I
El primer día del mes de Atir
El segundo año de la ducentésima
Vigesimosexta Olimpiada...
La rubia sonrisa del dios sol acariciaba
Las colinas del oriente
-Tú llorabas-
Remontaba de nuevo la luz su trayectoria
En los cielos del Egipto milenario
-Tú amabas más las sombras de la noche-
El rocío enlucía las pestañas del nenúfar
Corriendo por su piel de púrpura
-Y por tu pómulo soñoliento aún-
El llanto de la mañana moría
En las ondas del estanque
-Y alcanzaba tu labio de sensual bisel.
II
Con tal postrer llovizna despedías
Los jardines del Amante:
Ya no arrobarías más tu alma
En los astros del Nilo
-Pasarías a ser uno entre ellos-
Ya no adormecerías más los pesares
En el altorrelieve de un torso
Porque éstos
Eran sed de infinitud,
Contorno de nimbus en el pecho apresado,
Sed que abría senderos en la tierra
Hacia el dulce reclamo de las aguas.
III
Pensaste acaso
Al influjo de adiós estelar
Que tu adiós sería el caer de una hoja
En Su laurel imperial.
¡Si supieras cuánto fuiste para Él!
Fuiste por años lirio de las aguas
Abriéndose a Su beso,
Fuiste clámide y lebrel,
Tránsito silencioso de una faz irrepetible
Y aun en éxtasis melancólica
Que lo ataba con su raro ensueño,
Fuiste promesa que se tiende a las plantas
Del desengaño para iluminarlo con un roce.
IV
Por qué Le abandonaste
La Historia te pregunta...
Acaso ya del cielo gris
No caía escarcha al huerto,
Acaso se llevaban las albas
Lo que pusieron los númenes en ti,
Acaso por un noble sacrificio.
Mas quizá te parecieron
-Como a mí-
Veinte años bella edad
Y las aguas poesía
Para hacer de una vida vana
Fantasía en los milenios.
V
La Náyade te guió, es lo cierto,
En tu marcha de agonía hacia el ribazo:
Atrás quedaba el Tíber
Y los íntimos perfumes del otoño
-Tu presurosa desnudez de cara al río-
Lejos ya las mañanas compartidas
Bajo el azul intenso de las Islas
-Tu solitaria inmersión de amoroso delfín-
Lejos, el juego donde siendo Él
Crucificado grito, fueras tú rendida cruz
-Y tu boca en el agua que se entreabre
Como quien pide un beso,
Como quien muere de sed...
VI
“¿Y dónde está mi joven pastor?”
Ascendió Su lamento al descubrir
Una ingenua estatua de alabastro y sol
Anegada entre lodo y guijarros.
“¿Y la luz de tu mirada tenue?
-Cristal de lapislázuli al poniente-
¿Y el flotar de tus bucles bitinios?
-Sombrío oleaje alzando vuelo-
¿Y la tensa delicia de tu vientre?
-Juego de cuerdas tendidas bajo mi mano
De asombrado citarista-
¿Y el calor que en la noche elevaba
Incendios en mi piel, haciendo
De cualquier estancia morada de dioses?”
VII
Es tanto de golpe
Con el cuerpo querido que se pierde:
El dulce rostro del joven bienamado
Y su boca nunca demasiado besada,
El pie que corriera tras los ciervos
Y el torso combado
Que elevara murmullos a su paso,
La cabellera de fauno en que navegó
Una mano,
La seda o piel de las unciones
Y el rosado orbe de los ocultos besos...
¡Todo ahora perdido bajo el lodo!
VIII
Cuando el amigo no abreva
Ya su sed junto a la nuestra
¿Qué son sin él los caminos y la noche?
-La nevada cumbre del Etna
Remontada a tu lado, un anochecer-
¿Y las brisas de altamar bajo los astros?
-Noches consagradas al misterio,
Tu joven mirada ante el vuelo de Pegaso-
¿Y los cánticos tristes y la inmortalidad?
-El delicado élegos
Opuesto al moaré rosáceo de tu labio-
Para quien todo el mundo ha sido un pecho
¿Qué es ya sin él
Un imperio, qué un Zeus Olímpico?
IX
Tantas horas desnudas
Un cincel copiando en mármol
El mohín exacto de una boca,
La curvatura lisa de tu muslo...
Pero ante la dulce y dolorosa
Certeza de la carne, para qué
La eternidad de una sombra que no tiembla.
Sueños de ser un Prometeo
Y robar el soplo del fuego que ilumina
La pupila con la misma luz
Del astro y la luciérnaga,
Que tiñe la piel con el tono
De la aurora y de la miel,
Que colma al ser con sonidos
De pájaros, con quejas,
Y sabores de almíbar y salitre.
X
Ya el horizonte se extinguía tras Él
Con el arribo de púrpura y estrellas
Mas para Su alma flagrante
Qué era una lágrima,
Qué era un clamor,
Qué era tener tu corazón de muchacho
Entre las manos
¿Y su música?
Qué era eternizar la forma de tu cuerpo
¿Y su llama?
Qué era ya la vida, vino breve,
Sin tu dulce fisonomía para el libamen.
XI
Habías sido
Huésped, escanciador y compañero.
Habías sido
El culto, la ofrenda, los misterios,
Como un Baco Su vendimia,
Como Ceres Su espigar...
Y en el silencio del dolor
Él oyó tus pasos alentando
En lejanos corredores:
Tus plantas apenas si acariciaban
Las losas que vestían el camino
Hacia la puerta de los dioses.
Y fuiste dios por Él
Con el derecho que da el amor.
XII
Te habías desleído ya.
Y en la noche egipcia, una luna de estandarte
Iluminaba apenas para adivinar
Dónde terminaban
Los sollozos de un hombre viejo
Y dónde empezaba
El epinicio de las aguas.
Te habías desleído ya.
Y en la noche egipcia, un hombre enamorado
De cabellera claroscura
Y por nombre Adriano, soñaba:
Veía su Antinópolis naciendo
De entre los légamos de Bessa hasta ser
Nube azul en la noche, luminosa.
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Del libro "Antínoo. Un día en el Paraíso", por Carlos Framb, Editorial Universidad EAFIT, Colección Acanto, Medellín (2002).
Carlos Framb nació en Colombia en 1964.
Carlos Framb nació en Colombia en 1964.