domingo, 5 de abril de 2015

Dos hombres desnudos en la primera Pascua



Montevideo, domingo de Pascua de Resurrección, 2015

EL JOVEN QUE HUYÓ DESNUDO

El último en abandonar a Jesús en aquella primera semana de Pascua cristiana, fue un adolescente desnudo. Todo un mensaje.
Seguimos el apasionante relato de Giuseppe Ricciotti en su clásica "Vida de Jesucristo":

La tradición antigua concuerda con Papías, en la aserción de que Marcos no fué discípulo de Jesús. Las afirmaciones en contrario (por ejemplo, la de Epifanio) son aisladas y tienen poca profundidad. No obstante, la tradición no excluye el que Marcos, de jovenzuelo, hubiera visto alguna vez de pasada a Jesús, sin ser, no obstante, verdadero discípulo suyo. La circunstancia de que la casa de la madre de Marcos era lugar de reunión de los cristianos de Jerusalem y que, en el año 44, Pedro se refugió tal vez en ella al salir de la prisión, hace presumir una antigua amistad, que bien podría remontarse a antes de la muerte de Jesús. Afirmada esta posibilidad, entra en relación con ella un singular episodio de la pasión de Jesús, narrado únicamente por Marcos, episodio muy preciso incluso en su misteriosa reserva.

Gabriel D'Annunzio ha escrito: ¿No habéis pensado nunca en quién podría ser aquel joven «amictus sindone super nudo», del que habla el Evangelio de Marcos? «Y todos, dejándole, huyeron. Y un joven le seguía vestido con una tela de lino sobre el cuerpo desnudo, y los soldados le prendieron. Pero él, dejando el lienzo, huyó de ellos, desnudo...» (Marcos 14, 51) ¿Quién era aquel decimotercero apóstol, que tomara el lugar de Judas en la hora del espanto y de la gran angustia...? Vestía una ropa ligera. Huyó desnudo (reiecta sindone, nudus profugit ab eis). No se supo más de él en el mundo (Contemplazione della morte, cap. xv, abril 1912).

Históricamente, este episodio es como una estrella fugaz, sin relación alguna con los demás hechos de la pasión, hasta el punto de que podría suprimirse sin alterar la narración en conjunto. Sin embargo, el narrador está bien informado: sabe que aquel jovenzuelo, quizá despierto de improviso por el alboroto nocturno, no había tenido tiempo ni siquiera de vestirse una túnica y con la sola sábana había comenzado a seguir a Jesús. Capturado, la abandona en manos de sus apresadores y huye desnudo. 




Los discípulos de Jesús habían huido ya antes, como dice el narrador con antelación, e incluso Pedro, el principal informador de Marcos, había huido también y no estaba en su puesto. ¿Quién era, pues, aquel jovencito, único testimonio amigo entre tantos enemigos? ¿Por qué Marcos, que sabe tanto de él, no lo nombra, prefiriendo presentarlo oculto por un velo misterioso? Quizá fuera el mismo Marcos, como piensan muchos eruditos modernos. Así como Pedro escondía en la catequesis hechos que le honraban, pudo también Marcos haber velado su propia faz, no queriendo, sin embargo, omitir del todo aquel episodio, que en su relato podía valer como simbólico “signaculum in sigillo”.

LA SEMANA DE PASIÓN:
EL JUEVES
LOS PREPARATIVOS DE LA ÚLTIMA CENA

Alboreó el jueves, que era el primer día de los Ázimos, cuando inmolaban la Pascua (Marcos 14, 12). De aquí que en tal día debían proveerse las cosas necesarias para la celebración del solemne rito incluso por parte de la comitiva de Jesús, ya que por este motivo Jesús debía permanecer aquella noche en Jerusalem y renunciar a retirarse a Bethania, en el monte de los Olivos, como las noches precedentes. 
Le dijeron, pues, los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar (las cosas) para que comas la Pascua? Jesús entonces envió a Pedro y Juan (Lucas, 8), diciéndoles: Id a la ciudad y allí encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua. Seguidle y donde entre decid al dueño de la casa: «El Maestro dice: ¿Dónde está mi estancia donde coma la Pascua junto con mis discípulos?» Y él os mostrará una sala superior  grande, provista de alfombras y dispuesta. Preparad allí (las cosas) para nosotros (Marcos 14, 13-15).
El signo dado a los apóstoles era bastante singular, porque la misión de ir a por agua y transportarla estaba de ordinario reservada a las mujeres. Los dos apóstoles se atuvieron al signo, y entrando en la ciudad — sin duda por la puerta situada sobre la piscina de Siloé y frente al monte de los Olivos — encontraron efectivamente al hombre del cántaro. Siguiendo al hombre hasta la casa a la que se dirigía, el dueño de ésta puso efectivamente a su disposición la sala de que Jesús les había hablado. No cabe dudar de que aquel hombre era persona afecta a Jesús, a quien probablemente había recibido otras veces en su casa. ¿Quién sería aquel ignorado discípulo? Más que hacia el cauto Nicodemo, o hacia José de Arimatea, el pensamiento se dirige hacia el padre u otro pariente de Marcos, cuya casa, después de la muerte de Jesús, se convirtió en punto habitual de reunión para los cristianos de Jerusalem. Si se pudiese probar que aquel misterioso joven que huyó desnudo de las manos de los guardias de Gethsemaní era precisamente Marcos, se confirmaría que el dueño de la casa era pariente suyo, tanto más cuanto que este relato de la preparación de la Pascua es más minucioso y circunstanciado en Marcos que en Mateo. Si el nombre de aquel discípulo fué silenciado por los evangelistas, es muy posible que lo hiciesen inspirándose en una razón prudencial, análoga a aquella por la que los Sinópticos omitieron todo el relato de la resurrección de Lázaro. También, por elemental prudencia, Jesús envió a preparar la cena a Juan y a Pedro, mas no a Judas, el administrador común a quien hubiera debido corresponder aquel encargo. El traidor ocupábase entre tanto en urdir su traición, y esta tenebrosa actividad no debía serle mayormente facilitada por la prematura indicación del lugar donde debía celebrarse la reunión suprema. Además, la opinión según la cual la última cena tuvo lugar en casa de Marcos no es nueva y tiene en su favor una tradición respetable. 




Hacia el 530, el arcediano Teodosio, describiendo su visita a Jerusalem, cuando habla de la iglesia de la Sancta Sion, considerada universalmente como el lugar de la última cena, afirma con confianza: “Ipsa fuit domus sancti Marci evangelista” (De situ Terree Sanctce, p. 141). Y esta afirmación debía fundarse en alguna tradición antigua. De hecho, en el mismo siglo VI, el monje chipriota Alejandro comunica que una tradición ya antigua en sus tiempos afirmaba que la casa en que se celebró la última cena fué precisamente la de María, madre de Marcos, donde el Maestro solía albergarse cuando iba a Jerusalem, añadiendo que el hombre del cántaro era efectivamente Marcos. La casa de la última cena fué, de cierto, demolida en las destrucciones de Jerusalem de los años 7o y 135. Sin embargo, los cristianos contemporáneos debieron conservar con precisión el recuerdo del lugar y apenas les fué posible edificaron allí una iglesita recordada por Epifanio, y que en el siglo IV fue incorporada a una amplia basílica, la Sancta Sion (extremidad suroeste de la ciudad alta).

GETHSEMANÍ

Juan, apenas terminados de referir los últimos coloquios, prosigue: Habiendo dicho estas cosas, Jesús salió con sus discípulos allende el torrente del Cedrón, donde había un huerto en el que entró él y sus discípulos. Y conocía también Judas, que le traicionaba, el lugar, porque a menudo había ido allí Jesús con sus discípulos (Juan, 18, 1 -2)La indicación de que el huerto predilecto estaba allende el torrente del Cedrón basta para concluir que se hallaba en la zona del monte de los Olivos, lo que asimismo afirman explícitamente los Sinópticos, quienes comunican también que el huerto se llamaba Gethsemaní. El apelativo (que significa «lagar de aceite») implica un olivar con su correspondiente lagar, acaso protegido por un vallado, todo lo cual está de acuerdo con el nombre del mismo monte. Una tradición, clarísima ya en el siglo IV, señala como correspondiente al Gethsemaní un lugar poco más allá del Cedrón y junto a la carretera actual de Jerusalem a Bethania, donde aun hoy sobreviven olivos de extraordinario tamaño y edad milenaria.El camino del cenáculo a Gethsemaní constituía un cómodo paseo. En la clara noche de luna llena, bajo el penetrante aire primaveral, los salidos del cenáculo descendieron desde la Ciudad Alta hacia el Tyropeon, y, siguiendo probablemente el antiguo camino en escalones hace poco descubierto, atravesaron el barrio del Siloé, salieron de la ciudad por la Puerta de la Fuente y, dirigiéndose al norte, cruzaron el Cedrón y llegaron a Gethsemaní. El huerto debía pertenecer a algún discípulo o admirador de Jesús, quien por eso lo utilizaba libremente. ¿No sería acaso su propietario el mismo dueño del cenáculo? Esto explicaría con más facilidad que estuviese presente en el huerto el jovencito sólo cubierto por una sábana, si éste era verdaderamente Marcos; pero tratándose de hipótesis sólo apoyadas en otras hipótesis no procede insistir sobre ellas. Como otras granjas de aquel género, también Gethsemaní debía tener inmediata a la entrada una casita para acoger al hortelano y servir de depósito de géneros, además de lo cual, probablemente, tendría una cueva excavada en la ladera del monte, en la que se hallaría (como aun hoy suele hacerse) el lagar de aceite que daba nombre al lugar.


En este mural de Eduard von Gebhardt, Juan es un hermoso adolescente acurrucado sobre el agotado Pedro 


En aquella noche pascual, el contorno estaba desierto, ya que casi todos se acogían a la intimidad de sus casas. A la soledad exterior correspondía el estado de ánimo de la comitiva. Como Jesús se mostraba triste por el camino, también los discípulos permanecieron pensativos y taciturnos. Una vez llegados al huerto, Jesús invitó a sus acompañantes a instalarse lo mejor posible para pasar la noche, cosa fácil para aquellos orientales habituados a pernoctar al aire libre envueltos en sus mantos. Esta vez aun tenían la ventaja de un techo y de lechos de hojas secas en la casita o en la cueva. Despidiéndose de ellos, Jesús les dijo: “Quedaos aquí mientras yo voy más allá para orar. Orad para no entrar en tentación.” En el momento de apartarse, llevóse consigo a los tres testigos de la Transfiguración, los predilectos Pedro, Juan y Santiago, conduciéndolos al lugar donde quería hacer oración.

Más tarde llega Judas y le da un beso. Era la señal de la traición. Entrega a Jesús a la turba que venía con él, en la que había sumos sacerdotes, capitanes del Templo y ancianos. Les dice Jesús: «¿Como contra un ladrón salisteis con espadas y bastones? Estando yo cada día con vosotros en el Templo, no extendisteis la mano sobre mí. Mas ésta es vuestra hora y la potestad de las tinieblas» (Lucas, 22, 52-53).


Revista "La Atalaya", octubre de 1990


El preso fue atado y comenzaron a sacarlo de allí. Los apóstoles, a quienes primero el sueño y luego el repentino suceso no les habían permitido darse cuenta aún de la realidad de los hechos, sólo la comprendieron entonces, viendo al Maestro realmente aprisionado y conducido como un delincuente vulgar. Quizá mejor en aquel instante que a través de todas las anteriores afirmaciones de Jesús comenzaron a entrever cuál era la durísima prueba, cuáles los padecimientos supremos a través de los que predijera el Maestro tantas veces que llegaría a su gloria. Ante tan triste espectáculo, ante tan melancólicos recuerdos, aquellos once hombrecillos se sintieron aterrados. Entonces no se acordaron en absoluto de la futura y lejana gloria del Mesías: sólo pensaron en el rechinar de las cadenas, en el brillar de las espadas, en la humillación del Maestro: entonces, totalmente desconcertados, diéronse a la fuga desde el primero hasta el último, abandonándolo todo. Y Jesús salió de Gethsemaní rodeado únicamente por los esbirros: no tenía un solo amigo a su lado.




O, mejor dicho, le quedaba un amigo, aunque no anduviese muy cerca. Aquí se produce el episodio del jovencito cubierto sólo de la sábana. Como ya vimos, es posible que aquel joven fuese el propio evangelista Marcos. Si era pariente o incluso hijo del propietario del cenáculo, quien acaso fuese dueño también de Gethsemaní, cabe suponer que, terminada la última cena, él, por simpatía a Jesús, le hubiese acompañado a Gethsemaní y allí se hubiese quedado con los apóstoles en la casita o en la cueva, durmiéndose también después de algún tiempo. Es importante la circunstancia de que iba envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, porque la sábana de lino sólo se usaba en el lecho de las personas ricas (v.Herodoto, H., 95; Eusebio, Hist. Eccl., VI, 40, 7), en tanto que la gente común, como los apóstoles, dormían envueltos en los mismos vestidos del día. Probablemente, pues, aquel joven estaba acostumbrado a pasar la noche en la casita de Gethsemaní, donde guardaría en un rincón su lecho y lo que precisaba para dormir como persona acomodada.




Si estas hipótesis responden a la realidad, todo resulta claro. El joven, despertado de pronto por el vocerío de los armados y por los gritos del herido y de los apóstoles, salta del lecho y sale vestido como está; asiste a la última escena del prendimiento de Jesús y a la fuga de los apóstoles y luego, tanto por la seguridad del propietario que se encuentra en su propio terreno como por la vivacidad juvenil acrecida por su afecto al cautivo, comienza a seguir al grupo que se aleja. A poco, los guardias reparan en aquel jovenzuelo que les sigue con tan extraño atuendo y, sospechando de él, lo prenden. Pero sólo aferran el lienzo, porque el ágil muchacho, deslizándose entre sus pliegues, deja la sábana en manos de los guardias y huye completamente desnudo. Y así Jesús fue abandonado también por su último amigo: un adolescente sin ropas encima.

**Acerca de una supuesta relación íntima entre Jesús y este adolescente, cabe aclarar que esa suposición carece de cualquier fundamento histórico, y está basada en el muy apócrifo y más que sospechoso "Evangelio secreto de Marcos".  Lo cual no quita que Jesús pueda haberse sentido atraído por algún hombre, porque dice la Biblia que "fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (Hebreos 4:15)


Giuseppe Cesari

El segundo hombre desnudo en la primera Pascua, es el mismo Redentor.
Acerca de esto, comparto un resumen de lo expresado por Luis Ortiz Muñoz en su libro "Cristo, su proceso y su muerte":

LA DESNUDEZ DE LA ICONOGRAFÍA DEL CRUCIFIJO

El arte de todos los tiempos ha esquivado la representación plástica de Cristo desnudo. Sólo tres imágenes primitivas exhiben al Señor sin vestimenta alguna. Se trata de gemas grabadas, que se remontan probablemente a los primeros siglos, pero en las que resulta dudoso precisar con exactitud, por su diminuta dimensión, lo que verdaderamente representan. En todo caso, en las más antiguas efigies que conocemos, como el tosco relieve de la puerta de Santa Sabina de Roma y el marfil de British Museum (ambos del siglo v), tanto Jesús como los dos ladrones están cubiertos con el «subligaculum» aun cuando en éstos últimos sea una simple tira de tela. Incluso en el dibujo burlesco del Palatino, la figura humana aparece con su correspondiente indumento. Si en los crucifijos orientales se percibe una tolerancia a mantener el paño de la cintura, como acreditan las imágenes de Focide y de Dafne, entre otras, en la iconografía occidental un sentimiento de respetuoso pudor impone los vestidos.

Durante el alto medievo las efigies ostentan una túnica sin mangas que desciende hasta los talones y que se denomina colobium. 

La pudorosa tradición de recubrir totalmente a Cristo perdura hasta el siglo VIII y los siguientes, en que se inicia el período que pudiéramos llamar del faldellín o enaguas. En efecto, el amplio vestido que hasta entonces ocultaba el cuerpo del Señor se acorta, se descubre el tórax y surge un ropaje que, partiendo de la cintura, envuelve los muslos hasta poco más de la rótula a modo de enagüillas. Este tipo indumentarial lo encontramos abundantemente en las imágenes escultóricas del período románico, unas veces esculpida en piedra la propia veste, otras adherida como tejido con flecos de oro, otras, en fin, representada en miniaturas y decoraciones bibliográficas o en marfilería.

En general, puede afirmarse que en los siglos IX y X el paño de pureza apunta una evolución restrictiva hacía la esquemática banda de tela con que se habrían de vestir los crucifijos renacentistas. 
La expresión renacentista que se expande con mayor vigor en el subsiguiente período barroco, es la del crucifijo desnudo, sin otra vestidura que el leve sudario, el cual, en la plástica imaginera castellana o andaluza, reviste variadas fórmulas de sutilísima estética representativa.
En conclusión, ningún artista, salvo contadísimas excepciones, se ha atrevido en período alguno de la historia de las artes plásticas a exhibir la desnudez total de Cristo en la cruz, lo que acusa una tradición ininterrumpida que constituye positivo argumento contra los defensores de la tesis nudista del crucificado.

Las excepciones que menciona Ortiz en su libro son:


El crucifijo de Miguel Angel, en el Santo Spirito de Florencia:



El Cristo de Cellini, del Escorial;



Añade, la reproducción de Durero de la Síndone de Turín, y un dibujo de Picasso:




CRITERIO DE LOS AUTORES

¿Cuál es, en suma, el criterio de los autores modernos sobre la desnudez del Señor en la cruz? Difícil es conciliar tantas teorías divergentes. Mas si se quiere una opinión conjunta e intermedia, pudiera decirse que son muy pocos los que excluyen la posibilidad de que, aun admitiendo que Jesús careciese de paño alguno de pudor, o de que lo tuviese y se lo arrancasen los verdugos, permaneciera enclavado en total desnudez, sin que ninguna persona, por razones de decencia, piedad o veneración, acudiese en su socorro.
Tanto sobre Lipsio como sobre Gretzer pesa la autoridad patrística, y uno y otro creen que el Señor fue despojado de todo vestido, a la manera romana. Es más, no juzgan que los judíos estuviesen dispuestos a la benevolencia para con Cristo ni que les fuera permitido fácilmente el acceso a los amigos y leales para cubrir al desnudo. Pero no niegan tampoco la posibilidad de que por algún procedimiento desconocido —y el último de estos autores llama la atención sobre la categoría y prestigio de José de Arimatea— se consiguiese socorrer a Jesús.
Mas la opinión que mayor influjo ha ejercido sobre los expositores modernos ha sido la de Suárez. El doctor Eximio no niega la posibilidad de que, como dice Santa Brígida, Cristo se cubriese con un velo antes de la crucifixión o de la elevación de la cruz. 
«Y puede confirmarse esto —dice— porque el Salvador padeció solamente los dolores que El mismo decretó y quiso; luego por parecer que en esta desnudez existe determinada indecencia que repugna en gran manera a la honestidad, es verosímil que Cristo, de tal modo dispuso su Pasión y movió las voluntades de los asistentes, no se vio forzado a padecer la desnudez vergonzosa.» 




Pero a pesar de todo, y después de examinar los testimonios patrísticos, Suárez se inclina por la teoría del desnudo como la de mayor probabilidad, y se apoya en las siguientes razones conjeturales: «Cuando Cristo fue atado a la columna para sufrir la flagelación, permaneció completamente desnudo, según sentencia de todos; luego no rehusó experimentar por los hombres el deshonor y la angustia de vergüenza semejante. Además, si usamos de razones humanas, no es verosímil que los propios enemigos del Señor se preocupasen de cubrirle. De los presentes apenas se hubiese atrevido alguno ni a ayudarle ni a mostrar tal benevolencia con El. Más aun cuando alguno, como la bienaventurada Virgen, la Magdalena o Juan, se hubiera atrevido a ello, no se lo habrían permitido quienes con vehemencia deseaban a Cristo toda injuria e ignominia. Y si miramos a la razón de la divina Providencia, no hay ningún absurdo en que Cristo quiso cubrir nuestra desnudez con la suya y enseñarnos la perfecta dejación o desprendimiento de las cosas temporales. Asimismo, con esta señal manifestó que el Padre le había abandonado al arbitrio de los judíos.»

Detalle del cuadro de Max Klinger


El parecer de Suárez fue seguido por gran número de autores en la época moderna e incluso en la contemporánea. Pero más que un criterio rígido, la mayoría de los escritores adopta la postura intermedia. Así Ollivier cree que dejaron al Señor completamente desnudo, aunque admite que pudieron consolarle con el alivio de un lienzo. Fouard es de la misma opinión y estima que nada hay contrario a esta hipótesis en los usos romanos y en las tradiciones judías. Para Fillion todo induce a creer que los romanos transigieron con el uso judío, aludido en el Talmud, de envolver con un lienzo la cintura del delincuente, y atribuye la iniciativa a los sanedritas para no faltar gravemente a las leyes de la decencia. Ricciotti tampoco excluye la posibilidad de que se cubriese a Cristo con el primer harapo que se tuviera a mano, y en ello coincide el P. Fernández Truyols, quien no cree que opusieran resistencia los militares a ese gesto de piedad. Mir, apoyándose en Ederscheim, sugiere que, no obstante la costumbre romana, se condescendió en la delicadeza con un reo a quien el procurador imperial había mirado siempre con el mayor respeto. Schuster- Holzammer piensa que Jesús llevaba un pañete y que, «dada la repugnancia de los judíos a la desnudez total y la presencia de mujeres en la ejecución del castigo, es muy verosímil que no se le quitó tan elemental indumento». Holzmeister se inclina por la postura de la desnudez completa, no obstante aducir como razón contraria, la de que si Cristo fue exceptuado de ir desnudo en el camino del Gólgota por respeto a los judíos, cual se deduce de los primeros Sinópticos, bien pudo darse la misma excepción al ser crucificado. Argumento al que ha de añadirse el del paño de pureza de la iconografía cristiana. Prat se niega a creer, sin pruebas, que no haya habido en el Gólgota quien socorriese a Jesús. El P. Páramo supone que «el centurión, acomodándose a la costumbre judía, consintió en que Cristo fuese levantado en la cruz no completamente desnudo, como lo hacían los romanos, sino con un lienzo, alrededor de la cintura». El P. Leal, en fin, se suma a la opinión del P. Gómez Pallete, quien después de reunir todos los testimonios, y sin negar verosimilitud al paño de pureza, se inclina por el sentir de los Santos Padres.


"Cristo de la Paz" por Félix de los Ríos


LOS SINDONÓLOGOS

En nuestros días ha surgido un nuevo argumento en pro de la desnudez total de Cristo en la cruz. Tal es el testimonio de la Santa Sábana de Turín, donde las huellas acusan con toda claridad la figura de un hombre totalmente desnudo, que en la impronta anterior se cubre la pelvis con las manos cruzadas y en la posterior muestra los glúteos con vestigios de los azotes. Es curioso, como advierte Hynek, que todas las copias de la insigne reliquia exhiban el paño de pureza y que sólo Durero haya reproducido con exactitud el original, sin esta adición exigida por el decoro. Precisamente en la desnudez estriba una de las razones de la autenticidad de la Sábana, ya que ningún falsario se hubiese atrevido a pintarla así. El detalle coincide además con la primera descripción que conservamos de la reliquia, debida a Nicolás Mesantes, el cual la sacó de Constantinopla durante el saqueo de los Cruzados en 1201. La noticia dice lo siguiente: «Los lienzos mortuorios de Cristo son de lino... y están impregnados de indestructibles olores de mirra, porque envolvieron, después del martirio, el misterioso cuerpo, que estaba sin vestiduras, completamente desnudo y cubierto de aromas.»
Mas el argumento de la desnudez en la reliquia torinesa carece de valor probatorio. Ante todo, porque Jesús pudo tener el «perizoma» durante la crucifixión y serle quitado al ungirle y darle sepultura. Barbet, que medita y sopesa los testimonios greco-romanos y cree que las dicciones gymnós y nudus significaban sólo desnudez parcial, no estima decisivo el argumento de la efigie en la Sábana. «Las improntas —dice— pudieron grabarse a través de un «subligaculum». Las imágenes vegetales de Volckringer se forman por encima de una hoja o lámina de sostén y se reproducen sin más en otra exterior. Otro tanto, por consiguiente, pudo ocurrir con las huellas de la pelvis de Jesús, aunque siempre se echarían de menos las improntas de las manchas de sangre de que debió impregnarse el perizoma.
En suma, no puede deducirse nada definitivo de la preciosa reliquia de Turín, por lo que queda en pie la tesis general, ya aducida como postura intermedia, de que el Señor quedó al principio completamente desnudo, sin perjuicio de que después se le socorriese de algún modo con el paño de honestidad.
Si queremos, en fin, penetrar en el profundo misterio de la desnudez de Cristo, habríamos de decir con San Francisco de Sales que «con su muerte pretendía restaurar en nosotros el estado de inocencia, pues los indumentos que vestimos son el uniforme del pecado. ¿No sabéis que Adán en cuanto prevaricó empezó a avergonzarse de sí mismo y se hizo como pudo un traje de hojas de higuera?... Pero el motivo principal de estar desnudo fue enseñarnos cómo es preciso, si queremos complacerle, despojarnos de todo, y reducir el corazón a la misma desnudez en que se hallaba su sagrado cuerpo, desposeyéndole de toda clase de aficiones, a fin de que no desee ni ame a otra fuera de El...»

EL EPISODIO DEL ADOLESCENTE DESNUDO EN UNA HISTORIETA

Esta historieta apareció en la revista infantil Billiken de Editorial Atlántida, genial emprendimiento del uruguayo (rochense) Constancio C. Vigil, en marzo de 1961. En ella, el joven es más bien un niño preadolescente de cabello enrulado -a la manera de Antinoo-, y no huye totalmente desnudo, sino con una especie de taparrabos.








EL JOVEN DESNUDO COMO PRINCIPIO CÓSMICO

Una interpretación espiritual del jovencito desnudo, la ofrece Rudolf Steiner en su comentario al Evangelio de Marcos, Editorial Kier, 2003:

Únicamente el Evangelio de Marcos se refiere a que el Hijo del Hombre quedaba solo y que el elemento cósmico se cernía en torno suyo. Vemos por lo tanto, que con relación al acontecimiento de Gólgota, únicamente el Evangelio de Marcos expresa en forma tan concisa el hecho de que en el mismo instante en que los hombres. por su falta de comprensión, atentan contra el "Hijo del Hombre". huye el nuevo elemento cósmico que con el comienzo de la nueva era se unió con la evolución terrestre, como impulso. Aquel elemento huyó y les quedaba el Hijo del Hombre. Examinemos si el Evangelio de Marcos destaca, en este relato, cómo lo cósmico se relaciona con lo humano.
"Y respondiendo Jesús, les dijo: como a ladrón habéis salido con espadas y con palos a tomarme. Cada día estaba con vosotros enseñando en el templo, y no me tomasteis; pero es así, para que se cumplan las Escrituras. Entonces dejándole todos sus discípulos, huyeron."
El se queda solo. ¿Y el nuevo elemento cósmico? Imaginémonos la soledad del hombre que hasta entonces estaba compenetrado del Cristo cósmico, y que ahora, como si fuera asesino se halla frente a los esbirros. Y los que debieran haberle comprendido, huyeron. El versículo 50 dice: "Entonces dejándole todos sus discípulos, huyeron". Siguen los versículos 51-52:
“Empero un jovencito le seguía cubierto de una sábana sobre el cuerpo desnudo; y los mancebos le prendieron; mas él, dejando la sábana, se huyó de ellos desnudo."



¿Quién es el "jovencito" que aparece al lado de Cristo Jesús, casi sin vestir y que luego se escapa desnudo? Es el impulso cósmico que desaparece y que ahora sólo por un lazo muy débil queda unido con el Hijo del Hombre. Estos dos versículos tienen un amplio contenido. El nuevo impulso no conserva nada de lo que en los tiempos antiguos envolvía al hombre. Es el nuevo impulso cósmico, totalmente desnudo, de la evolución terrestre. Queda vinculado a Jesús de Nazaret, y volvemos a encontrarlo. Pues el decimosexto capítulo comienza así:
"Y como pasó el sábado, María Magdalena, y María madre de Jacobo y Salomé, compraron drogas aromáticas, para venir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, ya salido el sol. Y decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la puerta del sepulcro? Y como miraron, ven la piedra removida; que era muy grande. Y entradas en el sepulcro, vieron un jovencito sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dice: no os asustéis: buscáis a Jesús Nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado."



¡Es el mismo jovencito! En ninguna otra parte de la composición artística de los Evangelios aparece este joven quien se escapa en el instante en que los hombres sentencian al Hijo del Hombre y que vuelve a la escena después de los tres días. Y que desde entonces obra como el principio cósmico de la Tierra. En ningún otro Evangelio, sino en estos dos pasajes, aparece este jovencito, y de una manera tan grandiosa. Esto nos permite comprender en qué sentido más profundo, precisamente el Evangelio de Marcos se refiere a que se trata de un acontecimiento cósmico y del Cristo cósmico. Además, se comprenderá que con ello concuerda la composición artística de todo este Evangelio.
También es notable que, después de la doble aparición del joven, el Evangelio de Marcos, muy pronto llega a su fin, sin otras expresiones de relieve. Esto también es comprensible si se considera que difícilmente se hubiera alcanzado un acrecentamiento. Quizás, un aumento en lo sublime y lo soberbio, pero no en cuanto a lo conmovedor y lo importante para la evolución terrestre — después del monólogo del Dios; el diálogo en lo supraterrestre, en el "monte", diálogo que los tres discípulos no comprenden; luego Gethsemaní, la escena en el Monte de los Olivos, donde el Cristo tiene que decirse que los escogidos no llegan a la comprensión de los sucesos inminentes; el encontrarse solo, la pasión y la crucifixión del Hijo del Hombre; finalmente la soledad histórico- universal al ser abandonado por los que El había seleccionado; y abandonado paulatinamente por el principio cósmico. Habiendo comprendido la misión y el significado del "jovencito" que se escapa a la vista y a las manos de los hombres, comprenderemos en toda su profundidad, las palabras: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"



Después, con la reaparición del muchacho, se alude brevemente a que este "jovencito" es un fenómeno espiritual, suprasensible, pero físicamente perceptible en virtud de las condiciones especiales de aquel tiempo; primero, para María Magdalena; "después apareció en otra forma a dos de ellos que iban caminando, yendo al campo". Naturalmente, lo físico no hubiera podido aparecer "en otra forma".