sábado, 19 de diciembre de 2009

Ennio y Adriano


Leemos en la Historia Augusta, que Adriano gustaba del estilo arcaico en la expresión: prefería Catón a Cicerón, Ennio a Virgilio, y Celio a Salustio.

Marguerite Yourcenar lo dice de manera admirable en un pasaje de sus “Memorias de Adriano”:

“...Más tarde preferí la rudeza de Ennio, tan próximo a los orígenes sagrados de la raza, a la sapiente amargura de Lucrecio;
a la generosa soltura de Homero antepuse la humilde parsimonia de Hesíodo.
Gusté por sobre todo de los poetas más complicados y oscuros, que someten mi pensamiento a una difícil gimnástica; los más recientes o los más antiguos, aquellos que me abren caminos novísimos o aquellos que me ayudan a encontrar las huellas
perdidas.”

De las numerosas obras de Ennio (239-169) sólo nos han quedado fragmentos.
El pasaje citado por Birley en relación con los últimos versos de Adriano, corresponde a la tragedia “Andrómaca”, en donde la protagonista dice:

“¡Oh padre, oh patria, oh morada de Príamo, santuario sagrado defendido por resonantes puertas! Yo te vi cuando estabas firme, (rodeada) de suntuosidad asiática, con tus techos cincelados y artesonados y adornada en oro y marfil. Todo esto lo vi consumirse en llamas y a Príamo morir violentamente y cómo el altar de Júpiter se bañaba en sangre. ¡Oh sagrada noche, que recorres de punta a punta las concavidades del cielo con carros de dos caballos, portadores de estrellas! Yo os saludo, elevados templos del Orco, moradas infernales de Aqueronte, pálidos lugares de la muerte, cubiertos de tinieblas.”

Una imprecación tan extraordinaria, que hasta fue plagiada por su contemporáneo Plauto.

Sabemos también que Ennio escribió un poema llamado “Epicarmo”, en el cual narra un sueño o visión en el que el autor cree haber muerto y haber sido transportado a una región, los ‘Acherusia templa’, donde andan vagando las sombras de los muertos. Allí Epicarmo expone a su oyente romano su concepción del mundo, tocada de racionalismo, y sus doctrinas físicas, según las cuales los dioses pasaban a ser interpretados alegóricamente como elementos de la Naturaleza: aire, agua, tierra y fuego.

Ennio escribió tragedias imitadas sobre todo de Eurípides, el poeta griego que hizo aparecer sobre la escena hombres en vez de héroes y alcanzó a escrutar las profundidades del corazón humano.
¿No nos hace recordar esto la afirmación de Flaubert, referida a la época de Adriano, de que no habían dioses en ese momento y el hombre estaba solo frente al universo?

De modo que Adriano tuvo en aquel antiguo poeta una fuente segura de inspiración.
Pero, creo que no sólo le gustaba el estilo arcaizante de Ennio, sino que se sentía identificado con el poeta en otras cosas.

Los dos fueron espíritus inquietos, curiosos, que buscaban nuevos caminos. Adriano, gobernando el Imperio como ningún otro lo hizo antes o después, viajando, interesándose por todo, sin descuidar el bienestar económico y social de sus habitantes.
Ennio, roturando para las letras latinas más de un terreno virgen, introduciendo y adaptando nuevos metros poéticos, como el hexámetro y el tetrámetro jónico cataléctico.
Halló en el latín un dialecto bárbaro, sin amplitud, sin unidad, sin reglas fijas; es indudable que Ennio no puso fin al caos, mas por lo menos disipó las tinieblas del idioma y aproximó la lengua latina a la perfección de la lengua griega.

Los dos fueron valerosos soldados. Adriano, comandaba las tropas de Trajano. Ennio, era centurión. Se hallaba en Cerdeña, participando de la segunda guerra púnica, cuando Catón lo conoció y quedó tan encantado con él que se lo llevó a Roma.
Años después combatió también valerosamente en Etolia.

Los dos eran apasionados helenistas. Adriano, siempre enamorado de todo lo griego. Ennio, nacido en el pueblito de Rudias, en el país de los Peucecios, es decir, en la Magna Grecia, imprimió para siempre en la literatura latina el sello del espíritu y del pensamiento helénicos.




Pero también hay una semejanza en el aspecto erótico. Adriano, enamorado perdidamente de un jovencito bitinio llamado Antinoo, que fue su compañero inseparable por varios años.
Ennio, conviviendo en sus últimos años con su amado Estacio en el Aventino, una de las colinas de Roma.

Al igual que Antinoo, Cecilio Estacio era también de origen oscuro.
Parece que era celta, de la tribu de los ínsubres (*), nacido tal vez en Mediolanum (hoy Milán).
Llegó a Roma como esclavo durante la segunda guerra púnica, y sirvió en la casa de un tal Cecilio, cuyo nombre de familia adoptó después de la manumisión.
Se conservan fragmentos de unas cuarenta comedias escritas por Estacio -en un latín poco correcto-, y es conocida la anécdota de que animó a Terencio a dar al público la ‘Andria’, primera de las comedias de este joven escritor fallecido durante un viaje a Grecia con apenas veinticinco años.

Estacio murió un año después de Ennio, en 168 A.C.
Según el testimonio de Jerónimo, ambos fueron sepultados juntos cerca del Janículo, colina romana al otro lado del Tíber, no lejos de donde Adriano construyó más tarde su mausoleo.

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(*) Los ínsubres eran una colonia de los galos que habitaban cerca del Loira en la Galia Leonesa. Conducida por Belloveso al territorio que se extiende entre el Tesino y el Ada, fueron sometidos bajo el consulado de Pompeyo.

Fuentes:

“Fragmentos de Quinto Ennio”, traducción de Manuel Segura Moreno, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1984

“Literatura Latina” por Alfred Gudeman, Labor, 1952

“Historia de la Literatura Latina” por Agustín Millares, FCE, México, 1971

“Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano”, de Montaner y Simón, 1910 (aprox.)

La imagen de arriba es de un admirable mural de John Singer Sargent, “Apolo en su carro con las horas”.
La segunda, un detalle de “Ifigenia en Áulide”, pintura pompeyana.
La última, una vieja foto del Janículo, donde Roma Eterna conserva un recuerdo de la ciudad de Montevideo.

Maxwell Armfield y su tributo a Walter Pater


Maxwell Armfield (1881-1972) fue un artista británico –ilustrador y escritor- de larguísima vida, educado en aquellos colegios de los que ya hablamos, donde se vivía una de las “primaveras” históricas del homoerotismo.

Era apenas un adolescente cuando falleció Walter Pater, pero ya vimos la enorme influencia que la obra de este escritor tuvo sobre aquella generación de estudiantes ingleses.

Comenzó sus estudios de pintura en Birmingham.
Para sus cuadros, empleó sobre todo la témpera.
Es muy sugestivo que su “Autorretrato”, pintado en 1901, haya sido usado recientemente por la Universidad de Oxford como tapa de la nueva edición del clásico de Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”.

Estudio de desnudo para el cuadro
"I saw three ships"



En 1902 continúa sus estudios de arte en una academia de París.

En esa misma ciudad, en el Salón de Bellas Artes de 1904, exhibe su cuadro “Faustina”, que fue adquirido y donado para el Museo de Luxemburgo.

Al año siguiente, en el mismo Salón, presenta la obra que reproducimos aquí, “Jacchos”, “A la memoria de Walter Pater”.
La pintura muestra al dios Baco, o Dionisos, en la figura de un adolescente ciertamente andrógino. A Pater le hubiera encantado este homenaje de Armfield.




Maxwell Armfield se casó en 1909 con la dramaturga Constance Smedley, junto a quien trabajó en una perfecta combinación de talentos. En 1915 se fueron a vivir a EEUU, donde permanecieron algunos años.
Como dice la biografía, Armfield vivió tanto que su arte, ya pasado de moda, volvió a ser apreciado en sus últimos años de vida.
Un disco de Fleetwood Mac editado en 1969 luce un diseño suyo en la portada.


En cuanto a las claves simbólicas del cuadro “Jacchos”, acudimos a los mitógrafos:

El culto de Baco tiene su origen en Tracia. Se le festejaba durante la noche del solsticio de invierno, en que las mujeres formando círculos, muy excitadas y con antorchas, celebraban la “Orgía”. Las danzas salvajes, la disipación mental, el alborozo y la arrebatada música de flautas, junto con el consumo de bebidas embriagadoras, especialmente vino, que los tracios elaboraban desde muy antiguo, las conducían a un estado de éxtasis durante el cual creían unirse al dios.
Sacrificaban animales, bebían su sangre y se cubrían con sus pieles.
Según los gritos que ellas lanzaban, así se llamaba también al dios, Baco o “Iacco”.

El símbolo más antiguo del culto a Dionisos fue un pilar o columna, probable reproducción de algún árbol sagrado, al que añadían una especie de careta y vestidos formando las imágenes del culto. Dionisos vivía en el árbol mismo, puesto que las más antiguas bebidas embriagadoras se extraían del jugo de algunos árboles, haciéndolo fermentar.

Se le representó con figura barbada y completamente vestido hasta el siglo IV A.C., y también como niño en brazos de Hermes o de algún Sátiro.
Después de Praxíteles, que lo representó desnudo o cubierto con una piel de ternera, su figura aparece siempre desnuda y con aspecto juvenil.

Acerca de su aspecto andrógino, sabemos que cuando era apenas un niño, su padre, Zeus, encargó a Perséfone de su cuidado, y ésta lo llevó al rey Atamante de Orcómenos y su esposa Ino, quienes lo criaron en las habitaciones de las mujeres, disfrazado de niña.
Cuando llegó a la edad viril, Hera lo reconoció como hijo de Zeus a pesar de su aspecto femenino, y lo enloqueció.
También en Orcómenos se presentó ante las hijas de Minia en forma de muchacha.

En cuanto al báculo y la corona de hiedra, eran atributos clásicos del dios. Recordemos la maravillosa estatua del Antinoo Braschi en la Sala Rotonda del Vaticano, en la cual pensamos inevitablemente al mirar el cuadro de Armfield, o esta acuarela que representa a una bacante:



Cuenta la leyenda que Dionisos se fue a recorrer el mundo acompañado de su preceptor Sileno y un ejército salvaje de sátiros y ménades, cuyas armas eran el báculo con hiedra enroscada y una piña en la punta, llamada tirso (thyrsus), y espadas, serpientes y bramaderas que infundían terror.
La hiedra estaba consagrada a Dionisos por su color siempre verde, su fuerza vital, invariable aun en invierno, y sus frutos fuertemente embriagadores.

La guía principal de la fábula mística de Dionisos es la difusión del culto de la viña por Europa, Asia y el norte de África.
Allí donde llegaba, propagaba la alegría y el terror, y la historia de los viajes del dios está saturada de locura, de horrendos asesinatos, de descuartizamientos y canibalismo.


Fuentes:

-Catálogo ilustrado del Salón de 1905, Sociedad Nacional de Bellas Artes, París.
-Mitología griega y romana, por Hermann Steuding, Labor, 1953.
-Los mitos griegos, por Robert Graves, Alianza, 1995.

El autorretrato de Maxwell Armfield y la tapa del disco están tomados de la Wikipedia.
“La Bacante” es una acuarela de John Colher (fines del siglo XIX).

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El cielo y tú



Imagen003


El cielo es un lugar
que está allí donde tú estás

Puede ser la penumbra
de un cuarto de hotel



Puede ser el aire nocturno
en un parque solitario
habitado por tu sonrisa
por tus ojos
por tu abrazo


O puede ser un reflejo
de felicidad y ternura
en esas cartas
que son mi único tesoro
y que alumbran
mis horas de tristeza

Un efebo andaluz



En el libro de Alberto Nin Frías “Tres expresiones del espíritu andaluz”, uno de los capítulos está dedicado a la obra de Pedro Badanelli, a quien por ese entonces todavía no conocía personalmente. Los otros dos, a Federico García Lorca y a Juan Francisco Muñoz y Pabón.

Comparando a su futuro amigo con Lorca, dice:

“Ambos, afiebrados en el divino helenismo de sus respectivas imaginaciones, viven como acechando al ‘mocito’ andaluz para estamparle en sus lienzos, si es que por su «garbo»... «vale la pena».
El ‘Palladium’ del artista es la adoración de la belleza, y su mérito el saberla extraer de las canteras donde se encuentre.
..........
Ellos, como el helenizado Millet, percibirán la poesía del joven labrador montaraz, del zagal «vestido de estameña», de los apolos, en fin, continuadores del Ática pericliana.”



Más adelante, empieza a comentar la novela de Badanelli “Bajo la noche inmaculada”, y en particular, nos habla de su protagonista, el Currito Roldán, para cuya descripción toma el escritor andaluz “el buril de Fidias y el pincel de Apeles”.
Y cita Nin Frías una escena, cuando aparece el Currito en la Noche de San Juan, en el patio del cortijo durante la fiesta de las hogueras:

“Por fin, entre grandes muestras de júbilo por parte de todos, hizo su aparición el famoso «niño de la ollería».



Toda la cortijada pareció adueñarse de su persona, de su voz, de su guitarra, porque para todos iba a resplandecer el milagro de su «cante jondo».


Los hombres, las mujeres, los niños, encerrados ahora en el amplio patio del caserío miraban con una amistosa sensación de placer la sonrisa del divino «cantaor».


.........................


Ahora entraba con sus veinte años vertiginosos; llevaba sobre su cabeza el adorno estupendo del sombrero de ala
ancha, y debajo del brazo, cogida con gracia inimitable, el sollozo dormido de la guitarra.


...........................
 
Ahora y siempre, en sus canciones, al compás de las guitarras, en torno de la hoguera, en el escenario de aquel patio de cortijada, ahora y siempre, Currito Roldán llevaba en su garganta el veneno del fuego. En sí mismo, en su voz, en su propia materia, en sus grandes ojos negros, en sus pestañas rizadas, en su rostro de bronce, en sus labios sangrientos, en su cuerpo gitano, en sus venas inflamadas, en sus propios átomos vivientes el Niño de la Ollería llevaba el veneno del fuego...
¡Oh, cómo cantaba!...


........................
¡La Noche!... ¡La Noche de San Juan!... ¡La Noche de Andalucía!... había desplegado para él el palio maravilloso de todos sus misterios, de todas sus estrellas. La Noche lo exaltaba como una gloria, como una música, como un perfume... Su perfil apolíneo se recortaba sobre el fondo de oro de las llamas, limpio, perfecto, con una especie de crueldad; y en su selvática y negrísima cabellera se enredaban cual rizos luminosos, las locas reverberaciones del fuego.”



Y comenta Nin Frías:

“De Grecia, quedaron el atleta y el artista; la sacra belleza del coraje físico y el refinamiento de los sentidos. El Renacimiento aporta un nuevo predicado: el de colocar al hombre bien parecido en el lugar de las deidades mitológicas, o de los personajes de la Biblia.
Pues bien, sabiendo a qué atenernos, ¿No es verdad que el Currito Roldán de «Bajo la noche inmaculada», es un personaje enriquecido por Badanelli con todos los atributos eternos de los cánones griegos? El cantaor de fandanguillos está pintado de mano maestra: con compás de arquitecto, con pincel de la escuela de Verrocchio.”


 
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En la imagen del encabezado, Federico García Lorca tocando la guitarra, en un dibujo de Santiago Ontañón, 1932.


viernes, 4 de diciembre de 2009

"Animula..." en la versión de Ronsard


Ronsard se inspira en Adriano

Pierre de Ronsard fue un poeta francés del siglo XVI, uno de los más célebres de su patria, integrante del grupo denominado “La Pléyade”, que integraban también Baif, Bellay, Belleau, Jodelle, Thyard y Daurat.
El movimiento marcó un retorno a la poesía antigua. Bellay propuso el abandono de los géneros trovadorescos y la adopción de la epístola, la elegía, el epigrama, la oda, la sátira, la égloga y el poema épico, además del soneto, “docta y agradable invención italiana”.

Recuerdo en estos momentos a Don Antonio Machado, que cortaba “las rosas viejas del huerto de Ronsard”. Aun en pleno siglo XX, al cumplirse en 1924 el cuarto centenario de su nacimiento, un grupo de músicos franceses escribió una serie de composiciones para los versos del célebre poeta de la Pléyade.

Al comentar ese homenaje, decía Alberto Soriano: “...demostrando de modo elocuente la perennidad de una inspiración que ha resistido el transcurso de cuatro siglos, y cuya belleza perdura aún en la cultura de todo el occidente”.

Y nosotros, habitantes ya del siglo XXI, somos esos jardineros de sueños que todavía cortamos rosas fragantes en aquel viejo y melancólico huerto.

En una noche a fines de octubre de 1585, ya en su lecho de muerte, Pierre de Ronsard recuerda los versos finales de Adriano, y a la mañana siguiente le murmura a Galland o a Binet su versión adaptada, para que la escriban:


“Almita Ronsardelita,
graciosita, dulcecita,
querida moradora de mi cuerpo,
que hacia abajo vas, debilita,
flaquita, pálida, solita
al frío reino de los muertos:
mas simple, sin remordimiento
de muerte, rencor ni veneno,
despreciando favores y tesoros
tan codiciados del vulgo.
He dicho, transeúnte: sigue tu fortuna,
no turbes mi reposo, que yo duermo.”


Como él mismo dijo, deseaba haber hecho el pequeño poema de Adriano con sabor “más cristiano”. Pero, por lo menos, en su versión hay verdadero encanto, “pathos” y la necesaria resignación. Es tan relativamente cristiana como la versión hecha por su compañero en catolicismo, Pope, después de haber vagabundeado tanto entre los distintos filósofos:

“Chispa vital de la divina llama,
deja, oh, deja ya este molde mortal...”


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Fuentes:

-“Ronsard” por Wyndham Lewis, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1945.
-“Diccionario de Literatura Universal”, Ed. Raigal, Buenos Aires, 1956.
-La cita de Alberto Soriano es del Suplemento Cultural de El Día, artículo “Los músicos de Pierre de Ronsard”, Montevideo, 26 de febrero de 1956.

La imagen superior es de “Las Pléyades”, cuadro de Eliuch Wedder.

La otra, un cuadro de Anna Lea Merritt, pensado primero como relieve en bronce para la tumba de su marido Henry, fallecido en 1877, sólo tres meses después de la boda.


"Animula..." según Birley


Algo más sobre los enigmáticos versos,
según leemos en la biografía de Adriano por Anthony Birley:

animula vagula blandula
hospes comesque corporis,
quo nunc abibis? in loca
pallidula rigida nubila
nec ut soles dabis iocos.

Pocos poemas breves han generado tantas traducciones versificadas y debates académicos tan abundantes como estas cinco líneas –diecinueve palabras tan sólo- escritas por el moribundo Adriano y citadas en la Historia Augusta.
Se discute también su significado: en concreto, si los adjetivos del cuarto verso se refieren a animula o a loca, y cómo habría que puntuar el tercero. El texto dado aquí depende de una variante en la lectura del tercer verso y recoge una conjetura, nubila por nudula, para el cuarto. Así, el sentido sería el siguiente:

Almita inquieta y melosa,
huésped y compañera del cuerpo,
¿a dónde vas? A un lugarcillo
lívido, gélido, lóbrego,
y ya no retozarás como acostumbras.


Nos cuenta también Birley que, habría en esto ecos de un verso de Ennio, poeta favorito del emperador: “pallida leto, nubila tenebris loca”, es decir, “lugares lívidos de muerte, lóbregos por sus tinieblas”.


Ver también:
 Ennio y Adriano
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Fuente:

“Adriano” por Anthony Birley, Ediciones Península, Barcelona, 2004


(Ilustración de Leandro Gómez)

Animula Vagula Blandula: versiones en español




Cuando transcribí el capítulo dedicado a Adriano en el libro “Alexis” de Alberto Nin Frías, dejé sin traducir los enigmáticos versos que el gran emperador escribiera poco antes de morir.
Nin Frías arriesga una traducción aproximada en las “notas” al final de su obra.
Les dejo una recopilación de distintas traducciones, siempre citando la fuente. Primero, el texto en latín:


Animula vagula blandula,
hospes comesque corporis,
quae nunc abibis in loca
pallidula, rigida, nudula
nec, ut soles, dabis iocos.

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“...versos harto difíciles de traducir, por la
acumulación de adjetivos de extrañísimo
significado.”


Ánima que tiritas de frío y eres encantadora,
tú vas a ir a lugares pálidos,
severos y desguarnecidos,
donde no podrás ya entregarte
a tus acostumbrados ejercicios.


(Alberto Nin Frías, “Alexis”)



****



Almita mía, flotante andarina, zalamera,
huésped y compañera del cuerpo,
¿a qué lugares irás ahora,
descolorida, yerta y expoliada
sin juguetear ya más como solías?


"Reflejamos aquí una versión personal que hemos intentado sea lo más fiel posible al difícil matiz de los diminutivos latinos. Muchos críticos se habían preguntado si los epítetos pallidula, rigida y nudula hacían referencia a anima o a loca. Incluso, habían optado por la versión distributiva loca rígida y animula pallidula, nudula. Personalmente, estamos en contra de todo lo que implique una distorsión en la lengua y pensamos que el orden lógico responde muy bien al iconográfico, es decir al estado presente del alma y aquel que adquirirá después."

(Elena Conde Guerri, "La psyque de la tumba de los Valerii
y el poema de Hadriano")




****

Mínima alma mía, tierna y flotante,
huésped y compañera de mi cuerpo,
descenderás a esos parajes
pálidos, rígidos y desnudos,
donde habrás de renunciar
a tus juegos de antaño.

(Marguerite Yourcenar, “Memorias de Adriano”)

****

Almilla blandilla y tiernecilla,
huésped y compañera de mi cuerpo,
a qué regiones te dirigirás ahora
paliducha, rígida y desnudita.
Ya no bromearás, como de costumbre.

(Ed. Picón-Cascón, “Historia Augusta”)

****
Almita mía, mi querida,
huésped y compañera del cuerpo,
te marchas sin saber dónde,
pálida, rígida, temblorosa,
y ya no te entregarás a tus juegos.

(Ed. Francisco Navarro, “Historia Augusta”)

****
Pequeña alma mía, tierna, inquieta,
huésped y compañera de mi cuerpo,
¿a qué lugares irás ahora,
paliducha, yerta y desnuda,
sin deseos de bromear, como solías...?

(Nack- Wägner, “Roma”)

****
Discreta, dulce almita,
mientras el cuerpecito peligra y yace,
pálida, sin amparo, temblando de frío,
¿adónde viajas, pobre de ti,
puesto que ya no tienes ni placer,
ni paladeos, ni tiempo?

(H. Lewandowsky, “Las costumbres y el amor en la antigua Roma”)

****
¡Oh, sutil alma que huyes,
huésped y compañía de este barro mío!
¿Dónde vas, a qué lugar tenebroso y sin gracia?
¿No quieres, como solías, jugar y reír?

(Ramón Conde Obregón, “Las murallas de Roma”)

****
¡Pequeña alma vagabunda, amable
huésped y compañera del cuerpo,
que marchas ahora a lugares
pálidos, fríos, desnudos,
ya no podrás nuevamente alegrarme!

(Coarelli-Nervi, “Roma”)

****
Pequeña alma mía, dulce y vagorosa,
huésped y compañera de mi cuerpo,
en el lugar al que ahora irás,
lívida, yerta, sola y desnuda,
¿te entregarás, como acostumbrabas,
a tus juegos?

(Traducción Javier Villán, en “Historia 16”)

****
Alma, caricia, suspiro,
huésped y compañera del cuerpo,
ya te vas en el reino frío
de las pálidas sombras
y los juegos conmigo y mis amigos
han terminado...

(Leonardo Dal Maso, “Roma de los Césares”)

****
Alma tierna, inconstante,
huésped y compañera de mi cuerpo,
¿A dónde irás ahora?
A lugares pálidos, lóbregos, secos.
Ya no bromearás como acostumbras.

(Pedro López Barja de Quiroga, en revista “Clío”)

****
Alma mía, pequeña alma querida,
¿Dónde, hija, te vas? ¡Quién sabe dónde!
¡Ay! ¿Te vas solitaria, conmovida
y trémula?... Responde:
¿Qué será de tus dichas y contentos?
¿Qué será de tus dulces pensamientos?

(Angel Lasso de la Vega, “Bucólicos y líricos griegos”)

****
¡Ah! espíritu gentil, fugaz, errante,
¡Amigo y compañero de este barro!
¿Hacia qué desconocida región
dirigirás ahora tu distante vuelo?
No ya con el acostumbrado ánimo risueño,
sino pálido, desanimado y melancólico.

(Trad. de Byron, citado en “Carne y piedra”, de R. Sennett)

****

Alma pequeñita, inquieta, tierna,
huésped y compañía del cuerpo,
¿a qué lugar irás ahora,
pálida, rígida y desnuda
sin deseos de jugar, como solías...?

(Francisco de la Maza, "Antinoo,
el último dios del mundo cl
ásico")


****


Alma, vagabunda y cariñosa,
Huésped y compañera del cuerpo, 
¿Dónde vivirás? 
En lugares lívidos, severos y desnudos 
y jamás volverás a animarme como solías

(Biografía de Adriano en Avizora.com)

****

Almita vagabunda y cariñosa,
huésped y compañera de mi cuerpo,
irás ahora a sitios lívidos, 
severos, desnudos
y ya no me animarás como solías

(Joel Le Gall y Marcel Le Glay,
"El Imperio Romano")

****


Alma pequeña, gentil y vagarosa, 
del cuerpo amiga y hospedera, 
en qué lugar estás ahora, 
pálida, rígida y desnuda, 
incapaz, como antes, de jugar.

(John de Abate, "Adriano Emperador")

****

Dulce y ya libre alma mía,
Huésped y compañera de mi cuerpo,
En los lugares que vas a habitar
Pálida, helada y desnuda
No estarás, como sueles, festiva!

(Enciclopedia Española del Siglo XIX)




Ver también:

(La ilustración es un fragmento del cuadro de Rones Dumke, “Sonho Breve”)

jueves, 3 de diciembre de 2009

Un recuerdo de adolescencia de Nin Frías



El narrador de Sordello Andrea rememora con nostalgia la primera relación amorosa que mantuvo cuando adolescente con David Strathmore, un joven del servicio doméstico:

“Mi primer amigo, si tal puedo llamarle, fue un jovencito de dieciséis años (...) Era lo más parecido que he visto a un mancebo griego como Tryphon, hijo de Eutychos...

... Atizábamos el fuego del hogar, escuchando el chisporroteo incesante del carbón y pensativos quedábamos ante el caleidoscopio de las llamas. Nuestras manos se encontraban a menudo.
We touch heaven when we lay our hand upon a human body.
¡Cuántas veces permanecíamos dormidos, abrazados, olvidando juguetes, conversaciones, planes del mañana!”

“¿Puede visualizarse reunión más sugestiva, más donosa y límpida que estas amistades entre adolescentes?”



El culto al efebo en la obra de Nin Frías



Este escritor apasionado por la antigua Grecia y por sus ideales, traía seguramente en la sangre gran parte de ese sentimiento por lo helénico. Baste recordar que su padre, Don Alberto Nin, aquel diplomático de extrañas actitudes y compleja personalidad, fue quien hizo las gestiones ante el gobierno británico para traer a nuestro Museo de Bellas Artes los calcos de las esculturas del Partenón. Este hombre estuvo durante varios años como Encargado de Negocios del Uruguay en Inglaterra. Posteriormente fue enviado también a Bélgica y a Suiza. Esos años, desde 1887 hasta 1896 aproximadamente, coincidieron con parte de la niñez y adolescencia de Nin Frías.

Y es indudable que la huella más profunda que quedó en su corazón fue la de su formación en un colegio inglés de la época victoriana.
En ese momento se vivía en el ambiente de esos colegios la efervescencia plena de una de las “primaveras del homoerotismo” –de las que hubo varias en la historia del mundo-, hasta tal punto que la homosexualidad llegó a ser conocida como “el morbo inglés”.

Cada escuela pública, cada colegio, tenía ‘tutores’. Estos eran en general estudiantes mayores, que vigilaban la conducta y los hábitos de varios alumnos más jóvenes por cuya amistad rivalizaban, y con quienes mantenían frecuentemente una relación íntima.
Se ridiculizaban los valores victorianos y se consideraba el amor entre muchachos como la más alta forma de amor.
Si bien las relaciones eran más que nada platónicas, es interesante lo que uno de aquellos estudiantes rememoraba años después: 
“En la Universidad, sentimiento y deseo estaban dirigidos casi exclusivamente al sexo masculino. No conocí a nadie que por aquella época pensara en mujeres”.


En el excelente libro “La degeneración del 900”, Carla Giaudrone nos habla sobre el helenismo en la obra de Nin Frías, y especialmente sobre la influencia que en él ejerció el ensayista y crítico inglés Walter Pater (1839-1894), que junto con John Addington Symonds (1840-1893) fue uno de los iniciadores de la “primavera” que mencionábamos antes.

Giaudrone intercala también algunas citas del libro ‘Sordello Andrea’:

“En la escritura de Alberto Nin Frías la norma predominantemente andrógina de la escultura griega y los retratos del Renacimiento italiano es recuperada creativamente y propuesta como un espacio estético desde el cual el deseo homoerótico, expresado sin ansiedad ni pánico, se presenta como un medio válido de reflexión cultural. A través de sus numerosas novelas, artículos y ensayos, el escritor promueve el equilibrio entre el culto al ideal de belleza helénica, representada por el cuerpo musculoso del joven atleta, y la esencia de la identidad nacional griega.”

“... este singular escritor busca en la estética sexual victoriana –especialmente en la obra de Walter Pater- una genealogía redentora del homoerotismo que logra sobrepasar las fronteras aceptadas del continuum homosocial del período.”

“El uruguayo encuentra en Pater lo que la tradición hispánica le negaba: una genealogía redentora de la amistad masculina y el rescate del sentido estético-sexual de la cultura helénica.”

“Es en el Sordello Andrea donde el uruguayo le rinde tributo a su maestro inglés, y desarrolla en torno a los aspectos que más lo cautivaron de la lectura de Walter Pater:
‘Lo que me le volvió interesante, y esto por ser una característica helénica, fue su pasión por la juventud armoniosa, de cuerpo y alma. Enamorado de la Roma de Marco Aurelio, del Renacimiento, del Aufklärung, describió
siempre al joven de la época. Y aun más, en sus estudios sobre literatos y pintores del Renacer italiano, sólo describe aquellos en cuyas vidas hay indicios de apasionamientos extraños. Con placer marcado, encuentra las frases más tersas y más veladas para ofrendar a la amistad romántica. Ello se desprende de su impecable versión de la leyenda de Amis y Amile; de las vidas de Sandro, Leonardo o Winckelmann.

Los heroicos Leandros, los alados mensajeros de Maratón, los Antinoés también le seducían. (...) No hay nada de ambiguo en este culto: es en Pater manifestación de pureza de alma. En su solitario aprecio de la forma corpórea como indicio de una bella mentalidad, es acaso el último discípulo de Píndaro, cuyas odas servían de apología a la juventud victoriosa. Muchos genios le acompañan en esta religión.’


En Sordello Andrea, el deseo del artista por el cuerpo del adolescente varón se presenta como uno de los principales elementos en el proceso de la creación. Para el narrador, la genialidad que conduce a la innovación cultural se asocia directamente con el culto al adolescente. Tendrán que pasar unos veinte años para que Nin Frías en ‘Homosexualismo creador’ consiga definir con mayor precisión el potencial creador del ‘amor griego’ por el efebo, una pasión que el autor ubica en un lugar destacado de la filosofía platónica.




“El culto del efebo fue, sin duda, la idea del amor que acotan los interlocutores del diálogo platónico y de esa fe participaron la mayoría de los superhombres de Grecia (...). Parece a los modernos –y aun a aquellos que estudian objetivamente estas costumbres para aclararlas y comprenderlas- a tal punto extraño este amor griego que no se le concibe sino como una aberración, como una anomalía, o como la neurosis colectiva de una raza y, no obstante el más cerrado razonar, esa pasión condujo a un mundo ideológico de fuerza y de equilibrio de la razón.”


También José Assandri (en su artículo en “Lapzus 3”) comenta sobre este efecto beneficioso del uranismo que predica Nin Frías:
Su obra uranista fue una búsqueda. Y en su búsqueda formula una serie de procedimientos para enfrentar la persecución y la denigración. Tanto en ‘Alexis’ como en ‘Homosexualismo’ es posible leer una lista que comenzando con los bíblicos David y Jonatán, pasa por el ‘boté’ o ‘burdash’, conocido actualmente como el ‘berdache’ de las tribus aborígenes estadounidenses, personaje que no era ni hombre ni mujer. Nin Frías recala en los griegos y romanos, pasa por Shakespeare, Pater, para llegar a Wilde, Withman, Proust... Esa enumeración exhaustiva tenía una clara función política de mostrar aquellos uranistas a los que tanto les debe la humanidad.
A esa enumeración agregaba no sólo observaciones sociológicas, sino también lo que podríamos llamar una clínica invertida, en la que resaltaba aquellos “síntomas” que no podían calificarse de patológicos sino de productivos a causa de una ‘pathos’ o pasión que no debería considerarse negativa.
..........................

En oposición a lo que podían ser las imágenes de deformaciones a causa de trastornos hormonales (como en el libro “Estados intersexuales” de Marañón), Nin Frías publica las imágenes de aquellos uranistas que han sido valorados por su obra. E incluso publica imágenes de lo que eran los ideales de la belleza masculina en esos tiempos.
En su llamado a la ciencia Nin Frías esperaba que desde esos sitios surgiera la aceptación del uranismo. Llama incluso a los uranistas a que hablen de sí mismos a la ciencia, a que hagan pública su vida.

El libro “El Homosexualismo Creador o la amistad a lo largo de las Edades”, publicado en Madrid en 1933, es aún hoy considerado una obra clave de la literatura gay en nuestro idioma, el primer ensayo que presentó la homosexualidad de un modo positivo. Fue leído y apreciado por el gran Federico García Lorca.


Y volvemos a Carla Giaudrone, que finaliza su ensayo sobre nuestro autor con estas luminosas palabras:
La escritura de Nin Frías crea un espacio estético cultural desde el cual son cuestionados los códigos convencionales de género por medio de la exaltación del deseo entre varones. Al igual que Rodó, Nin Frías ve en la antigüedad clásica un paradigma ético-estético de civilización, pero a diferencia de aquél, éste rescata del modelo grecolatino aquello que Rodó se obsesiona por suprimir (muchas veces sin éxito): la belleza física del adolescente varón y el deseo que este cuerpo despierta en otros hombres. Mediante un cuidadoso trabajo de selección, traducción y reapropiación de la versión helénica victoriana, Nin Frías propone validar para el medio hispanoamericano un discurso estético-sexual centralizado en el deseo homoerótico en donde la marca de diferencia aparece presentada no como aberración sino como fuente de crecimiento y valor cultural.

___________________________

Fuentes:

-“Diccionario Uruguayo de Biografías” de José Fernández Saldaña, Montevideo, 1945
-“La degeneración del 900” por Carla Giaudrone, Editorial Trilce, Montevideo, 2005
-Artículo citado de José Assandri en “Lapzus”
-“El amor de los muchachos”, Adrián Melo, Ediciones Lea, Buenos Aires, 2005

Imágenes:

-“Un burdel para homosexuales masculinos en la Londres victoriana”, según la “Enciclopedia de la Sexualidad”, Océano, 1993

- La otra, sacada de la web; de aquí en más, cuando no aclare el origen, es porque realmente no recuerdo de dónde la copié.



Alberto Nin Frías: exilio y muerte



“Soy con vos desde que el violoncelo de vuestra gran música espiritual me ha embriagado con su nota grave, difusa, humana, hondamente profética.”
(Julio Herrera y Reissig, en carta a Nin Frías)

Busqué un olvidado, no necesariamente para hacer justicia. Simplemente para recordar.
¿Cómo es que se producen semejantes enterramientos?
Encontré a Alberto Nin Frías

(Diego Castro, en “El mirlo blanco”)


Nin Frías en Suardi

Los últimos tiempos de Alberto Nin Frías en el exilio fueron sin duda muy duros. Sabemos que murió en la pobreza.
Ya dijimos que las razones de su alejamiento del Uruguay no están claras.
¿Habrán sido calumnias acerca de su apego al “uranismo” las que lo forzaron a alejarse del país?
Tal vez nunca lo sabremos.
El escritor emigra tempranamente con su familia a Inglaterra en 1887, y retorna a nuestra ciudad en 1896.





Un comentario que escribió para el libro “El carácter nacional”, de Rafael Arias Buccelli –publicado en Montevideo en 1906-, quizá nos dé una clave para acercarnos a cuál era su sentimiento acerca del ambiente en su tierra natal:“Su libro constituye toda una revelación, porque ha venido a poner de relieve en una síntesis muy interesante todas las debilidades, todos los males y vicios de nuestra sociedad joven e imprevisora; y es que esta obra es un fortificante contra el mundo odioso de la calumnia y el vicio”.
En 1908 comienza un primer exilio, un exilio “diplomático”, “probablemente a causa de un affaire erótico no aceptado”.
En 1915 es “pasado a disponibilidad”, y al año siguiente toma la nacionalidad argentina a la que tenía derecho por ser su madre de ese origen.



En Suardi, lugar lejano de la provincia de Santa Fe, tuvo un amigo, confidente y protector que también era un exiliado y que se llamó Pedro Badanelli, un cura que fue posteriormente conocido como “la sotana de Perón”.

Sacerdote y abogado criminalista, había nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1899. Fue creador de la cátedra de Psicología Jurídica en la Universidad del Litoral.
Dictó la primera cátedra creada en la Argentina sobre Cervantes (en el Liceo Municipal de Santa Fe).
Notable orador y novelista, autor de unas veinte obras, entre ellas ‘El derecho penal en la Biblia’. En 1962 publicó, prologó y comentó las
'13 cartas inéditas de Miguel de Unamuno a Alberto Nin Frías'.Fue también consagrado Obispo Titular de Caná de la American Orthodox Catholic Church, con Exarcado en Roma. Uno de los principales impulsores de la iglesia disidente en Argentina.


Badanelli todavía vivía cuando, en 1981, un grupo de admiradores de Nin Frías reeditó en Buenos Aires el libro “Tres expresiones del espíritu andaluz”.

Con muy buen humor comentó el hecho de que en ese libro Nin Frías lo da por nacido en Sevilla:
“...no sé de dónde pudo sacar Nin Frías que yo nací en Sevilla. Pero puesto que él lo afirma con tanta seguridad puede que esté en lo cierto.
........
Si así lo sostuvo y lo escribió él, a mí no me queda sino recordar la famosa frase de Pilatos: ‘lo escrito, escrito está’. De lo único que estoy seguro (de esto sí) es de que soy un andaluz auténtico, vale decir un tipo que posee el sentido festival de la vida, que no en otra cosa consiste el saberse y sentirse andaluz.”

Y seguramente Nin Frías se habrá sentido muy a gusto cerca de un hombre con esta visión positiva de la vida, si bien fue una amistad que duró tal vez unos escasos dos años, y no mucho más.

En un pasaje de su libro “Tres expresiones...” el escritor dice que todavía no conoce personalmente a Badanelli, de quien ha oído que vive “misantrópicamente en el tropical norte santafecino”. Y agrega que a Lorca tampoco lo conoce personalmente, a pesar de su esfuerzo por encontrarse con él en la visita del poeta a Buenos Aires.
Ahora bien. García Lorca partió definitivamente de la capital argentina el 27 de marzo de 1934. O sea que el encuentro y la posterior relación amistosa de Nin Frías con Badanelli se extendió, cuanto mucho, desde fines del 34 hasta su fallecimiento en marzo del 37.


Nin Frías llega a Suardi enfermo y pobre, y se aloja en la modesta fonda de Lahitte. Cuando empeora su salud -a causa de la hidropesía- es humanitariamente asistido por su colaborador, el joven poeta suardense Osvaldo Garigliano.
Presintiendo su muerte ya cercana, nombra a Badanelli su heredero universal y único albacea literario por acto testamentario de última voluntad.
Según cuenta Castro en “El mirlo blanco”, el escritor le reveló al sacerdote su deseo de que sus restos descansaran a la sombra de dos árboles. El deseo fue cumplido; Badanelli plantó dos cipreses a ambos lados del sepulcro, pero con el paso del tiempo y posiblemente por desconocimiento, a lo cual se sumó la necesidad de espacio en el cementerio, esos árboles fueron talados.
No era extraño ese anhelo en un escritor que, al igual que otro uruguayo de la época, Vicente Salaverri, se había convertido en un apóstol del culto al árbol, habiendo hecho una importante contribución al establecimiento del Día del Árbol en Hispanoamérica.


Hubo otro personaje de Suardi que cuidó de Nin Frías más allá de la muerte. Un pintor, Felipe Mandolini, que durante muchos años, cada vez que llegaba el Día de Difuntos, pintaba a la cal el pobrísimo túmulo donde yacía el escritor.
Vaya mi homenaje, en la persona de ese humilde obrero -y de Garigliano- a todo el pueblo argentino que siempre nos ha tratado a los uruguayos con tanta calidez, como si fuéramos nacidos allá.

Por último, quisiera mencionar a Mareilí Sordello.
En el artículo –ya citado- de José Assandri en “Brecha”, se hace referencia a esta escritora de Suardi, cuyo apellido coincide con el nombre de la novela autobiográfica de Nin Frías.
Dice Assandri:
“Pero ¿quién podía suponer que una familia de apellido Sordello se instalara en la misma localidad donde más tarde murió Nin Frías? Para Mareilí Sordello el título de la novela autobiográfica de Nin Frías debió haber sido un poco más que sugestivo.”
Así fue que, Mareilí quiso saber algo más acerca de Alberto Nin Frías, y por eso escribió una primera carta al Consulado de Uruguay en Rosario, y posteriormente también le escribió al vicepresidente uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, tratando de obtener información acerca de “el escritor” –como lo conocen en Suardi-, pero nadie supo decirle nada. Un autor uruguayo tan original, ha llegado a ser casi un desconocido en su propia tierra.

Hay en la web un precioso relato de Mareilí Sordello acerca de los últimos momentos de Nin Frías, que pueden leer en esta dirección:


_______________________

Fuentes:



-“Tres expresiones del espíritu andaluz”, por Alberto Nin Frías, Editorial Darío, Buenos Aires, 1981

-Noticia on line de “La Opinión” de Rafaela (marzo de 2007)

-Artículo de José Assandri en “Brecha” (enero de 2008)

-Ídem, en “Lapzus 3”, suplemento de “Brecha”

-Ensayo on line de Diego Castro, “El mirlo blanco”

- "Pedro Badanelli: la sotana española de Perón", por José Carlos García Rodríguez, Ed. Akron, 2008

- Artículo de Mirtha Cohitinho en “Revista Metodista” nro. 196

Imágenes de Nin Frías:
La primera, está tomada del documento en PDF de Castro, una hermosa imagen juvenil del año 1900.
Insertamos otras dos como aporte a la escasa iconografía
de este escritor:
La que aparece en el libro “Uruguayos Contemporáneos” de Arturo Scarone, Montevideo, 1918.
Por último, la foto que está al comienzo de la edición moderna de “Tres expresiones...”, y que lo muestra ya en su madurez, dictando una conferencia.

El mapa donde se marca la ubicación de Suardi y Balnearia -con referencia a las ciudades de Santa Fe y Córdoba- está tomado del “Atlante Internazionale” del Touring Club Italiano de 1927
.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Esos ojos...



ESOS OJOS

Si una noche aparecen un par de lunas
es que me miran sus ojos de felino*
Siento que puedo escaparme de su tiranía,
pero son esos ojos dos espías
que son tan rápidos que nunca te los esperas,
tan lentos como un tallo de palmera

Esos ojos se esconden de repente
y se esconde con ellos la luz del día,
y me siento a la sombra del pasar de la gente
a esperar que amanezcan con el sol todavía

Esos ojos son lagos de aguas quietas
donde van a echar suspiros los planetas
No sabes nunca qué tesoro llevan escondido,
cuántos barcos piratas sumergidos...

Mi vida tiene caricias, tiene llamaradas,
y yo cambio todo por una mirada

¿Dónde van esos ojos cuando no me miran?
¡Yo los necesito más que a mi vida!

Esos ojos parecen dos abismos
Me tientan, me tientan demasiado,
y no puedo ni hablar de mí conmigo mismo,
tengo que andarme con cuidado

Esos ojos me envician totalmente
y me dejo llevar por sus mareas,
y dejo a un lado mi mente, mis ideas
si esos ojos me miran frente a frente

Me propongo morir, detener mi caída,
pues la vida es vivir cuando te mira la vida

¿Dónde van esos ojos que no me miran?
¡Yo los necesito más que a mi propia vida!



(Tema de Luca Carboni y Luis Gómez Escolar)

(Del disco “Entre Lunas” de EMMANUEL, 1988)

(*) "femeninos" en la letra original

viernes, 20 de noviembre de 2009

Karl Heinrich Ulrichs


El creador del término “uranismo” fue un personaje fascinante, con el cual tenemos una de esas deudas que nunca se pagan.
Les dejo un extracto del emocionante capítulo que le dedica
Francis Mark Mondimore, en su libro “Una historia natural de la homosexualidad” (traducción de Mireille Jaumá, Ed. Paidós, 1998):


Karl Heinrich Ulrichs (1825-1895)

Fue una de las primeras personas que utilizó el concepto moderno de orientación sexual. Acuñó un vocabulario completo para describir a las per­sonas homosexuales (varios años antes de que un compatriota suyo alemán hablara de la palabra ‘homosexual’ en un panfleto). Dentro de su contexto his­tórico, las ideas de Ulrichs pueden considerarse revolucionarias. Inspirado por su convicción de que la orientación sexual era innata, inamovible y por consiguiente «natural», este hombre valiente y notablemente perspicaz luchó de forma incansable para modificar la actitud antihomosexual en Alemania y en Europa.

Mediante el detallado y concienzudo examen de su propia atrac­ción por otros hombres, Ulrichs se fue convenciendo de que la orientación sexual era una característica humana estable e inherente y que la homose­xualidad era una forma válida y natural de expresión sexual humana. Su vida fue una cruzada para convencer a otros de ello.

Ulrichs vivió y escribió en una época en la que el contacto sexual con per­sonas del mismo sexo se consideraba con horror «un delito contra natura». Su nueva y revolucionaria idea extraída de sus propias experiencias era que, en algunos individuos, el amor hacia personas del mismo sexo era algo natu­ral y, por consiguiente, no era un delito (ni un pecado): «No existe el amor antinatural. Donde hay verdadero amor también hay naturaleza».

Entre 1864 y 1869, Ulrichs publicó y costeó bajo el seudónimo «Numa Numantius» la edición de varios monográficos titulados «Investigaciones so­bre la clave del amor entre hombres». A cada uno de esos libretos le dio un título de origen clásico, latino o latinizado, como Vindex (Victoria) o Ara spei (Altar de la esperanza); allí explicaba sus teorías, incluía material biográfico y autobiográfico, debates filosóficos y políticos, e incluso poesía.

Ulrichs creía que era posible ser un “anima muliebris virili corpore inclusa”: tener un alma de mujer en un cuerpo de hom­bre. Llegó a la conclusión de que esta persona representaba al «tercer sexo». Como no existía vocabulario para este concepto, Ulrichs lo inventó, reto­mando las nuevas palabras de un pasaje de la apropiada obra de Platón, “El Banquete”:

‘Si sólo hubiera una Afrodíta, sólo habría un amor; pero como existen dos diosas, debe haber dos amores... La mayor, sin madre, a la que se denomina Afrodita celestial, hija de Urano; a la menor, hija de Zeus y Dione, la llamamos con el nombre común...
El amor de la descendencia de la Afrodíta común... puede ser de las muje­res... Pero la descendencia de la Afrodita celestial (uraniana en otras traduccio­nes) se deriva de una madre en cuyo nacimiento no participa la mujer... Quienes se inspiran en este amor, buscan a los hombres.'

Urichs acuñó las palabras Uranier y Dionäer para designar respectiva­mente a los «hombres que amaban a otros hombres» y a los «hombres co­rrientes». Posteriormente simplificó estos términos por Urning y Dioning para designar lo que actualmente se denominarían hombres homosexuales y hete­rosexuales. En los posteriores añadidos a sus libretos «Investigaciones», Ul­richs elaboró y amplió su teoría creando una clasificación completa de las po­sibles orientaciones sexuales. Las mujeres que se sentían atraídas por mujeres eran Urningin. El Urano-dioníng se sentía atraído por hombres y mujeres, una persona a la que denominaríamos bisexual. Incluso acuñó un término para el dioning que, a falta de pareja femenina, practicaba temporalmente el Uranismus (homosexualidad): el Uraniaster. Al homosexual que se casaba debido a la presión social y vivía como un heterosexual le llamaba Virilisirt, un urning virilizado (masculinizado). Posteriormente, Ulrichs subdividió a los urnings en dos subcategorías: Mannling, un homosexual masculino y Weibling, un ho­mosexual afeminado; pero reconoció que entre ellas podían establecerse «mi­les de gradaciones».

Ulrichs no era un académico, sino más bien un activista que se había con­vertido en un apasionado convencido de la validez de sus ideas basadas en su propia experiencia, y recabó experiencias de otros urnings que leyeron sus panfletos y le escribieron acerca de sí mismos. Ulrichs compartió sus escritos con médicos que estaban realizando trabajos de medicina sobre el tema de la sexualidad y presentó expedientes y demandas en los juicios contra urnings.

En 1867 asistió al congreso de juristas alemanes reunido en Munich para discutir los cambios que se debían introducir en los có­digos legales, y se le permitió dirigirse a la asamblea, el acontecimiento que llevó a Ulrichs a estar más cerca que nunca de introducir un cambio real en los códigos penales que castigaban la homosexualidad. Cuando habló ante los juristas alemanes, Baviera era uno de los últimos Estados alemanes que no castigaban la homosexualidad.

Ulrichs apenas había terminado la introducción de su propuesta al Con­greso en contra de las ordenanzas antihomosexuales cuando fue interrumpi­do por gritos de «¡Deténgase!». Intentó continuar su discurso varias veces, interrumpido repetidamente por silbidos y preguntas molestas, pero final­mente se vio obligado a bajar del estrado ante el griterío de los delegados. És­tos pidieron que se suprimiera la propuesta de Ulrichs, que no había sido leí­da ni escuchada por el Congreso, «en pro de la moralidad», y aquí acabó el tema. Este fracaso marcó el final de los intentos de Ulrichs de influir en la reforma legal.

En 1880, a la edad de cincuenta y cinco años, Ulrichs abandonó Alema­nia para irse a Italia, estableciéndose en la población montañesa de Aquila. Dejó de escribir sobre el «uranismo» y se dedicó a escribir historias peregrinas y poesía pastoral, y a editar un boletín escrito íntegramente en latín de­nominado Alaudae (Las alondras). Se carteaba con y le visitaban aquellos que una generación más tarde tomarían la antorcha, ahora chisporroteante, de la emancipación homosexual: John Addington Symonds y Magnus Hirschfeld. Las ideas de Ulrichs fueron demasiado revolucionarias para su tiempo, y mu­rió pobre y ciego a la edad de setenta años, en 1895.

Aunque el vocabulario pseudoclásico de Ulrichs no llegó a ser aceptado, sí lo fue su idea de la identidad homosexual. Su concepto del urning, del ho­mosexual «natural», contrastaba con el concepto planteado por otros, según el cual la atracción por las personas del propio sexo era un síntoma de dege­neración o enfermedad física o mental.


No se pierdan un merecido homenaje a Ulrichs en:

http://www.angelfire.com/fl3/celebration2000/spanish.html


Más información on line:

http://wapedia.mobi/es/Karl_Heinrich_Ulrichs

http://wapedia.mobi/es/Uranismo
(Imagen tomada de la Wapedia)

Definición de "Uranismo"


Acerca de los términos “urano” y “uranismo” que usa permanentemente Alberto Nin Frías, ellos provienen de la formación del autor en el ambiente intelectual y espiritual de los colegios ingleses de la época victoriana, al igual que la peculiar ortografía que ya señalamos.

El término "uranismo" tuvo gran aceptación entre los graduados en estudios clásicos entre 1870 y 1930.

Él mismo nos ofrece una explicación en el glosario de su “Alexis”:

URANISMO: vocablo que procede de la palabra helena “ouranos” con que se designaba al dios del firmamento, y asimismo de ese término, alemanizado por Karl Ulrichs (1865), y con el que se define el amor homosexual. Esta designación es más fina que homosexualismo u homogenismo, porque supone un afecto que puede desbastarse y llevar a una sabia dirección de la vida. Considerar a este respecto, la dialéctica de Platón en el Banquete.

URANIDAD: nombre abstracto, creación idiomática del autor de “Alexis”, denota las calidades del urano, hecho abstracción de todos los demás factores.

URANIZAR: convertir al sentir urano, hacerlo simpático, producir en una persona del mismo sexo la emoción unisexual. Creación idiomática del autor de “Alexis”.

URANIZANTE: derivado del verbo anterior; que se avecina a este sentir sin confundirse con él enteramente.

URANO, URANIANO, URANÍSTICO: adjetivos que designan lo mismo, esto es, perteneciente al uranismo.


La foto es de Von Gloeden, cuya obra también es considerada "uranista".

lunes, 16 de noviembre de 2009

Adriano según Alberto Nin Frías


Los invito a leer el capítulo que Nin Frías dedica a Adriano en su libro “Alexis”.
Respetamos la ortografía inglesa que solía emplear el autor para los nombres del mundo clásico.


HADRIANO O EL ESTADISTA

EN EL CUAL SE RETRATA A ESTE REFLEXIVO ESTADISTA EN SUS ACIERTOS Y EN SUS FLAQUEZAS, LOS CUALES, AUN TRATANDOSE DE LA VIDA DE LAS RAZONES MAS AFORTUNADAS, NO SE DAN LOS UNOS SIN LAS OTRAS.

El temperamento urano se observa en la naturaleza de los tres primeros Antoninos, Nerva, Trajano y Hadriano. Ello no obstarte, fueron estos emperadores los valores mentales, políticos y morales más altos de la dignidad cesárea. Los emperadores Trajano y Hadriano eran iberos.
Gibbons afirma, y con sobrada razón, que la época más dichosa en la historia de la Humanidad fué aquella que transcurrió entre la muerte de Dominiciano y la ascensión de Cómodo.
Hadriano (117-138), después de Marco Aurelio es el emperador romano que más ha vivido en la memoria de los pueblos y en la imaginación de los artistas.
Nada definitivo presentía fuera elevado al cargo supremo, pues fué tan sólo adoptado por Trajano en su lecho de muerte.
Desde Augusto no había tenido la complicada maquinaria del dominio mundial, un administrador más hábil ni más cauteloso. Protegió con gigantescas fortificaciones el mundo civilizado que custodiaba el poder romano: se extendían ellas desde el norte de Inglaterra hasta los fines de la Germania.

Un sagaz historiador considera a Hadriano como al primero de los emperadores romanos, toda vez que la gloria de los príncipes se mida por la felicidad que proporcionaron a sus pueblos.
Su más destacado título a la gloria es el haber fundado la administración del Imperio. Hasta ese entonces la burocracia había sido confinada a la clase de los libertos. El dispuso que de ahí en adelante los cargos administrativos fueran otorgados a los hombres libres, e instituyó, además, la jerarquía. En lo relativo a la justicia compiló los edictos promulgados por los pretores desde hacía muchos siglos atrás y los hizo reunir en un texto único, "El Edicto Perpetuo".
No obstante sus grandes talentos, su honda instrucción y su afición a la belleza, a pesar de la prosperidad pública y la paz, que fueron concomitantes con su administración, no fué bienquisto de sus súbditos ni de sus íntimos amigos.
Creo poder explicar estas mudanzas de la opinión en el desequilibrio de la sexualidad del César. Su complicadísimo temperamento, variable, múltiple, desigual, voluble, excitable, sombrío, cruel a veces, dado a fantasear como es hábito entre los artistas, con los cuales mucha semejanza guarda esta curiosísima personalidad, mitad romano, mitad griego, debía por fuerza desconcertar a quienes le sorprendían suave hasta el afeminamiento con sus privados, jovenetos de belleza estatuaria, y frío y hasta perverso con aquéllos que alguna vez había tenido en gran estima. Variaba a menudo de opinión acerca de sus íntimos, y acababa por tomar ojeriza a cuantos había prodigado honores y riquezas. Amigo, a veces espléndido, otras mezquino y ruin, desconfiaba de los que amaba al punto de hacerles espiar.
El africano Cornelius Fronto, preceptor de Marco Aurelio, uno de los hombres más honrados de su época, al recordar a Hadriano, a su augusto discípulo, le retrataba de esta suerte:
"Para amar a alguien es necesario abordarlo confiadamente y hallarse cómodo en su compañía. Ello no ocurría con Hadriano. Me faltaba la confianza, y el respeto que me inspiraba restringía mi afecto hacia él."
Tampoco le fué él simpático a Trajano, aunque hiciera su pupilo cuando estaba de su mano por congraciársele. Con un escrupuloso sentimiento del deber desempeñó todos los cargos para los que fuera nombrado. Lentamente se desenvolvió su carrera política y nunca le fueron conferidos aquellos honores excepcionales que le hubieran señalado ante el pueblo y el Ejército como al sucesor presunto de su pariente Trajano, el cual era tan amado que el Senado le había discernido solemnemente el sobrenombre de príncipe excelente, "optimus princeps".
Esta falta de popularidad -y de la cual, por otra parte, es muy posible huyera, pues dado su carácter de esteta, de elevado dílettante y, sobre todo, de urano, amaba a la libre Naturaleza, los lugares apartados, la soledad, el silencio y la extrema intimidad con muy contados seres- le movió acaso a emplear sus ocios en recorrer su magnífico Imperio, y más aún la encantadora Grecia y el fantástico Egipto, buscando las Nueve Musas en el Valle de Tempe, e interrogando al coloso de Memmon, a orillas del Nilo.

Viajaba de continuo por las soberbias rutas del Imperio observando los menores detalles de la Administración pública, y preocupándose de dotar a todas las ciudades de monumentos dignos de Roma y de su amor a lo bello. Cuidaba mucho del Ejército, como si él fuera un tesoro; empero, amaba la paz con ese convencimiento de los que creen que ella sea la madre del orden, del progreso y del comercio.
Como todo urano de tipo superior, miembro de esa aristocracia de la inversión, donde caben tantos representantes notabilísimos de la especie humana, debía sufrir los desaires de una sociedad muy dada a la burla y a la sátira, y cuyos principios familiares de falsa austeridad desafiaba. Y de ahí pueden provenir las disparidades que se notan en su conducta y en sus gustos.
Su inclinación sexual, congénita o adquirida cabalmente por ir ella acompañada de una afanosa actividad intelectual, tendía a los hechizos de la civilización helénica, y mostraba por ella ese apasionamiento que constituye uno de los rasgos más constantes de la naturaleza cultural uránica.
Tanto embelleció a Atenas que se le llegó a llamar la ciudad de Hadriano. La estancia en ella enajenaba su espíritu y en comarca alguna de sus anchurosos dominios, que solía recorrer de cabo a cabo, se sentía más dichoso. Desde allí exploraba, conjuntamente con los arquitectos y artistas de su séquito, todos aquellos sitios asociados a las grandes jornadas de la Hélade. Así visitó a Mantinea, lugar de la batalla del mismo nombre, y donde descansaban los mortales despojos de Epaminondas, y compuso en honor del estadista y del genial capitán de Tebas
una inscripción sonora y conmovida. Además, fue iniciado en los misterios de Eleusis, y en la capital del Atica presidió las fiestas sacras en honor de Baco, trajeado de arconte.

Mostró desde su más tierna adolescencia una acusada preferencia por las letras de Grecia, y tanto se empapó de su saber, de su filosofía y de su retórica, que se le hizo dificultoso el hablar en otra lengua que no fuera la del Divino Ciego. No se detuvo ahí su gusto depurado, su agudeza estética: también quiso ser artista y se entregó con entusiasmo al cultivo de la danza y de la música; estudió asimismo con ahínco Astrología, Medicina, Arquitectura y Geometría.
Sparciano, biógrafo del emperador, nos relata cómo Hadriano honró y enriqueció a los catedráticos de toda rama del saber, y cómo, cuando no los hallaba aptos para cumplir bien su cometido, les alejaba de sus cátedras, después de haberlos remunerado con largueza.
En Roma fundó, sobre la colina del Capitolio, una especie de Universidad o Academia, que designó el Ateneo, y en cuyas aulas podían ser escuchados los oradores, los retóricos y los poetas de más nombradía. Esta institución formaba una suerte de Escuela Superior que abarcaba tan sólo la parte intelectual de lo que hoy día se conoce por Facultad de Filosofía. Durante su reinado empieza a hacerse sentir el agotamiento del otrora tan viril espíritu romano como fuerza ascensional, y así toda la savia intelectual del Imperio se dirige a Grecia. Roma cesa de ser el centro literario del mundo y se multiplican los focos de cultura en todas las ciudades importantes del orbe. Había llegado la sociedad romana a una edad crítica en que la erudición, la enseñanza, la adquisición de la cultura, se estimaban en más que la originalidad y la inventiva personal.

Los Antoninos, y Hadriano muy particularmente entre ellos, se distinguieron por su afición y protección a las bellas artes y al saber. Jamás los literatos, los profesores, los filósofos, los investigadores, llegaron a ocupar más altos destinos ni se les dió tratamiento más ecuánime. Antes que mirar hacia lo porvenir se auscultaba el pasado. Los hombres cultos se volvieron dilettantes o aficionados, gustando de lo pretérito literario, como suele acaecer en épocas de gran madurez del juicio.

Desde este punto de mira, el emperador Hadriano fué el prototipo del letrado representativo de esta era: helénico por educación y por la índole de su estructura espiritual, abrasábale una sed de saberlo todo, pero en extensión y no en hondura, como lo persigue el verdadero sabio. Poseído de una aguzada sensibilidad, le atraían las cosas más opuestas; de ahí la movilidad de sus preferencias y gustos, que le convirtieron en el hombre de temperamento más ondulante, sinuoso, difícil de analizar y más lleno de matices que darse puede.
Prefirió los más remotos autores latinos a los más cercanos a su siglo.
Fue Plinio el Mozo el secretario de este príncipe, y pasa él por ser el sabio entre los autores romanos.
Esta afición al saber, esta propensión a buscar el origen de las cosas, es otro distingo muy notable del temperamento urano.
La belleza física del adolescente, su dulce, cándido y encendido mirar, su frescura estructural, le conducían a esos transportes del ánimo que paralizan la voluntad y sumen la imaginación en una suerte de eutanasia.

La condición urano no llama jamás al hombre a una felicidad tranquila ni duradera, y Hadriano, griego de alma, como ya lo hemos dicho, esclavo de la voluptuosidad ática, debiera chocar fatalmente con la rústica hombría de los legionarios imperiales.

La pasión del César por su esclavo bitinio Antínoo, y a la que éste correspondió hasta el extremo de sacrificar su vida para aplacar la ira de los dioses y alejarle de alguna desgracia, constituía la ejemplarización de su helenismo platónico. La escultura reprodujo hasta la saciedad el cuerpo y las facciones del favorito, mas no sólo como una deferencia hacia el emperador, sino también porque su beldad extraña y sugerente encarnaba en su modelado, exquisitamente blando, un nuevo tipo de adolescente: la belleza plástica del efebo del siglo II de la Era Cristiana.

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Mas donde la influencia de Grecia se trasluce con más luminosidad, es en la afición apasionada y entusiasta del amo del mundo por la Arquitectura.
Casi un milenio más tarde, otro soberano del mismo fraterno espíritu, Luis II de Baviera, había de hollar la misma senda, elevando sobre colinas vertiginosas, castillos tan fantásticos como maravillosos.
Miguel Angel, el divino, adolecía asimismo de ese afán de suntuosidad, que pareciera ser privativo del temperamento uránico refinado.
Los hombres en quienes se dan tantas contradictorias calidades, son a menudo insoportables en la intimidad, y así es fácil conjeturar que, en buen urano de tensos y exquisitos nervios, Hadriano se haya hecho elogiar sin tasa por los historiadores y abominar por los de su círculo áureo.

Refieren los cronistas que, a fin de fijar en un sitio determinado cuanto había visto de hermoso en las ciudades y en los pueblos por los cuales había atravesado durante su activísimo reinado, concibió el levantar cerca de la capital de sus dominios, por la cual tenía poca simpatía, un vasto recinto donde habría de reunir los esplendores serenantes de la Hélade y las magnificencias misteriosas del Egipto milenario. Hadriano, preciso es decirlo, era un enamorado de las civilizaciones extintas. Cuando ya cansado del gobierno del Imperio, ya cumplidos los sesenta años, pensó, después de abandonar las riendas de la Administración a su hijo adoptivo, en dar rienda suelta a su pasión por lo bello. Hacía ya dos años que había dotado de hermosísimas construcciones la ondulada cresta de una larga colina que se eleva sobre los postreros contrafuertes de los Apeninos, al pie de la montaña sobre la cual está construído el Tíber. Tratábase de un sitio encantador y saludable, y que, además, ofrecía agradables perspectivas.
Mientras tanto, gobernaba en Roma Antonino, su hijo adoptivo, con toda la cordura que hace suponer el sobrenombre que más tarde le tributaron los pueblos. Hadriano dirigía personalmente las obras de ornato y de edificación que habrían de cubrir una superficie de siete millas romanas. Era consumado arquitecto, a juzgar por el muelle que perpetúa su nombre, donde imitara, para ornamentar su sepulcro, los jardines colgantes de Babilonia. Asimismo se le atribuyen los templos de Venus y de Roma, de que todavía subsisten preciosísimos restos.

Se menta que para la edificación de su "Villa Imperial", se asoció con un artista griego, Demetrio de nombre.
A la imaginación moderna, tan limitada y pedestre bajo muchos aspectos, le parecerá casi un mito el intento cesáreo: agrupar en una especie de museo, único en el mundo, los lugares, las estatuas, los pensiles, los monumentos que el emperador había admirado apasionadamente en sus pacíficas excursiones por las más diversas comarcas. Asimismo propendía el intento de Hadriano, original y atrevido, a realizar sus ensueños de artista y de perspicaz letrado reproduciendo, piedra por piedra, el Lyceo, el Poecilo, la Academia, los Infiernos de Virgilio, el valle de Tempe, de grácil memoria, y el Prytaneo, entre sinnúmero de otras maravillas del mismo jaez.

Esto en cuanto a la segunda patria del emperador. El Egipto hierático estuvo presente en este feérico recinto, en la estatua de Serapis y otras construcciones de la villa de Canope, a la cual siempre aludía el refinado Hadriano con la frase: "Deliciae Canopi".

A lo largo de las descripciones de Sparciano, y de cuantos conocieron la ViIla Hadriana en la época de su lozanía o en la del ocaso de sus gracias, es difícil concebir un sitio más maravilloso y donde se hubieran acumulado más mármoles raros, metales más preciosos, mosaicos más soberbios o estatuas más bellas y otras cosas dignas de perpetuarse a lo largo de las edades. Tanto encanto entrelazado con tanta grandeza llevan el ánimo a pensar en Hadriano, en su mente de sabio, en su alma de artista, en su dinámico espíritu urano, que a una edad en la cual la mayoría de los mortales se tornan insensibles y egoístas, se agita con divino entusiasmo por lo bello y filosófico, ardor temperado sin duda por los amargos presagios de un próximo fin y las remembranzas de los días alciónios (1) de su edad madura.

Dos años cabales después de la iniciación de este noble "otium", moría Hadriano, a los sesenta y dos años de edad. Frente al último enemigo mostróse dueño de ese escepticismo elegante y de esa entereza de "un hombre contra quien se pecó más que él pecara". (2)
Hubiera acaso deseado con sus inclinaciones y gustos, más ese silencio lleno de oro, en el cual el talento se edifica sereno, que esas corrientes políticas que vencen o hacen surgir a grandes caracteres.

Se le atribuye en esos momentos de supremo hastío la composición de unos versos dirigidos a su pequeña alma temblorosa y encantadora:
“Anima vagula blandula,
Hospes comesque corporis!
Quoe nunc abibis in loca?
Palídula, rigida, nudula
Nec, ut soles, dabis jocos?”


El nombre de esta delicia del género humano está asociado a cuanto existe de portentoso en Arquitectura, ya se trate de templos, de fortificaciones, de tumbas o de palacios.
La Villa Hadriana sirvió durante siglos de cantera a Europa: despojada de sus tesoros artísticos por Constantino para la ornamentación de Byzancio, saqueada por los césares de Occidente y asimismo por los romanos pontífices, adictos a la belleza antigua, todavía en el siglo decimoquinto excitaba el asombro cuando no la admiración de quienes contemplaban su fenecida grandeza.

Cuando el fino humanista que fue Pío II la visitó, no pudo menos que prorrumpir, ante tantos admirables peristilos, bóvedas, piscinas, columnas y pórticos, en estas poéticas palabras:

“La vejez todo lo deforma. La hiedra trepa hoy día a lo largo de esas murallas recubiertas otrora de pinturas y de géneros bordados en oro: zarzas y espinas crecen y descansan donde otrora se sentaban tribunos ataviados de púrpura, y serpientes habitan las cámaras de las princesas. Tal es el destino de las cosas perecederas".
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(1) Días bonancibIes: se refiere al alción, ave fabulosa que sólo anidaba sobre un mar tranquilo.
(2) Shakespeare.