jueves, 18 de octubre de 2012

El beso perfumado del efebo en las Noches Áticas

(Colección Oxford)


Existen dos versos griegos que han adquirido celebridad y que varones sabios consideraron dignos de conservar en la memoria: tanta elegancia y gracia tienen en su brevedad. Algunos autores antiguos los atribuyen a Platón, como juego de espíritu con que preludió las tragedias que quería componer:


Cuando besé a Agathón,
tenía el alma en los labios;
profundamente turbada,
había acudido a ellos
como para huir.

Este dístico proporcionó a un amigo mío, cultivador de las Musas, asunto para una composición en verso, imitación libre de Platón, que me parece digna de recordarse, y la cito:


(Museo del Louvre) 



Cuando con mi boca casi cerrada
beso al niño,
y a través de sus labios entreabiertos
respiro el perfume de su aliento,
mi alma dolorida y cansada
acude a mis labios y hace esfuerzos
por pasar a través de la boca entreabierta
y de los tiernos labios de mi amigo,
que parece le abren paso.
Entonces, si nuestras bocas permaneciesen
unidas un solo instante más,
mi alma, abrasada de amor, 
pasaría de mi cuerpo al suyo.
¡Oh, qué prodigio se vería!
¡Yo habría muerto en mí
y viviría en él!

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Este pasaje pertenece al capítulo once del libro decimonoveno de las Noches Áticas de Aulo Gelio. 

Aulo Gelio escribiendo sus "Noches Áticas".
Grabado de una edición de 1706.


Dice el autor en el Prefacio de su obra: 

“Se pueden encontrar libros más agradables que éste, pero mi principal objeto al escribirlo, es el de procurar a los niños una distracción útil en esos momentos en que, fatigados por el trabajo, tengan necesidad de expansión.
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En Atenas, en una casa de campo, para distraerme en las largas veladas invernales, me ocupo en esta recopilación que he titulado Noches Áticas...” 

Poco sabemos de Aulo Gelio, pero es casi seguro que nació hacia el año 130, es decir, cuando Antinoo murió ahogado en el Nilo.
De modo que fue contemporáneo del Emperador Adriano en sus últimos años de vida, y más tarde tendría como amigos y maestros a dos personajes que mucho tuvieron que ver con Adriano: Herodes Ático y Frontón.
Pertenecía a familia noble, y estudió en su juventud con Tito Castricio y Sulpicio Apolinar en Roma, y después se marchó a Grecia, como era costumbre entre los jóvenes ricos de aquel entonces.
Allí recibió la enseñanza de dos filósofos: el platónico Taurus y el cínico Peregrino, y frecuentó la casa de campo del retórico Herodes Ático en Cafisia, a la cual acudían todos los romanos distinguidos que visitaban Atenas.
Volvió a Roma, donde se desempeñó como magistrado, pero su verdadera pasión eran sus investigaciones literarias y filológicas, sus visitas a las bibliotecas, a los museos, a las tiendas de los libreros, y sus largas discusiones con gramáticos y retóricos.
Estas discusiones tenían lugar sobre todo en reuniones que él mismo organizaba y en las que participaban, entre otros, el galo Favorino y el africano Cornelio Frontón (Margarite Yourcenar habla de estos dos personajes en las “notas” a las Memorias de Adriano).
Aunque esas discusiones y divagaciones podían surgir también en cualquier momento y lugar.
Por ejemplo, en uno de sus viajes a Grecia hizo la travesía desde Egina hasta El Pireo acompañado de un grupo de sabios griegos y romanos, en una noche muy hermosa. Sentados en la cubierta y contemplando el cielo, se pusieron a discutir acerca de las etimologías de los nombres latinos de las estrellas.
Aulo Gelio tomaba nota de todo, y después organizó esas notas en veinte libros, de forma bastante desordenada, y las publicó hacia el año 175.
Todos esos libros (nosotros los llamaríamos capítulos) han llegado hasta nosotros, menos el octavo, del que conocemos sólo el índice.


Frontispicio de la edición publicada en Basilea, 1526

Las Noches Áticas son un verdadero arsenal de información acerca del mundo antiguo, con detalles curiosos y abundantes sobre lenguas, instituciones, costumbres y vida privada de aquellos tiempos.
Pero lo más importante, es que Aulo Gelio cita más de 250 autores, algunos de los cuales nos serían totalmente desconocidos si él no hubiese conservado el recuerdo de sus nombres y fragmentos de sus obras. Como ejemplo, podemos mencionar a Q. Claudio Cuadrigario, y los primeros escritores latinos de epigramas.

Tal vez el mejor elogio de su obra lo escribió el gran Adolfo Bioy Casares:
“Es uno de los libros que estimulan nuestra inteligencia, nuestra imaginación o nuestras ganas de vivir.”
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La traducción consultada es la de Francisco Navarro y Calvo (Madrid, 1921).
Datos recopilados de la misma edición, de “Historia de la Literatura Latina” por Agustín Millares Carlo (Fondo de Cultura Económica, México, 1971), de la Wikipedia y del blog “Encuentros de Lecturas”.