jueves, 31 de mayo de 2012

Roger Peyrefitte y Henry de Montherlant


“Los pecados bellos, como todas las cosas bellas, son el privilegio de los ricos”
Oscar Wilde






ROGER PEYREFITTE, novelista y cronista de las costumbres contemporáneas, nació en 1907 en Castres, en el departamento francés del Tarn. Se educó en el sur de Francia, casi siempre en colegios católicos, y se graduó en la Escuela Libre de Ciencias Políticas de París. En 1931 inició la carrera diplomática, que le llevó a Grecia entre los años 1933 y 1938. Allí protagonizó varios incidentes de índole homosexual, por lo que fue llamado a París, donde su estilo de vida libre le llevó finalmente a verse obligado a escoger entre renunciar a su carrera o ser expulsado del Gobierno de Vichy.
Para explicar su evolución como homosexual, se dedicó a escribir. Su primera novela, Las amistades particulares (1944), ganadora del Prix Renaudot en 1950, fue un éxito de ventas y de crítica, igual que la película que, basada en ella, Jean Delannoy hizo en 1964. El libro llamó la atención del poeta y dramaturgo Jean Cocteau (1889-1963), y entre ambos surgió una íntima amistad. Por otra parte, Peyrefitte ya era amigo desde hacía bastante tiempo del novelista y dramaturgo Henry de Montherlant (1896-1972). Pero estos escritores mantenían su homosexualidad más o menos oculta al mundo, mientras que Peyrefitte se convirtió en líder del movimiento gay de París. Junto con André Baudry, fundó una de las primeras organizaciones gays, Arcadie.



Ilustracion de Gaston Goor para
"Las amistades particulares"

Entre sus siguientes obras, destacamos la biografía novelada de un poeta francés de segunda fila, Jacques d'Adelsward-Fersen (1879-1923): “El exiliado de Capri” (1959), que es virtualmente un «Quién es quién» del mundo gay europeo de principios del siglo XX.




En 1976, Peyrefitte escandalizó al mundo cristiano al afirmar que el papa Pablo VI había sido un activo homosexual en su etapa como arzobispo de Milán. Este dato ya me lo había pasado hace años un amigo gay que militaba en la Orden Tercera de los Franciscanos.



Aquel Papa, Giovanni Battista Montini (1897-1978), que de pequeño era titiritero, fue el primero en visitar nuestra Latinoamérica.
Quienes hayan visto imágenes suyas en algún video, habrán comprobado que, tanto en su aspecto como en sus movimientos, era muy “gay”.


Peyrefitte nos cuenta acerca de esto:
Cuando, en febrero de 1976, el papa Pablo VI proclamó la censura de la homosexualidad, la masturbación y las relaciones prematrimoniales, la revista Lui vino a preguntarme mi opinión. Yo estaba realmente indignado, porque sabía que el Papa, cuando era arzobispo de Milán (no, por supuesto, durante su papado, porque ya es un hombre muy anciano casi sin vida privada), había mantenido una relación con un joven actor cuyo nombre conozco. Y no es que lo supiese por los comunistas o por los porteros; a pesar de la osadía que representaba mi homosexualidad en sociedades como la italiana o la francesa, yo conocía a personas que ocupaban muy altos cargos del Estado. Por ejemplo, cuando estuve hace muchos años en Milán, conocí a varios representantes de la llamada «aristocracia negra», en alusión al color de las sotanas. Ellos me contaron la historia porque sabían que yo no iba a sacar partido de ella. Conocí también a un hombre que solía ir a un burdel para encontrarse allí con chicos. (Todos los italianos son bisexuales. Tienen esposa e hijos, pero...) Y el arzobispo -y luego Papa- Montini iba también allí. Volví a preguntar cuando estuve en Roma poco después y otras personas me dijeron: «Sí; en ciertos círculos es un secreto político. El muchacho es muy conocido y es un protegido del Papa».




Así que me indigné y divulgué esta información sin mencionar el apellido del chico. [En Propos secrets, Peyrefitte dice que su nombre era Pablo y que, por eso, el Papa tomó ese mismo nombre al ascender al pontificado.] El semanario italiano Tempo publicó un artículo sobre el tema, junto a una caricatura del Papa, y cayó como una bomba nuclear en Roma. Fue fantástico. El vicario de Roma pedía oraciones en toda Italia en desagravio por esta injuria al Santo Padre. Y, un Domingo de Ramos, se vio al Papa en su balcón del Vaticano leyendo su Delle cose orribili e caelumniose... en alusión a mi afirmación. En realidad, cayó como una bomba en todas partes. Un amigo que vivía en Colombia me dijo que le dedicaron toda una página en los periódicos locales. En todos los rincones del mundo: «Peyrefitte y el Papa». Yo estaba conmocionado, porque nunca esperé semejante reacción. Pero también estaba muy orgulloso, porque era la más fantástica consagración de un escritor vista en muchos años gracias a unas pocas palabras.


Para concluir con la breve biografía de Peyrefitte, agregamos que sus obras posteriores continuaron mezclando ficción e historia, como en La naturaleza del príncipe (1963), ambientada en la Italia renacentista, y una biografía de Fernand Legros, La vida increíble de Legros (1976).


También escribió sus sorprendentemente ingenuas memorias: Nuestro amor (1967), Propos secrets (1977) y L'enfant de coeur (1978). Entre 1977 y 1981 publicó una trilogía  sobre Alejandro Magno.
Roger Peyrefitte murió en París en 2000 a la edad de 93 años.
Ver también: "El camafeo antinoico de la colección Peyrefitte".
Este escritor fue descaradamente paidófilo (así escribe la palabra Villena, y creo que está bien), inclinación que Peyrefitte podía satisfacer sin sobresaltos, debido a su inmensa fortuna y a sus influencias políticas. Fue también uno de quienes más luchó para bajar la edad de consentimiento sexual en Francia.
Como ya sabemos, y desde que el mundo es mundo, “hay una justicia para los pobres, y otra justicia para los ricos”.

Su libro “Nuestro amor”, está basado en su relación íntima con un niño de 12 años al que conoció durante la filmación de su obra más conocida, “Las amistades particulares”.
Así lo contaba en 1978:

“...Un libro que publiqué hace diez años llamado Notre amour, las confesiones sobre una relación que tuve con un muchacho. Después de publicarse, me llevaron a juicio: el juez de instrucción me preguntó si era verdad. Naturalmente, le dije que era ficción. No podían probar ni lo uno ni lo otro. Pero el padre de una niña que aparecía en la historia conocía todo el asunto e hizo lo posible para causarme problemas. Incluso fue a ver a mi primo, Alain Peyrefitte, que entonces era ministro de Educación Nacional, y le dijo: «Debe ir al ministro de Justicia y exigir sanciones legales. Porque no es una obra de ficción, es una historia real». Mi primo no hizo nada.


Alain-Philippe Malagnac
Le debo toda mi experiencia con la homosexualidad a ese chico, Alain-Philippe Malagnac, a quien conocí cuando él tenía doce años y medio, y que sigue siendo mi amigo veintisiete años después. Como ya he dicho, hasta entonces sólo había sido pederasta. Igual que los antiguos griegos, no podía mantener relaciones con un chico que ya tuviera vello púbico. Cuando le conocí, hacía el papel de enfant de choeur (monaguillo) en la película basada en Las amistades particulares. Su madre le dio a leer el libro a los doce años, y fue como si le alcanzara un rayo; lo mismo me hubiera pasado a mí en su lugar. Para él, yo era un dios. Después, leyó en el periódico que se buscaban chicos para la película y se presentó con la esperanza de verme. Como era muy guapo, le dieron un papel.



Le conocí el primer día que entré en un dormitorio de la abadía de Royaumont, cerca de París, donde tan magníficamente se rodó la película. Sus ojos se encontraron con los míos inmediatamente. Después, tuve con él una relación secreta por mediación de un amigo mío que trabajaba en la película. Le dije al chico: «Hoy arriesgo toda mi vida: si eres capaz de corresponderme, serás mi amigo para siempre». Era fantástico decirle algo así a un niño. Me dije: «Quizá, después de unos años, ya no me guste. Será peludo y todo eso». Pero, a los pocos segundos de pensarlo, adiviné que la posibilidad del amor, incluso del amor pederasta, podía trascender cualquier asunto de pelos y convertirse en un amor homosexual para toda la vida. Mas fue muy, muy, muy arriesgado y, por mi parte, una muestra de mi gran confianza en el futuro.



Lo cuento todo en Notre amour. Es realmente increíble que un libro así no haya sido traducido en dos países tan pederastas como Inglaterra y Estados Unidos. Todos los lectores franceses lo consideran el libro sobre la cuestión. En principio, la historia terminó cuando el chico tenía dieciocho años; estábamos juntos en Italia, en Capri, y tuvimos una... Bueno; me abandonó, y pensé que se había acabado todo. Para consolarme de ese amor perdido, escribí el libro. Y, apenas lo acabé, me encontré con él otra vez y la historia comenzó de nuevo. Él vive todavía, y lo nuestro también. Cuando terminó sus estudios, a los diecinueve años, se convirtió en mi secretario. En más que un secretario. Era mi amigo. Es grotesco aplicar la palabra «secretario» al principal colaborador de mi vida. Trabajamos juntos en tres libros. Y juntos seguimos los viajes de Alejandro Magno. Cuando era niño, le prometí que lo haríamos y, cuando en 1972 decidí finalmente escribir el libro, viajamos en coche y en avión de Atenas a Nueva Delhi. Fueron unos momentos maravillosos."



Henry de Montherlant

El otro escritor a quien nos referimos en esta nota, Henry de Montherlant (1896-1972) era hombre de una elegancia sobria, estoica, el pelo cortado a cepillo, con algo de atleta maduro y el rostro severo y austero como un senador o general romano.
La vida pública de Montherland –escritor de éxito, académico, personaje altivo a contracorriente- estuvo sellada por la dignidad, la respetabilidad y el asentimiento riguroso –exagerado- a los valores más tradicionales.
Verdad es que dejó adivinar (sobre todo después de sus cincuenta años) debilidades clásicas y, siempre, amor a la juventud.
Del libro de Montherlant "Paysage des Olympiques"
Foto de Egermeier
Pero lo que algunos sabían o intuían sólo salió a luz pública con la biografía de Pierre Sipriot, Montherlant sans masque (tomo I, 1982) y la edición de su inicial correspondencia con Roger Peyrefitte (1983). Y ese nombre vuelve a sorprender: Montherlant y Peyrefitte ¿amigos?
Peyrefitte provocador, escandaloso, bestsellerista de la homosexualidad, no demasiado considerado por los grandes adalides de la literatura. Y Montherlant —aparentemente— su opuesto. Pero resulta que ambos se trataron con cordialidad parigual entre 1938 y 1966, y que se conocieron ese primer año, en abril, merodeando ambos por una verbena (kermesse) de la place Clichy. Sus cartas —en los primeros años— llegaron casi a ser diarias (las de Montherlant crípticas, llenas de claves, ahora desveladas por Peyrefitte) y lo que tanto les unía —además de su afición literaria— era la búsqueda de muchachos menores, adolescentes, núbiles, gosses, en los barrios parisinos. 



Cuando se lograba la caza, iban a consumarla a un cine o a un apartamentito que Montherlant tenía al efecto. Naturalmente ellos —como los pederastas que creen en el ideal griego— aunque sabían obrar contra la ley (y tuvieron algún traspiés con la policía) no creían corromper. El adolescente es un ser plenamente abierto al sexo y naturalmente sensible a la seducción del mayor, que es un trasunto —no autoritario— del padre. Sus aventuras (pacíficas, no violentas, pícaras cuando más) dan salida a una pulsión núbil que nunca impedirá al muchacho que seduce o se deja seducir (si no es básicamente homosexual) cumplir un rol viril con sus amigas y ser después un buen padre. 

Peyrefitte titula su prólogo a la correspondencia, L'aprés-midi de deux faunes, ya que sus cacerías moceriles ocurrían siempre por la tarde, después de comer. Y no duda en el apodo faunos: Abrasados de continuo por el apetito de la belleza adolescente, de la que circulan abundantes nombres propios o apodos familiares en las cartas. Claro que ambos también llevaron —de modo diferente— su obsesión a la literatura. ¿No son comparables la primera novela de Roger Peyrefitte, Las amistades particulares (1949) y la última de Montherlant, Los muchachos (1969)?



Cuenta Pierre Sipriot:
En diciembre de 1938, Henry Millon de Montherlant fue visto en la kermesse Berlitz, cuando abordaba a un muchacho de catorce años. Montherlant había ido con él, tras unos instantes de conversación, al cine Radio Cité. En el entreacto los policías le pidieron su documentación. No habían constatado ningún acto impúdico: tan sólo caricias en las rodillas del chaval que no dijo ninguna otra cosa contra Montherlant. Éste declaró que buscaba la compañía de muchachos jóvenes «para mejor ilustrar sus novelas y obras de teatro». En tal chasse de bonheur (caza de la felicidad) como llamaba Montherlant a tales actos, no ocurrió nada más. Esa vez salió sin mal.



Pero como muchos pederastas —que poseen un trasfondo de adolescencia detenida, de evolución sexual no desarrollada— ni Montherlant ni Peyrefitte parecen haber olvidado nunca las tiernas amistades de la adolescencia, en las que un muchacho mayor —como en los viejos internados— protege a otro, más jovencito, pubescente, motivo de su camaradería y de su ternura. Tales amistades amorosas son las que retratan las antedichas novelas de Peyrefitte y de Montherlant. Pero mientras Las amistades particulares es una novela melosa y llena de exageradas ternuras (pese a ser quizás una de las mejores obras de su autor), Los muchachos es todo contención y tensión puras. Montherlant habla en ella de lo que denomina la Ilíada de la protección, la epopeya de esa amistad cuyos límites —para el mundo actual— resultan filosos. 



Esta novela de su vejez, abre el ciclo cronológico de su héroe Alban de Bricoule (al que volveremos a ver en Los bestiarios) enamorado, a principios de la belle-époque, del muchachito Serge Souplier. Lo que no hace sino recrear la historia que le aconteció al propio Montherlant adolescente y que le llevó a ser expulsado a los dieciséis años del colegio Saint-Croix, tema que el austero, el jansenista, el reservado Henry, admirador del rigor romano, ocultó toda su vida. El erómeno ideal —dentro de la Ilíada de la protección— es un colegial tierno y con rastro de rudeza (rodillas rasguñadas, por ejemplo), una mezcla de delicadeza y salvajismo, con el olor peculiar de las aulas, tal como Montherlant describe a Aymery de la Maisonfort:
Con sus cabellos rubios, su tez de «lila y rosas», su cabeza fina en oposición a sus poderosas piernas desnudas, bien formadas, un poco lerdo, hacía recordar a una oca, pero a una oca linda. Tan puro, y bañado en una frescura de violeta: la pureza misma. Acababa de cumplir doce años.



Claro que la historia, la ternura, el peligro, la fratría guerrera entre Alban y Serge (una de las grandes obsesiones, una ímago recurrente en la mente del autor) había dado primero pie a una delicada obra de teatro, La Ville dont le prince est un enfant —La Ciudad en la que reina un niño— que Montherlant publicó en 1951, pero que sólo se representó en 1967. Alban se llama ahí André Serváis, muchacho de dieciséis años, pero Serge sigue siendo Serge Souplier, de catorce, y en medio el Abbé de Pradts, el prefecto, que protege y a la par reprueba a los alumnos enamorados porque, naturalmente, comprende demasiado ese amor y hasta tiene que luchar secretamente en su contra. Obras de acendrada literatura, en todo lejanas a una visión simplista del tema, La ciudad en la que reina un niño y Los muchachos son recreaciones meticulosas, controladas y en cierto modo contradictorias cada cual en sí, de un motivo obsesionante: la perfección de una pureza que nunca se volverá a repetir. 



El amor santo (pero carnal) de los adolescentes que, prendados de la gracia y de la fuerza, vivirán el compañerismo como el amor más idealizado de su vida, amor de caballeros y paladines en búsqueda del Grial de la Belleza que no se auto-complace, de la Pureza pecadora y de la Inocencia fraternal. Por ello (pese a sus búsquedas en lo real) Montherlant prefirió secretear su sexualidad. Sus ideales de adulto —su severidad de republicano, su clasicismo riguroso, su altivez, su sentido personal del honor— todo procedía de su militancia adolescente en la caballería espartana, aprendida y vivida en el colegio. La relación de Alban y Serge es verdad (fue verdad) pero nunca debe perder su condición de sueño, de quimera, de ideal. Un mundo de tensa sobriedad, de amor puro, nunca de lujuria decadente. (Ni qué decir tiene, la mera homosexualidad queda lejos, profana y ausente, de todo esto.)
De "Paysage des Olympiques"
Terminamos la reseña sobre Montherlant con datos de la Wikipedia:
“Habiendo quedado casi ciego a causa de un accidente, se suicidó el jueves 21 de septiembre de 1972.
Sus cenizas fueron dispersadas en Roma, sobre el Foro, entre las piedras del Templo de Portunus (o templo de la fortuna viril) y en el Tíber.”
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Textos extraidos (con alguna modificación) de los libros:
"El libro de las Perversiones" por Luis Antonio de Villena, Editorial Planeta, 1992
"Cónsules de Sodoma" de Ed. Tusquets, 2004. Edición a cargo de Winston Leyland, reportaje a Peyrefitte por D. W. Gunn.
Foto del encabezado por Bruce Weber.
Las imágenes del Papa Paulo VI pertenecen a una historieta de Editorial Novaro de México.
Las fotos de "Paysages des Olympìques" tomadas del excelente blog Bibliotheque Gay.
Tapas de los libros de Peyrefitte, del blog Disjecta Membra.

Las Amistades Particulares: fotos de la película y origen del título AQUÍ