miércoles, 27 de noviembre de 2013

La adolescencia y su viva influencia en los adultos



La adolescencia y su viva influencia en los adultos

Escribe JORGE ALCAZAR

Resulta curioso comprobar hasta dónde la naturaleza diferente de los sexos torna difícil la comprensión mutua de las peculiaridades individuales. Por amplio que sea el conocimiento actual del problema sexual, aún saltando por encima de prejuicios antañones, siempre, hombres y mujeres —y ambos con respecto a los homosexuales— hallan puntos de extrañeza recíproca, barreras infranqueables para la aceptación del compañero/a de cada uno.
Ello ocurre aún con hombres de alto valor intelectual, que han calado hondo en la cuestión concretamente homosexual, pero que no pueden saltar la valla de su propio sexo, que al fin colorea sus opiniones. Admitirán la legitimidad del sentir urano, mas al cabo no la justifican. 




Veamos, por ejemplo, lo que dice Anthony Burgess

"Compruebo que la teoría de la homosexualidad sobre la que se funda mi obra ‘El poder de las tinieblas' —se nace homosexual, así se es fabricado, está inscripto en el sistema glandular y cerebral del individuo—, acaba de ser confirmada por los científicos norteamericanos. No acusemos más a Edipo, a los colegios ingleses o las prisiones de Genet. Pienso, efectivamente, que ciertas personas están predispuestas a la homosexualidad. Lo que no la justifica . Si se renuncia a considerar el sexo en función de criterios racionales, se termina autorizando toda clase de aberraciones sexuales. Y cuando se pierde el sentido de la finalidad de las cosas, cuando se deja de considerarlas desde un punto de vista teológico — dónde está el objetivo, dónde la finalidad—, nos metemos en graves dificultades".



¿Pero cómo no va a justificarse lo que está justificado por sí mismo, lo impuesto por la propia Naturaleza? ¿Que cuál es la finalidad del uranismo? ¡Pregúntenselo a la Naturaleza!... Claro, que si metemos a la teología de por medio, cambiante y diversa, según las latitudes y los tiempos, entonces sí no se comprenderá ni la homosexualidad ni tantas cosas. ¿Cómo confundir el amor griego con una aberración, cuando se acepta que "está inscripto en el sistema glandular y cerebral del individuo"? ¿Y qué se entiende por aberración? El diccionario expresa que se trata de “un extravío, de un error y, patológicamente, de una anomalía o desorden orgánico o mental".




Y bien, podría considerarse extraviado o errado, al heterosexual adulto que se inclinase a la inversión, pues estaría apartándose de su naturaleza esencial. Pero el uránico no se extravía, es consecuente con sus impulsos naturales y los obedece. Fuera de ello no se desvía en nada, cumpliendo normalmente sus deberes sociales. Aún muchos de ellos —sabios, artistas, intelectuales—, han contribuido con sus obras al progreso de la humanidad, sin perjuicio de que amasen a contramano. 



¿Anomalía, desorden mental? Miguel Ángel Buonarrotti y Leonardo da Vinci, ambos uránicos, serían, desde el punto de vista de la mayoría, "anómalos, desordenados”. Pero de su anomalía surgiría la obra colosal que nos legaron. Su exquisita sensibilidad, su poderosa imaginación y el impulso másculo incentivador, los predisponía a la creación de temas y formas luego jamás superadas. Asimismo Sócrates, Platón, Walt Whitman, Verlaine y tantos otros filósofos y artistas homoeróticos, serían también anómalos y desordenados, pues su género de vida independiente y tumultuoso no acordaba con el del prójimo. Es el doloroso destino de las minorías.


Por otro lado, las aberraciones sexuales no son muchas; existen desde los orígenes del mundo y por ello la humanidad no está peor que en los tiempos adánicos. Hay un fondo moral en el hombre que, al fin, se sobrepone a todos los excesos y la templanza acaba por ordenar su conducta. En rigor, los individuos malvados, egoístas, mendaces, estafadores de antaño no eran de mejor índole que los actuales y hubo que convivir con ellos, ya que de este barro confuso de gente buena y mala está formado el mundo. También ha habido siempre homosexuales con inclinaciones enraizadas en "su sistema mental y glandular". La cultura puede suavizarlos y frenarlos, pero no erradicarlos. Oímos decir: "Hombres derechos y viriles eran los de antes". Bien, los griegos de la antigüedad amaban apasionadamente al efebo, siendo al par valientes guerreros y pensadores. 




Remontando los siglos, leamos lo que escribía Francisco de Quevedo, hace casi 300 años:

Todo se ha trocado ya, todo al revés está vuelto.
Las mujeres son soldados y los hombres son doncellos.
Los mozos traen cadenitas, las niñas toman acero
que de las antiguas armas sólo conservan los petos.



EL ADOLESCENTE, PUNTO CRÍTICO

Pasan las generaciones, y a pesar, según Quevedo, de que "las mujeres son soldados y los hombres son doncellos", las parejas se siguen uniendo y dando hijos, como que la heterosexualidad es el sexo mayoritario y todo termina en matrimonio. Y también seguirán los homosexuales, contra toda crítica y persecución, buscando al varón para satisfacción de sus instintos, porque ello está inserto en su naturaleza. "Cuando se pierde el sentido de la finalidad de las cosas, dice Burgess, cuando se deja de considerar desde el punto de vista teológico, nos metemos en graves dificultades". Y en cosas del sexo, ¿quién conoce los designios de la Naturaleza, los propósitos de un Dios desconocido que admite la existencia de seres bisexuales? La androginia de ciertas especies animales que reúnen en sí los dos sexos, o de las plantas monoicas, que albergan en un mismo pie flores del sexo opuesto, ¿puede considerarse aberrante, "degenerativo"? ¿Qué propósitos aberrantes podemos adjudicarle al Dios de los teólogos que ha formado seres así?
Ningún heterosexual culto condenará ya al gay, ni creerá que su aceptación puede necesariamente derivar en manifestaciones aberrantes. Lo que en materia amorosa decidan dos adultos es asunto privado; en tanto no hagan daño a terceros, es cosa de su exclusiva incumbencia.




Se hace hincapié en la influencia perniciosa que un gay pueda tener sobre un adolescente, ya que éste es justamente el apasionado objeto de su deseo erótico. Pero ocurre que también las jovencitas, con su gracia fresca, su ingenuidad y timidez, han inspirado el ardiente amor de muchos heterosexuales adultos.
Así, en la esfera uránica hallaremos también que muchos hombres célebres de todos los tiempos amaron con pasión absorbente a la efebicia. De igual modo que a ciertos heterosexuales les atraen las muchachitas, el uránico viril experimentará igual atracción por los muchachos. Se dirá que el caso no es el mismo. La joven conocerá el amor precozmente, pero siempre será un amor acorde con su naturaleza verdadera. 


En el hombre la cosa cambia. Durante la efebicia su sexo no está aún totalmente diferenciado, es ambiguo, impreciso y puede, a favor de la fuerte influencia de una amistad uránica, desarrollar esta tendencia, en perjuicio de la suya auténtica que, en condiciones normales, alcanzaría al egresar a la mayoridad. (Siempre, claro, que no se trate de un gay congénito. Aquí también se daría la situación opuesta. Empeñarse en inducirlo al amor corriente resultaría tarea peligrosa, pues daría lugar a la formación de una personalidad psicopática).




La amistad íntima que un gay adulto contraiga con un joven, será censurable en el caso que este sufra un daño físico, o adquiera modalidades femeninas, o debilite su carácter varonil. Ello, empero, no se observa en la mayoría de los casos, limitándose el ejercicio erótico a prácticas de masturbación al joven. Que, por otro lado, él ya suele practicar por su cuenta. En el primer caso, se masturbaría por delegación... El llamado "vicio solitario" lo impone la Naturaleza hasta que se alcanza la mayoridad. Siempre ha sido así. Cuando el muchacho llega a la madurez, su instinto irá rectamente hacia la mujer, quedando en el recuerdo la masturbación y la amistad episódica con el gay.


Ejemplo de lo que decimos lo tenemos en la sociedad griega del siglo de Pericles, donde la inclinación a los muchachos era la forma más elevada del amor, al menos en esa etapa de su evolución. Filósofos, artistas, escritores y estadistas practicaban ese amor-camaradería, romancesco, exento por lo general de allegamientos físicos y lo manifestaban espontáneamente, sin el menor sentido de culpa. La formación del hogar con la compañera y el ciclo de las gestaciones llegaría tiempo después.




Durante el Renacimiento italiano florece el amor griego, encarnado en sus figuras más egregias: Miguel Ángel Buonarrotti y Leonardo da Vinci. El primero revela un homosexualismo casto, pero atormentado, que se manifiesta con sus discípulos y amigos jovencitos. Primero entre todos, Tomasso dei Cavalieri, por quien siente una ardiente pasión. No corresponderá éste el sentimiento del Maestro, pero ha de manifestarle siempre, hasta el fin de sus días, una respetuosa adhesión. Miguel Ángel le envía apasionadas cartas, en las que le expresa, entre otras cosas: "Poderoso genio... un milagro... la luz de nuestro siglo". Le ruega que no lo desprecie, lo colma de regalos, dibuja su retrato de tamaño natural. En uno de los sonetos que le dedica expresa el deseo de que su piel pudiera servir de traje a Tomasso y aun más, agrega que quisiera poder convertirse en los zapatos que cubrieran los pies del amado; lo llama "il desiato mio signore" y otras lindezas que el destinatario, inteligente y admirador del genio, acepta, pero no comparte. Miguel Ángel echa el resto en el soneto famoso que comienza: "S'un casto amore, s'una pietá superna—, s'unia fortuna infra due amante aquale, ..."
Otras amistades platónicas contrae Miguel Ángel, algunas de tipo más sexual, como Febo di Poggio, Cocchimino dei Bracci y Gherardo Pierini, quienes le inspiran poesías de preciosismo literario. Algunos, vulgares y egoístas, sólo buscan su amistad para sonsacarle dinero.



También Leonardo da Vinci vive enajenado por la belleza adolescentaria, entregando su afecto a los jovencitos. "Vivía, refiere un historiador, rodeado de jóvenes discípulos, a los cuales tiernamente amaba por ser poseedores de alguna superioridad, ora de apostura física, ora de alteza espiritual, ora proveniente del intelecto. Parece haber sido su favorito Andrea Salai, mancebo de singular donosura, de rizados cabellos, 'belli capelli ricci et inanellatti'. No fue Salai tan solo el discípulo amado, sino, asimismo, el empleado más distinguido de cuantos le servían. La más bella talla que se conserva de su paleta es, sin duda, la de este joven privado."




Pero vengamos más acá, al siglo XVI, y hallaremos otro alto espíritu inclinado hacia la efebicia: Shakespeare. De sus famosos 152  sonetos, 126 están dedicados a "un amigo noble y bueno", cuyo nombre omite  -solo da las iniciales-, y de quien manifiesta: "tienes el mismo rostro pintado por la misma mano de Natura—,  tú, que eres el dueño y la dueña de mi pasión". Los sonetos, a juicio de algunos investigadores, fueron inspirados por el joven actor Willie Hughes, según otros, por Enrique Wriothesley, conde de Southampton, cuando éste contaba 19 años y el poeta 28. Otro ejemplo, entre miles, de amistades uránicas que no podían afectar el desenvolvimiento natural de la libido de la mocedad, dada la forma elevada y circunspecta del amador, más que homosexual, hermafrodita psicosexual.




Evocamos el caso del poeta norteamericano Walt Whitman. Hombre virilísimo, cantor del esfuerzo y del progreso de su nación, destaca en algunos de sus versos, espontáneamente, el intenso placer que le produce el contacto físico con la mocedad. Escuchémosle en sus "Líneas a un muchacho del Oeste" :

"¡Oh, muchacho del Oeste!
Te enseño a posesionarte de muchas cosas para ayudarte a ser mi discípulo,
Pero, si una sangre como la mía no circula por tus venas,
Si no te eligen silenciosamente los amantes, y silenciosamente no los eliges a ellos,
 ¿De qué sirve que quieras ser mi discípulo?".

Hylas y Heracles (Delmas Howe)


Otro fragmento de dicho poema, revelador de su platonismo entusiasta:

"Hacia ti me dirijo a menudo y silenciosamente, para estar contigo.
Cuando camino a tu lado, o estoy sentado junto a ti, o permanezco contigo en la misma habitación,
Poco sabes del sutil fuego eléctrico que por ti vibra dentro de mí".




En el poema lírico titulado: "Cuando supe al caer el día", expresa claramente su arraigada inclinación uránica. Veamos unos trozos:


"... Y cuando pensé que el amigo de mi corazón, mi amado, estaba ya en camino para unirse a mí, ¡oh, entonces fui feliz! En ese momento mi respiración se me hacía más dulce, y durante todo aquel día los alimentos me fueron más nutritivos, y transcurrió bien el bello día. Y el siguiente me trajo idéntico gozo, y con el nuevo día, al atardecer, llegó mi amigo".

En fin, que esa noche Whitman duerme en la playa con su amigo y concluye: 


"...el que yo más amo está tendido junto a mí bajo el mismo abrigo en el seno de la fresca noche. En medio de la quietud, envuelto en los rayos otoñales de la Luna, su rostro estaba inclinado hacia mí. Y su brazo estaba levemente apoyado sobre mi pecho— y aquella noche fui feliz".



En resolución, que el debatido tema del vínculo urano-efebo ya no puede seguir planteándose en el plano de la patología, cuando se refiere a individuos de altas calidades espirituales, ajenos a todo grosero materialismo y respetuosos de la integridad moral del amigo. El joven heterosexual que haya pasado por experiencia semejante, al arribar a la edad adulta, vivirá con arreglo a su auténtica naturaleza erótica y sin mella alguna para su desenvolvimiento social. Como lo expresa el Prof. Alberto Nin Frías, "el mal no radica tanto en el sentir como en el uso que de él se hace".


Un hombre bueno, noble y generoso, como es habitualmente el tipo urano, no puede hacer daño conscientemente a persona alguna. Todos, familiares y amigos, aún eróticamente en las antípodas, siempre conservarán de él un recuerdo emocionado y cariñoso.

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Hasta aquí, el polémico artículo publicado en la recordada revista argentina “Diferentes” (año 2, número 20, 1985).
Un “Adriano” de nuestro tiempo hablando de “Antinoos”.
Las argumentaciones del autor no terminan de convencerme. Pero lo comparto como cosa curiosa, porque es un artículo muy transgresor, que ponía una vez más ante la opinión pública el tema de las relaciones entre adultos y jovencitos.

Es un tema en el que no se puede generalizar, porque cada caso es distinto, cada joven madura en un momento distinto de su vida, y así como hay adolescentes de 14 años que saben perfectamente lo que quieren en cuanto a relaciones sexuales, los hay de 18 –y más- que todavía no lo tienen claro.
Así que las leyes están bien al poner el límite de 18 años, porque nunca se sabe el daño que se puede hacer a un adolescente, aunque se vaya con las mejores intenciones.




Acerca de las afirmaciones de Anthony Burgess en “El poder de las tinieblas”, hay un muy interesante comentario de José Luis de Vilallonga en La Vanguardia (6 de julio de 1992).
Un fragmento del mismo:

En cuanto a la homosexualidad, las opiniones de Burgess son radicales e inapelables, lo que resulta bastante jocoso viniendo de un inglés. "Nunca he tenido tentación alguna de carácter homosexual. Es más, siento una profunda aversión hacia todo cuanto atañe a la homosexualidad masculina." Y con una ingenuidad rayana en la simpleza, Burgess aclara: "Esa repulsión no la siento cuando se trata de mujeres. A todos los hombres (!) nos gusta mirar fotografías de lesbianas".
Entre otras muchas ingenuidades, Burgess asegura que se nace homosexual, que esa perversión está inscrita antes de que nazcamos en nuestro sistema glandular y cerebral. "De nada vale -protesta el escritor- acusar a Edipo, a las cárceles de Jean Génet y a las 'public schools' inglesas. Se nace homosexual como se nace jorobado o poeta." Pero Burgess no le encuentra disculpa alguna a la homosexualidad. "Si renunciamos a considerar el sexo en función de criterios personales, acabamos autorizando toda clase de vicios y aberraciones sexuales. Y cuando se pierde el sentido de la finalidad de las cosas, cuando uno se niega a considerarlas desde el punto de vista teológico -¿cuál es la meta? ¿cuál es el fin?-, entonces es mejor que aceptemos el riesgo de complicarnos irremediablemente la vida."
Los homosexuales ingleses -que no son pocos- atacan duramente a Burgess acusándole de no haber comprendido nada de este problema, que sólo lo es para él y para los que piensan como él.

Pueden leer el artículo completo en:

http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1992/07/06/pagina-15/33525220/pdf.html

Para los versos de Walt Whitman, tomé como base la traducción de Francisco Alexander, "Hojas de Hierba- Versión directa e íntegra conforme al texto de la edición definitiva de 1891-1892", Editorial Novaro, décima edición, 1978.