La vida es la vacilación entre una exclamación y una interrogación … Existir es renegar. ¿Qué soy yo hoy, viviendo hoy, sino un renegar de lo que fui ayer, del que fui ayer? …. La soledad me desola, la compañía me oprime … Es noble ser tímido, ilustre no saber actuar, grande no tener maña para vivir … Soy un pozo de gestos que ni en mí llegaron a esbozarse todos, de palabras que ni pensé haciendo curvas con mis labios, de sueños que me olvidé de soñar hasta el final …
(del "Libro del Desasosiego")
POEMA EN LÍNEA RECTA
No conocí nunca a nadie a quien le hubiesen roto la cara.
Todos mis conocidos fueron campeones en todo.
Y yo, que fui ordinario, inmundo, vil,
un parásito descarado,
un tipo imperdonablemente sucio
al que tantas veces le faltó paciencia para bañarse;
yo que fui ridículo, absurdo,
que me llevé por delante las alfombras de las formalidades,
que fui grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que recibí insultos sin abrir la boca
y que fui todavía más ridículo cuando la abrí;
yo que resulté cómico a las mucamas de hotel,
yo que sentí los guiños de los changadores,
yo que estafé, que pedí prestado y no devolví nunca,
yo que aparté el cuerpo cuando hubo que enfrentarse a puñetazos.
Yo que sufrí la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
me doy cuenta de que en todo esto
no hay en este mundo otro como yo.
La gente que conozco y con la que hablo
nunca cayó en ridículo, nunca fue insultada,
nunca fue sino príncipe -todos ellos príncipes- en la vida...
¡Ah, quién me diera oír una voz humana
confesando no un pecado, sino una infamia;
contando, no una violencia, sino una cobardía!
Pero no, son todos lo Ideal si los escucho.
¿Es que no hay nadie en este ancho mundo capaz de confesarme
que una vez fue vil?
¡Oh príncipes, mis hermanos!
¡Basta, estoy harto de semidioses!
¿Dónde está la gente de este mundo?
¿Así que en esta tierra sólo yo soy vil y me equivoco?
Admitirán que las mujeres no los amaron,
aceptarán que fueron traicionados -¡pero ridículos nunca!
Y yo que fui ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo dirigirme a mis superiores sin titubear?
Yo que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.
(Fernando Pessoa)
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¡Oh cielo azul –el mismo de mi infancia-, eterna verdad vacía y perfecta!
¡Oh suave Tajo ancestral y mudo,
pequeña verdad donde el cielo se refleja!
¡Oh pena que vuelvo a ver, Lisboa de otrora de hoy!
Nada me dais, nada me quitáis, nada sois que yo me sienta.
¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo...
¡Y mientras tardan el Abismo y el Silencio quiero estar solo...!
(Lisboa revisitada, 1923)
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Este gran poeta portugués nació en Lisboa el 13 de junio de 1888.
Su padre muere en 1893 y entonces su madre se casa con el cónsul portugués en Durban, ciudad de Sudáfrica en la cual Pessoa vive entre 1896 y 1905.
Escribe sus primeras obras, en verso y en prosa, en inglés.
De regreso en Lisboa, intenta llevar adelante un proyecto editorial en el cual fracasa. Trabaja entonces como traductor de cartas en algunas empresas comerciales. Durante muchos años vivirá en la casa de una tía.
Incursiona en el esoterismo y en la teosofía.
En 1918 publica en inglés el extenso poema “Antinous”, en formato “plaquette”, que él mismo calificó de obsceno, pero que refleja tal vez algo de su propia ambigüedad sexual, al parecer sólo platónica.
Publicó en vida un único libro, “Mensagem”, en 1934.
Se destacó como miembro y animador de grupos literarios, antólogo, traductor, director o colaborador de varias revistas.
Escribió no sólo con su propio nombre, sino con el de varios “heterónimos” (y ya desde los seis años), siendo los más conocidos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos.
Muere el 30 de noviembre de 1935, víctima de una crisis hepática, tal vez causada por su abuso del alcohol.
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Bibliografía:
“Fernando Pessoa” por Santiago Kovadloff, traductor también del poema que publicamos (con alguna modificación), y de donde tomamos la fotografía del encabezado.
“Un baúl lleno de gente” por Antonio Tabucchi.
“Vida y obra de Fernando Pessoa”, por Joao Gaspar Simoes, de donde tomamos la foto de Pessoa a los diez años (1898).
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