Entonces, has visto señales malas en el cielo?
—Sumamente malas.
—Tú, como todos los hombres sabios, crees en lo que estás leyendo en las estrellas —contestó Antinuo. —Probablemente tengas razón, pero mi cabeza, débil por cierto, no quiere comprender lo que tiene que ver su camino regular con mi vida irregular.

—Tienes que envejecer primero —dijo el emperador. —Tendrás que aprender a conocer el mundo entero y recién entonces podrás hablar de estas cosas y conocer que cada parte de la creación, la más grande y la más pequeña, están ligadas mutuamente, dependen la una de la otra y tienen un efecto conjunto. Todo lo que es y será en la naturaleza, todo lo que sentimos nosotros, los hombres, lo que pensamos y hacemos, todo esto está supeditado a causas eternas y lo que resulta de las mismas, lo han escrito demonios que se hallan entre nosotros y la deidad, en el cielo. Las letras de esta escritura son las estrellas, cuyos caminos son tan invariables como las causas de todo lo que es y pasa.
—¿Estás completamente seguro de no equivocarte nunca, al leer esa escritura? —preguntó Antinuo.
—Hasta yo puedo estar equivocado, —contestó el emperador—pero estoy bien seguro de no haberme equivocado esta vez. Me está amenazando un grave siniestro. Son coincidencias extrañas y atemorizadoras.
—¿Me dirás cuáles son?

—De la maldita Antioquía de donde nunca ha venido nada bueno para mí, recibí un oráculo que... del cual... ¿para qué te lo voy a ocultar ?... A mediados del año venidero deberá caer sobre mí, como el relámpago que tira al suelo al desprevenido, una desgracia grave, y esta noche. ¡ Mira aquí, esta tabla!. . . Aquí está la casa de la muerte, allá están los planetas... ¿ Pero qué entiendes tú de estas cosas? Con esta perspectiva ante los ojos es difícil proseguir. ¿Qué nos traerá el año venidero?
Adriano suspiró profundamente, pero Antinuo se le acercó, y arrodillándose ante él, preguntóle, modestamente como un niño:
—¿Me permite el gran sabio a mí, el pobre ignorante, que enriquezca su vida con seis meses buenos y agradables?

El emperador sonrió, como si supiera ya lo que estaba por decirle su favorito; pero éste continuó hablando, alentado:
—No te preocupes por el futuro. Lo que tendrá que venir, vendrá de todos modos; por cuanto ni siquiera los dioses tienen poder alguno para cambiar el destino. En cuanto se acerque el mal tenderá sus sombras con anticipación. Tú las observas y permites que te oscurezcan los días de sol, mientras yo camino por mi ruta despreocupado y veo la desgracia recién al tropezar con la misma y cuando me golpea.
—De esta manera te ahorrarás unos cuantos días negros, —interrumpió el emperador al joven.
—Es precisamente lo que quería decir.
—Tu consejo es muy bueno para todos los que pasean despreocupados en esta vida, —contestó el emperador— pero el hombre a quien ha encomendado el destino conducir a millones de personas por entre precipicios, tiene que mirar hacia todos los lados, considerar lo cercano y lo lejano, sin cerrar nunca los ojos, aun cuando se vea obligado a ver cosas tan espantosas, como las que estuve obligado a contemplar esta noche.
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Este es un fragmento del capítulo cinco de la novela histórica “Adriano el Emperador” (Buenos Aires, 1945), escrita por el novelista y egiptólogo alemán George Ebers (1837-1898) y traducida por F. Schweizer.
La primera edición de esta obra en su idioma original (“Der Kaiser”) es de 1881.
Es curioso cómo traducen el nombre del bitinio: “Antinuo”.

En esta escena que compartimos, se basó el artista alemán Otto Knille (1832-1898) para su cuadro “Adriano y Antinoo”, publicado por “La Ilustración Española” en diciembre de 1885.
El grabado va acompañado de esta descripción, bastante despectiva por cierto hacia la figura del favorito de Adriano:

“Antinoo, bello mozo de Bitinia, tipo de la corrección de formas, a creerse lo que escriben los antiguos, llegó á ser el confidente y favorito del emperador Adriano, por quien se sacrificó arrojándose al Nilo.
Refieren otros que esta prueba de afecto no fue tan espontánea como Adriano dio a entender, sino que, viajando éste por Egipto, le dijo el oráculo que su vida corría peligro mientras no hubiese quién sacrificara la suya por la del emperador; lo cual hizo Antinoo obligado por su dueño.
De todos modos, no se perdió gran cosa con la muerte del antiguo pastor de Bitinia, que no merece por cierto de la Historia los honores hasta divinos que le hizo tributar su dueño.
El autor de este cuadro se inspira generalmente en hechos históricos o en leyendas fantásticas de las muchas que constituyen la literatura popular alemana. El cuadro que hoy le reproducimos demuestra suficientemente hasta qué punto tiene su autor condiciones bastantes para tratar asuntos de alto vuelo.
Knille es profesor de la Academia de Berlín, donde su talento había pasado desapercibido hasta que llamó extraordinariamente la atención pública un toldo, propiamente un velarium romano, que pintó para decorar cierto sitio de la capital cuando tuvo lugar el regreso de las tropas procedentes de la terrible guerra franco prusiana.”
  
Don Francisco de la Maza también comenta el cuadro en su complemento al libro “Antinoo”, pero, no sé por qué, se lo atribuye a otro autor:

“A fines del siglo XIX volvió la figura de Antinoo a aparecer en pintura y escultura. Un cuadro, de la época del Art-Nouveau, de Culver, representa a Adriano contemplando al bitinio, que Culver lo imaginó más robusto de lo que fue y hasta un poco gordo. El cuadro es “romántico”, un tanto falso en el ambiente y de un mal gusto evidente, si bien está pintado con toda la maestría del academismo.”

Estoy de acuerdo en lo del mal gusto, porque además Antinoo aparece en una pose muy afeminada. Creo que es imposible imaginarse al bello efebo con ese aspecto tan extraño.
Al comienzo de su obra, Ebers lo describe más de acuerdo con los escultores antiguos:

“Adriano contemplaba la figura del joven con tanta atención afectuosa, como si éste fuera una obra de arte única que no pudiera ser contemplada nunca con bastante atención. Realmente, los dioses habían hecho una verdadera obra de arte con el cuerpo de este joven. Cada músculo del cuello, pecho, brazos y piernas, se distinguía por su fuerza, y al mismo tiempo por su blandura. Ningún cuerpo o rostro humano podía ser tallado con mayor perfección.”


Claro que Ebers no pudo escapar a los prejuicios de su época, y otro pasaje del mismo capítulo parece fomentar el comentario despectivo de “La Ilustración Española”. Adriano le dice al bitinio:

“Tú eres para mí más que una obra de arte. El mármol no puede ruborizarse. En la época de Atenas gobernaba la belleza al mundo, pero tú me das la prueba de que les gusta también a los dioses dar forma a la belleza en nuestro mundo actual.
Tu aspecto me reconcilia con las desarmonías de la vida. Esto me hace mucho bien, ¿pero cómo exigir de ti que me comprendas? Tu frente no ha sido creada para pensar... ¿o has comprendido alguna de mis palabras?”
  

Otra obra muy conocida de Ebers publicada en español, fue “La hija del Rey de Egipto” (Barcelona, 1881). La edición en dos tomos contiene lujosas láminas dibujadas por Arturo Mélida, con detalles en oro.



En cuanto a la atribución del cuadro de Adriano y Antinoo a Culver, es un enigma. Si observamos bien el grabado de La Ilustración Española, en la parte inferior izquierda de la imagen, se distingue claramente el apellido “Knille”. Y si vamos hacia la derecha, encontramos el nombre del grabador, uno de esos artistas anónimos y geniales que convertían cualquier obra de arte en un grabado maravilloso, en una época en que la fotografía todavía no se había desarrollado.

Acerca de Otto Knille, hay algunos otros datos en internet. Nació el 10 de Septiembre de 1832 en Osnabrück, y falleció el 7 de Abril de 1898 en Meran.
Estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf . En su largo peregrinaje vivió en París, en Munich y en Hannover.
Comienza a pintar cuadros de contenido histórico en 1865, y desde 1877  fue profesor de la Academia de Arte de Berlín. Escribió también monografías sobre temas artísticos.
En la web encontré otra imagen del mundo antiguo recreada por Knille, en este caso referida a los Juegos Olímpicos:



martes, 5 de abril de 2011

Sir James Matthew Barrie y Peter Pan



El escocés James Matthew Barrie pertenecía a una familia victoriana cuyo padre era un tejedor de telar manual y su madre una enamorada de los libros. De los diez hijos que tuvieron, el escritor sería el penúltimo, nacido en 1860.

Pero una desgracia marcó para siempre a esa familia: el hermano mayor de James, llamado David, halló la muerte patinando en un lago helado el día antes de cumplir catorce años. Ese niño perdido a quien la pubertad estaba a punto de darle la oportunidad de crecer, se convirtió en obsesión y tortura para la madre de los Barrie: se encerró en un cuarto a oscuras a llorar su hijo perdido.

J.M. Barrie en su niñez
El pequeño James, de unos seis años, intentaba introducirse en el cuarto materno penumbroso, pero siempre era confundido con el fantasma de David. El niño hizo caso de las fantasías de la madre y se vestía incluso con las ropas del hermano muerto. Más tarde, cuando llegó a los 12 años, parece que su propio cuerpo interrumpió su crecimiento: quedó pequeñito, para siempre.

Mucho se ha especulado sobre la proyección del autor en su pequeño héroe. Un detalle estremecedor era esa estatura suya: se dice que nunca pasó el metro y medio; en verdad, sólo medía un metro cuarenta y siete. Hay más aspectos perturbadores en una biografía que trascendió a raíz del indudable éxito que obtuvo como escritor y como benefactor de niños.

Jack, George y Peter Lewellyn Davies


Una infancia perdida en el abandono tiene como isla de refugio una portentosa imaginación. James Barrie, como muchos escritores, escribió desde chico. Fue lector contumaz del romántico Walter Scott y también un atento escucha del folclore escocés. Estudió en la Universidad de Edimburgo donde fue compañero del propio Stevenson e íntimo amigo de Arthur Conan Doyle, y por supuesto, colaboró en los periódicos locales.

El escritor, tan corto de estatura y ensimismado (decían que reía muy escasamente) se dedicó, como tantos otros colegas, al teatro. El éxito de sus libros se contagia a la escena: es una época donde el teatro congrega multitudes y ovaciones. Pronto Barrie se casa con una actriz protagonista de una de sus obras, Mary Ansell. Paradójicamente, un hombre que se entendía a las mil maravillas con los niños no tuvo hijos. Su biógrafo, Andrew Birkin, aventura la hipótesis de que el matrimonio no llegó nunca a consumarse, tal vez por impotencia, o porque Barrie era asexuado. La relación fría y conflictiva con su mujer terminó quince años después, con un resonante divorcio, en 1909.

Barrie con Michael


Para entonces, Barrie había formado una familia alternativa: era un frecuente paseante en los jardines de Kensington, donde hoy se alza la famosa estatua a Peter Pan. Solía observar a los niños e involucrarse en los juegos que ellos imaginaban. Así conoció a los hermanitos Lewellyn-Davies: cinco chicos acompañados por su niñera con quienes estableció un vínculo poderosísimo.

Poco tiempo después, conocería en una cena a la propia madre, Sylvia, hija de un conocido artista y escritor, George Du Maurier. Sylvia y su esposo Arthur se hicieron íntimos amigos de Barrie, que para entonces ya era un dramaturgo de éxito. Durante años fue una especie de hijo adoptivo, y, a la vez, todo hace pensar en un gran amor platónico de James Barrie por la madre de los niños. Es una situación especular con lo que sucede en su archifamosa novela Peter Pan y Wendy, donde ambos personajes se plantean si el protagonista es verdaderamente hijo de la madrecita Wendy o padre de los niños perdidos y por lo tanto, una especie de esposo de la niña.
Michael disfrazado de Peter Pan

Como ya vimos, los chicos eran cinco: George, Michael, John (o Jack), Peter y Nicholas.
El devenir de la historia real resulta oscuro: cuando mueren los padres de los niños, Barrie se hace cargo de ellos y recibe su custodia. Pero los acontecimientos trágicos no terminan con la orfandad. En 1914 el mayor de los chicos, George, moriría en la Gran Guerra. En 1921 su hermano Michael, de veinte años, se suicidaría con su pareja, acosado por las culpas relativas a su homosexualidad.


Michael, el preferido de Barrie, en su adolescencia


Cuando hacía varios años que James Barrie había muerto, el más conflictivo de los hermanos, Peter, que también resultó ser escritor, (y de quien se decía que había inspirado al celebérrimo personaje), se tiró bajo el metro de Londres.

El propio James Barrie, a pesar de su amor por estos niños, y el cuidado extremo que puso en su educación y futuro, no se salvó de las murmuraciones. Igual que en el caso de Lewis Carroll no fue vista con buenos ojos su amistad con los niños inspiradores de su creativa literatura. La acusación de homosexualidad y pedofilia lo acosó en los círculos de Londres, lo que fue desmentido rotundamente por Nico, el menor de los hermanos Lewellyn-Davies.


Peter Pan es un personaje que su autor masticó, barajó, escribió y reescribió durante años. Hay quien dice que quien se lo sugirió fue su amigo Conan Doyle, otros en cambio opinan que surgió de los cuentos con los que deleitaba a los hermanitos Lewellyn-Davies, y que incluso su nombre surge de uno de ellos (Peter), más el apelativo del dios griego Pan




Pero el hecho es que "el niño que conserva sus dientes de leche como perlas" apareció por primera vez en un relato llamado El pajarito blanco, escrito en 1896 y publicado en 1902. En 1904 se estrena con gran éxito la obra teatral, Peter Pan o el niño que no quería crecer donde el personaje de Peter era interpretado por una actriz. El autor continuará modificándola e incluso llevándola a la prosa narrativa, primero en formato de cuento como Peter Pan en los Jardines de Kensington, (1906), hasta que, finalmente, aparece la novela que se convertiría en uno de los grandes clásicos de la literatura para niños: Peter Pan y Wendy (1911).


Ninguna de las versiones cinematográficas alcanza el deleite poético que Barrie, un gran escritor y elaborador del lenguaje, consigue con su novela. El estudioso francés de la literatura infantil Marc Soriano cree que el éxito se explica por la historia y la antropología, porque la obra expresa el malestar de nuestra civilización: "el niño se da cuenta de que va a entrar a un mundo inquietante: se aferra, pues, a los héroes que no envejecen, o mejor aún, a los que se niegan a crecer".

Una de las frases más célebres del texto de Barrie es "después de los 12 años no hay nada que valga realmente la pena", pero mucho más perturbadora es la frase con la que prácticamente se inicia la novela "los dos años son el principio del fin".




La obra es removedora por muchas cuestiones más. La angustia del paso del tiempo, que es simbolizada en el tic-tac del reloj que se ha tragado el cocodrilo que persigue al Capitán Garfio, planea por toda la novela. A esa angustia se la conjura con la realidad (real, que no inventada) del País de Nunca Jamás, donde el tiempo se convierte en una extraña mezcla en donde John cuenta que llevaban "dos mares y tres noches" volando hacia la mágica isla.


Ilustración de Robert Ingpen

El fantasma del abandono es otro de los tópicos de la novela. Los niños perdidos que viven en Nunca Jamás y a los que capitanea Peter Pan son niños que se han caído del cochecito. Peter dice que se escapó el día en que nació, cuando escuchó a sus padres decir qué iba a ser cuando se convirtiera en hombre: "Yo no quiero ser un hombre jamás." Así, a la sombra del abandono de los niños por los adultos se suma el abandono de los adultos por los niños.

Felices como son los niños perdidos en la guarida subterránea de Peter Pan, olvidan por completo sus orígenes, de dónde vienen. Michael expresa una pregunta inquietante: "¿Cómo nos conocimos tú y yo, madre?". También el fantasma de la esterilidad recorre el texto: la mamá de Wendy creía haber visto el rostro de Peter Pan en las mujeres que no tienen hijos. Peter Pan es en ocasiones el compañero que sosiega al niño que va hacia la muerte, que baja al submundo. En efecto: Peter es el que acompañaba a los niños muertos para que no tuvieran miedo.

Ilustración por Scott Gustafson

Pero la dicotomía ausencia/sustitución de la madre es una de las cuestiones sobrecogedoras que pueden haber enganchado durante tantas décadas a los niños: "Peter Pan no sólo no tenía madre, sino que no tenía ganas de tenerla. Las madres le parecían personas muy sobrevaloradas." Al escuchar esto Wendy se percata de que están en presencia de una tragedia.

James Barrie veía a la maternidad como algo innato. Aunque "sólo se podía hablar de madres en ausencia de Peter Pan", todos los personajes -¡hasta el capitán Garfio!- erigen a Wendy como una madre en miniatura. Para ser madre, dice la novela de Barrie, sólo se necesita ser "amable y maternal". La ausencia de madre es el origen de la oscuridad psicológica del Capitán Garfio, un hombre extremadamente deprimido, cuyo retrato se define así: "todo en él era cadavérico y negruzco", y del que se lo pinta con "la cabeza apoyada en el garfio en una postura profundamente melancólica".

Ilustración de Marianne Clouzot


Wendy -la niña- es la madre por excelencia, cura heridas, cuenta historias y vive feliz en el espacio doméstico (la guarida subterránea), pero también es la que recuerda los orígenes, es el principio de realidad en esa desaforada imaginación que es la isla de Nunca Jamás. Cuando crece, Wendy siempre deja la ventana abierta por si regresa Peter Pan, para que una cadena de mujeres -su hija, su nieta, su bisnieta- continúe su vínculo con Peter Pan hacia el infinito.
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(Extracto del artículo escrito por Andrea Blanqué –comentando la edición de Alfaguara del año 2006- y publicado en el Suplemento Cultural de El País de Montevideo, el 20 de julio de 2007)
El comentario completo en:


Melonie Foster Hennessy, 
Exposición Peter Pan 2010
"Qui a le temps de grandir" 


Peter Pan entre la imaginación y la pedofilia


Dos años antes de que se estrenara la obra de teatro Peter Pan, Sir James Matthew Barrie (1860-1937) había publicado Little White Bird (1902), novela en la que por primera vez aparece el personaje que daría a conocer a este novelista y dramaturgo escocés en todo el mundo.

Los primeros pasos que J. M. Barrie le hizo dar a Peter Pan poco tienen que ver con el popular crío soñador que construyó al comprobar el tirón que causó la publicación de Little White Bird (editado por Barataria con el título de “El pajarito blanco”).

Estatua de Peter Pan en los jardines de Kensington


J. M. Barrie ajusta cuentas en el libro con las mujeres y las madres. En el libro dos personajes, un militar solterón y cargado de manías (el narrador, el propio Barrie) y un niño que va creciendo a su lado en los jardines Kensington (George Lewellyn Davies) y que lo adopta como padre para la vida de la imaginación, encarnan todos los fantasmas de Barrie. El dolor por un gran amor perdido; la negación de la vida adulta y la aparición de la magia: Peter Pan, el niño que voló desde su habitación porque no había olvidado aún su vida anterior de pájaro; el nuevo amor hacia una madre llena de generosidad y talento y, sobre todo, la fascinación por el mundo vital y puro de los niños.

"Peter Pan tiene una semana de edad. Sin embargo, nació hace tanto tiempo que nunca celebró un cumpleaños, ni creo que haya la más remota posibilidad de que eso ocurra. El motivo es que dejó de ser humano al séptimo día de su nacimiento. Se escapó por la ventana y regresó volando a los jardines de Kensington. Si crees que fue el único bebé que quiso escaparse en algún momento, es que te has olvidado de tus días de niñez", escribe Barrie en las primeras líneas de la parte central del libro, dedicada a elaborar la figura de Peter Pan.

"La razón por la que los pájaros vuelan y nosotros no es sencillamente porque tienen una fe ciega, y tener fe es lo mismo que tener alas".

Es ese tono entregado a la imaginación desbocada el que contrasta con su otra cara, la que es sardónica, misógina y pedófila. En el capítulo titulado El intruso la voz del narrador (ya hemos dicho que es la del propio Barrie) aparece tomada por el deseo al hablar de la noche que iba a pasar con David, un pequeño que tutela mientras mantiene una ardiente relación violenta con Mary, la madre de éste. "Pensaba pasar la noche conmigo. Habíamos hablado con frecuencia de esa posibilidad y, finalmente, Mary dio su consentimiento".

George en la época en que Barrie escribió "El pajarito blanco" (abril de 1897)

George (centro) y Peter (derecha) en la playa con su niñera (izq) y su madre Sylvia 


En una de las escenas más inquietantes, Barrie describe la noche con el niño David: "Sin más preámbulos, la blanca y pequeña figura se levantó y se abalanzó hacia mí. El resto de la noche durmió encima de mí; otras, con los pies en la almohada, pero siempre con mi dedo cogido. En una ocasión llegó a despertarse y a decirme que estaba durmiendo conmigo. Yo no pegué el ojo; pasé la noche pensando. Sobre ese niño que a mitad del juego se desvelaba, cuando lo desnudaba, hundió la cabeza entre mis rodillas".

"Es un momento muy grave", reconoce Carola Moreno, editora de Barataria, quien se puso en busca del libro tras leer una referencia sobre él al propio Borges.

Sin embargo, en ningún caso el escrito refleja el delito cruel y perverso con el que hoy le definimos. A pesar de la intensidad del pasaje, no aparecen actividades sexuales clandestinas, oscuras, feroces o reprimidas. Si bien es cierto que la atribulada biografía de Barrie ayuda a pensar que era una persona equilibrada, tampoco se puede constatar que se encandilase por algo más que por la pureza de los niños que no quieren dejar de comportarse como pequeños seres tarambanas.


J. M. Barrie pudo perdonar cualquier cosa, menos la juventud ajena. Necesitó de la risa que perdió repentinamente y que buscó en los párvulos que le rodearon. "Me pregunto qué aspecto tendrán cuando sean mayores", dice. Porque lo que nunca le abandonó fue el parapeto que se construyó a paladas de fría ironía que repartió contra las costumbres de su sociedad y las suyas de burgués empedernido.
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Comentario extractado de:

“Peter Pan entre la imaginación y la pedofilia”, por Peio Riaño. Artículo completo en:


Imágenes de Barrie niño y de los hermanos Lewellyn Davies tomadas del blog:
http://arcanoelio.blogspot.com/2010/05/la-magia-de-jm-barrie.html

y de la página: "jmbarrie.co.uk"