viernes, 18 de enero de 2013

Efebos en "Las Mil y Una Noches" (I): La felicidad perfecta




EL JOVENZUELO Y SU MAESTRO

Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y bañarse los ojos con sus encantos. Así es que temeroso de que le sobreviniera alguna aventura considerable, el visir Badreddin le tenía cuidadosamente alejado de las miradas de los hombres y le impedía que se tratara con los jóvenes de su edad. 

Como no quería llevarle a la escuela, por no poder vigilarle allá lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeque venerable y piadoso, de costumbres notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeque iba todos los días a ver a su discípulo, con el cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.

Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en el jeque, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.
Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la turbación de su alma y le declaró que no podía ya pasarse sin su presencia. 

Entonces, muy conmovido por la emoción de su maestro, le dijo el joven: 
"¡Ay!, bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano vigila todos mis movimientos". 
El jeque suspiró, y dijo: 
"¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" 
El joven contestó: 
"¡Quién piensa en eso! Si siempre durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" 
El jeque añadió: 
"Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se durmiera esta noche, subir sigilosamente allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la que no vendrá nadie a vigilarnos". 
El joven aceptó la proposición, diciendo:
"¡Escucho y obedezco. . ."




Llegada la noche, fingió dormir, y cuando el visir se retiró a su estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeque, que en seguida le cogió de la mano y se dio prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron, pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad hermosa de la noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el éxtasis.

Mientras ellos dejaban transcurrir así el tiempo, el visir Badreddin pensó, antes de acostarse, ir a ver a su hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicóse a buscarle por toda la casa, y acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vio entonces a su hermano y al jeque con la copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeque también había tenido tiempo de verle avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:


"¡Me hace beber un vino 
mezclado con la saliva de su boca; 
y el rubí de la copa brilla en sus mejillas, 
que se coloran a la vez 
con la púrpura del pudor!

¿Qué nombre le daré? 
Su hermano se llama ya 
la Luna Llena de la Religión, 
y en verdad que nos alumbra 
como la luna en este momento. 
¡Le llamaré, pues, 
la Luna Llena de la Belleza!"

Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían una alusión tan delicada con respecto a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró, diciendo: 
"¡Por Alá! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" 

Y los otros dos llegaron a sentir una felicidad perfecta.

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"Mil y Una Noches", cuento de las noches 374 y 375, según la edición de El Ateneo, Buenos Aires, 1956.