Hebert Scariatto (1953-1993) fue el hombre que hizo posible en Uruguay, a través de un medio de difusión masiva, el contactarse con otras personas para tener con ellas algo más que amistad, y sin importar el sexo ni la orientación sexual de quien buscaba compañía, en la vida o en la cama.
Para mí, fue la gran oportunidad de conocer personas que no frecuentaban el ambiente gay, y que aún hoy forman parte de mi círculo de amigos.
Aquellos inolvidables "Susurros" que publicaba el diario "La República", hicieron historia. Por primera vez en nuestro país, los "susurradores" se atrevieron a expresar sus deseos más profundos de realizar todo tipo de fantasías sexuales con gente afín a sus intereses.
Las dos notas que comparto con ustedes a continuación aparecieron, la primera, en la contratapa de "Susurros" (22 de febrero de 1993) cuando falleció Hebert, y la segunda, a fines del 94, cuando se reinició la publicación de mensajes.
"HEBERT" por Néstor Curbelo
Cuando nos conocimos en 1968, (inútil repetir todo lo que ello connota, vejentud aparte) eras al uso. Como casi todos nosotros. Montgomery, Levy's, botas de paracaidista, alguna cita siempre pronta de Marx, Lenin o el Che Guevara, un mapa preciso de lo que la vida, necesaria y científicamente, estaba obligada a ser: una granja colectiva en donde la felicidad crecería como zapallitos. Zapallitos todos iguales porque eso de la uniformidad era importante. Años más tarde, en París, esperaban otras lecciones. Quienes se habían soñado a sí mismos como patrones de la granja no toleraban tus diferencias. Me refiero a aquellos, hoy acogidos a distintas formas de la jubilación (malhaya triste destino...), a aquellos guardianes de la ideología (tan seguros de la solidez de los muros, entonces), tan convencidos de la plena vigencia de las buenas costumbres (suyas), tan patéticos en el diseño de paredones de fusilamiento imaginarios pero que, en su insistencia, en su emperrada manera de sobrevivir aferrados a la cornisa y sin cambiar un ápice, causaron tantas víctimas inocentes entre aquellos que se habían "quebrado". Eso sí: tenían preferencias claras (no podía ser de otra manera, lo tenían todo "claro" excepto su propio futuro): mujeres liberadas y gays primero. ¡Pum! ¡Pum! ¡Fusilados(as)!
Lo mío era más liviano, se podía enmendar con trabajos forzados: era apenas un "hippie" (¡hippie!, ¿no es increíble?) que
hacía autostop en dirección de Marruecos. En bref, mon pote: los botones rojos, los que recién ahora descubrieron al stalinismo para travestirse en ángeles que tañen urnas. Alguien que no recuerdo, una vez me contó
que un colombiano parecido a Buda se había quemado los zapatos intentando secarlos en un horno de París. Los zapatos se agujerearon y nevaba. El coso necesitaba un calzado. Tus botas de paracaidista, las de tantas movilizaciones "coordinadas", habían quedado en aquel apartamento, así que se las ofrecieron. El colombiano se extrañó de que aquel calzado tosco te pudiera pertenecer. Cuando le explicaron que eran tus botas de tupamaro, no pudo parar de reír por cuarenta y ocho horas... No era para menos, ¡con tus orejas cargadas de pendientes!
Veinticinco años más tarde, mantenías la rebeldía, a la manera de un último mohicano. Una rebeldía impar: alegre, incontaminada de cinismo. Un militante de la alegría que sabe oponer la ironía, o sea la inteligencia, a las injusticias cotidianas. Pero, además, eras un gran amigo. Un amigo generoso, mágico. Un amigo capaz del prodigio de tener, siempre, para una última cerveza cuando uno estaba muy rayado porque la última mujer se había ido y la soledad tenia negrura de abismo. Un amigo capaz de dar consejos sobre mujeres, materia en la que, insisto Hebert, no conocés un carajo. Una gran oreja solidaria a los blues del otro. Un gran integrante de la barra, un tipo tolerante y siempre respetuoso de nuestras heterosexualidades y nuestros comentarios perversos ("Escribíme esa nota sin que se te note el defecto por favor", te decía y vos reías a carcajadas). Sobre todo, un tipo respetuoso. ¡Y pensar que a algunos, ahora les parecerá relevante que tuvieras gripe, carbunclo o pie plano! Seguro: es inquietante comprender que la única condición indispensable para morirse es estar vivo. Saberlo amarga, acentúa el carácter pasajero del poder... Pero nosotros andamos bastante jodidos de poder y, por todo eso, para la barra, para Ricardo, para Renzo, para Eduardo y para mí, va a ser muy difícil ese asunto de la silla vacía. Pero tranqui, ni rezongués, ni histeriquiés: la Libertadores pinta bien, el juego va a seguir, vamos a volver a la tribuna. No te preocupes: no habrá ausencia, no puede haberla porque con vos, Hebert, aprendimos a ser más tolerantes con el "otro", con el que habitualmente carga con la “culpa" de todo. Por eso estás ahí, en la tribuna, en la mesa del bar, en nuestras casas, en la redacción, con nosotros. Fuerza, rocanrol y todo lo demás, ¿tá?
Tapa del Nro. 9 de Susurros, en el cual se informaba de la muerte de Hebert |
Hebert Scariatto (1953—1993) Sigue susurrando
Luego de años de
recorrer el mundo recaló en su viejo y gris Montevideo, Hebert.
Era 1989, y llegó el
mismo día que los restos de Raúl Sendic. Quería quedarse. La imaginación era
una constante en su personalidad. Intuía y creaba. Investigó todo lo que lo
conmovía.
Estuvo en el Penal de
Libertad y denunció en LA REPUBLICA las barbaries que allí se cometían.
Acompañaban los textos muchas fotografías que consideré repugnantes. Así se lo
dije, pero Hebert me contestó que las cosas bellas y las cosas crueles entran
por los ojos. Con el tiempo le di la razón.
Entre sus reportajes se recuerdan los que realizó al biólogo Capocasale
acerca de los arácnidos, artículo que fue elogiado por el científico, debido a
la lucidez y poder de síntesis que Scariatto demostró en la nota.
También el reportaje al
pai Miguel, o a los karatecas en A.E.B.U. y a los solitarios veraneantes de la
playa La Estacada... Nada escapaba a su ojo avizor, certero.
“Juntacadáveres” era uno
de los boliches de su predilección.
Ahora, dónde se gestó la
idea de «Susúrrele a Galíndez», vaya uno a saber...
Al perrito de Galíndez
no se le pudo susurrar más debido a la pacatería del Iname. Debió entonces
llamarse a los pedidos de amor, afecto y placer, simplemente: Susurros.
Luego vino la revista
Susurros de la que conservo seis ejemplares, en las que ahonda en profundos
reportajes a la humanidad, los seres humanos y el sexo en sus más variopintas
manifestaciones. Frente a la intolerancia, el descaro; frente a la prohibición,
el desacato.
Por eso, al Hebert se lo
extraña. Ya no está su risa fresca y picara, y en estas épocas de elecciones la
bandera del MPP que nos dejó de regalo igual ondea por casa.
Cuando alguien dijo en
el velatorio: "Pobre Hebert", yo pensé: Pobres de nosotros (desde
ahora).
Bueno, ahora estás de
nuevo con tus susurros, y nosotros esperando cada martes, con complicidad, las
audacias de los montevideanos.
24 de octubre de 1994
Juan José Quintans
N. de R.: Hebert
Scariatto fue en vida el editor creador de la revista Susurros, la que dejó de
publicarse en 1993, debido a su prematura desaparición física, victima -como él
decía- de “los males de fin de siglo".
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PAI: líder religioso en la religión umbandista.
GALÍNDEZ: perro (dibujo) que era en realidad una burla, parodia o
contraparte –hasta en el nombre- del “Gallito Luis”, personaje-símbolo de los
avisos clasificados de El País.
INAME: Instituto Nacional del Menor, hoy INAU.
MPP: Movimiento de Participación Popular.
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ELEGÍA A HEBERT SCARIATTO
(Poema publicado también en el número 9 de Susurros)