Adriano y Antinoo en el palacio de Loquias, en Alejandría.
Adriano había estado levantado casi hasta el amanecer, para descansar luego apenas durante tres horas; ahora estaba comparando, con el ceño fruncido, los resultados de sus observaciones hechas durante la noche, con las tablas astrológicas que se hallaban delante suyo.
Durante su trabajo, meneó repetidas veces la cabeza, para expresar su descontento; hasta tiró una vez el pedazo de tiza del cual se sirviera para hacer sus cálculos, sobre la mesa, reclinándose en el respaldo del sillón, tapándose los ojos con ambas manos.
Luego volvió a comenzar con su tarea de anotar números, pero su resultado no parecía ser más satisfactorio que el anterior.
..........................................................
Cansado del silencio absoluto que reinaba a su alrededor, llamó a Antinuo, quien estaba contemplando el puerto.
Enseguida se acercó el favorito a su amo.
Adriano contempló, y dijo meneando la cabeza:
—Tú también tienes el aspecto de aquel que espera la inminencia de una desgracia. ¿Se ha nublado el cielo del todo?
—No señor. Es azul sobre el mar, pero sobre el sur aparecen grandes nubes.
—¿Del Sur? —preguntó Adriano, pensativo.— Es difícil que nos amenace algo grave desde ese lado. Pero viene, se acerca, y estará aquí antes de lo que sospechamos.
—Te has quedado velando tanto tiempo. . . esto te da mal humor.
—¿El humor?... ¿Qué es el humor? —murmuró Adriano, sombríamente. —El humor es un estado que se apodera de todas las emociones del alma a un tiempo, con justificada razón, y esta aprensión es lo que está ahogando hoy a mi corazón.
—¿Entonces, has visto señales malas en el cielo?
—Sumamente malas.
—Tú, como todos los hombres sabios, crees en lo que estás leyendo en las estrellas —contestó Antinuo. —Probablemente tengas razón, pero mi cabeza, débil por cierto, no quiere comprender lo que tiene que ver su camino regular con mi vida irregular.
—Tienes que envejecer primero —dijo el emperador. —Tendrás que aprender a conocer el mundo entero y recién entonces podrás hablar de estas cosas y conocer que cada parte de la creación, la más grande y la más pequeña, están ligadas mutuamente, dependen la una de la otra y tienen un efecto conjunto. Todo lo que es y será en la naturaleza, todo lo que sentimos nosotros, los hombres, lo que pensamos y hacemos, todo esto está supeditado a causas eternas y lo que resulta de las mismas, lo han escrito demonios que se hallan entre nosotros y la deidad, en el cielo. Las letras de esta escritura son las estrellas, cuyos caminos son tan invariables como las causas de todo lo que es y pasa.
—¿Estás completamente seguro de no equivocarte nunca, al leer esa escritura? —preguntó Antinuo.
—Hasta yo puedo estar equivocado, —contestó el emperador—pero estoy bien seguro de no haberme equivocado esta vez. Me está amenazando un grave siniestro. Son coincidencias extrañas y atemorizadoras.
—¿Me dirás cuáles son?
—De la maldita Antioquía de donde nunca ha venido nada bueno para mí, recibí un oráculo que... del cual... ¿para qué te lo voy a ocultar ?... A mediados del año venidero deberá caer sobre mí, como el relámpago que tira al suelo al desprevenido, una desgracia grave, y esta noche. ¡ Mira aquí, esta tabla!. . . Aquí está la casa de la muerte, allá están los planetas... ¿ Pero qué entiendes tú de estas cosas? Con esta perspectiva ante los ojos es difícil proseguir. ¿Qué nos traerá el año venidero?
Adriano suspiró profundamente, pero Antinuo se le acercó, y arrodillándose ante él, preguntóle, modestamente como un niño:
—¿Me permite el gran sabio a mí, el pobre ignorante, que enriquezca su vida con seis meses buenos y agradables?
El emperador sonrió, como si supiera ya lo que estaba por decirle su favorito; pero éste continuó hablando, alentado:
—No te preocupes por el futuro. Lo que tendrá que venir, vendrá de todos modos; por cuanto ni siquiera los dioses tienen poder alguno para cambiar el destino. En cuanto se acerque el mal tenderá sus sombras con anticipación. Tú las observas y permites que te oscurezcan los días de sol, mientras yo camino por mi ruta despreocupado y veo la desgracia recién al tropezar con la misma y cuando me golpea.
—De esta manera te ahorrarás unos cuantos días negros, —interrumpió el emperador al joven.
—Es precisamente lo que quería decir.
—Tu consejo es muy bueno para todos los que pasean despreocupados en esta vida, —contestó el emperador— pero el hombre a quien ha encomendado el destino conducir a millones de personas por entre precipicios, tiene que mirar hacia todos los lados, considerar lo cercano y lo lejano, sin cerrar nunca los ojos, aun cuando se vea obligado a ver cosas tan espantosas, como las que estuve obligado a contemplar esta noche.
_____________________________
Este es un fragmento del capítulo cinco de la novela histórica “Adriano el Emperador” (Buenos Aires, 1945), escrita por el novelista y egiptólogo alemán George Ebers (1837-1898) y traducida por F. Schweizer.
La primera edición de esta obra en su idioma original (“Der Kaiser”) es de 1881.
Es curioso cómo traducen el nombre del bitinio: “Antinuo”.
En esta escena que compartimos, se basó el artista alemán Otto Knille (1832-1898) para su cuadro “Adriano y Antinoo”, publicado por “La Ilustración Española” en diciembre de 1885.
El grabado va acompañado de esta descripción, bastante despectiva por cierto hacia la figura del favorito de Adriano:
“Antinoo, bello mozo de Bitinia, tipo de la corrección de formas, a creerse lo que escriben los antiguos, llegó á ser el confidente y favorito del emperador Adriano, por quien se sacrificó arrojándose al Nilo.
Refieren otros que esta prueba de afecto no fue tan espontánea como Adriano dio a entender, sino que, viajando éste por Egipto, le dijo el oráculo que su vida corría peligro mientras no hubiese quién sacrificara la suya por la del emperador; lo cual hizo Antinoo obligado por su dueño.
De todos modos, no se perdió gran cosa con la muerte del antiguo pastor de Bitinia, que no merece por cierto de la Historia los honores hasta divinos que le hizo tributar su dueño.
El autor de este cuadro se inspira generalmente en hechos históricos o en leyendas fantásticas de las muchas que constituyen la literatura popular alemana. El cuadro que hoy le reproducimos demuestra suficientemente hasta qué punto tiene su autor condiciones bastantes para tratar asuntos de alto vuelo.
Knille es profesor de la Academia de Berlín, donde su talento había pasado desapercibido hasta que llamó extraordinariamente la atención pública un toldo, propiamente un velarium romano, que pintó para decorar cierto sitio de la capital cuando tuvo lugar el regreso de las tropas procedentes de la terrible guerra franco prusiana.”
Don Francisco de la Maza también comenta el cuadro en su complemento al libro “Antinoo”, pero, no sé por qué, se lo atribuye a otro autor:
“A fines del siglo XIX volvió la figura de Antinoo a aparecer en pintura y escultura. Un cuadro, de la época del Art-Nouveau, de Culver, representa a Adriano contemplando al bitinio, que Culver lo imaginó más robusto de lo que fue y hasta un poco gordo. El cuadro es “romántico”, un tanto falso en el ambiente y de un mal gusto evidente, si bien está pintado con toda la maestría del academismo.”
Estoy de acuerdo en lo del mal gusto, porque además Antinoo aparece en una pose muy afeminada. Creo que es imposible imaginarse al bello efebo con ese aspecto tan extraño.
Al comienzo de su obra, Ebers lo describe más de acuerdo con los escultores antiguos:
“Adriano contemplaba la figura del joven con tanta atención afectuosa, como si éste fuera una obra de arte única que no pudiera ser contemplada nunca con bastante atención. Realmente, los dioses habían hecho una verdadera obra de arte con el cuerpo de este joven. Cada músculo del cuello, pecho, brazos y piernas, se distinguía por su fuerza, y al mismo tiempo por su blandura. Ningún cuerpo o rostro humano podía ser tallado con mayor perfección.”
Claro que Ebers no pudo escapar a los prejuicios de su época, y otro pasaje del mismo capítulo parece fomentar el comentario despectivo de “La Ilustración Española”. Adriano le dice al bitinio:
“Tú eres para mí más que una obra de arte. El mármol no puede ruborizarse. En la época de Atenas gobernaba la belleza al mundo, pero tú me das la prueba de que les gusta también a los dioses dar forma a la belleza en nuestro mundo actual.
Tu aspecto me reconcilia con las desarmonías de la vida. Esto me hace mucho bien, ¿pero cómo exigir de ti que me comprendas? Tu frente no ha sido creada para pensar... ¿o has comprendido alguna de mis palabras?”
Otra obra muy conocida de Ebers publicada en español, fue “La hija del Rey de Egipto” (Barcelona, 1881). La edición en dos tomos contiene lujosas láminas dibujadas por Arturo Mélida, con detalles en oro.
En cuanto a la atribución del cuadro de Adriano y Antinoo a Culver, es un enigma. Si observamos bien el grabado de La Ilustración Española, en la parte inferior izquierda de la imagen, se distingue claramente el apellido “Knille”. Y si vamos hacia la derecha, encontramos el nombre del grabador, uno de esos artistas anónimos y geniales que convertían cualquier obra de arte en un grabado maravilloso, en una época en que la fotografía todavía no se había desarrollado.
Acerca de Otto Knille, hay algunos otros datos en internet. Nació el 10 de Septiembre de 1832 en Osnabrück, y falleció el 7 de Abril de 1898 en Meran.
Estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf . En su largo peregrinaje vivió en París, en Munich y en Hannover.
Comienza a pintar cuadros de contenido histórico en 1865, y desde 1877 fue profesor de la Academia de Arte de Berlín. Escribió también monografías sobre temas artísticos.
En la web encontré otra imagen del mundo antiguo recreada por Knille, en este caso referida a los Juegos Olímpicos:
No conocía esta narración sobre la vida de Adriano y Antinoo. Yo siempre he sido más la versión de Yourcenair que de otras más descafeinadas.
ResponderEliminarLa figura de Antinoo en el grabado es, por decirlo suavemente, desafortunada, pero supongo que es hija de su época, en la que los homosexuales estaban asociados a una feminidad y amaneramiento.
También me parece curioso ese estereotipo de que si es guapo no puede ser inteligente y que se ha perpetuado hasta nuestros días. Lo que habría sería probablemente una diferencia muy notable de instrucción y conocimientos, pero no necesariamente de intelecto.
Gracias por este anális y descubrirme un grabado que desconocía.
Un beso (apasionado)
Sí, la historia contada por la Yourcenar es de una belleza insuperable. Recuerdo que la leí durante unas vacaciones en la playa, y llenó aquel verano de luz.
ResponderEliminarLas cosas que se decían de los homosexuales en aquella época, y hasta bien entrado el siglo XX, eran increíbles. Y sí, estaba ese estereotipo del afeminado.
En cuanto a la instrucción, es casi seguro que Adriano se encargó de que aquel adolescente-niño (se cree que tenía doce años cuando se conocieron) fuera instruido como correspondía a un compañero del Emperador.
Después de tu visita, agregué una imagen de otra obra de Ebers, que recordé tener en mi biblioteca.
Un beso también para ti.
Yo leí Memorias de Adriano en el hospital. Me impactó muchísimo y desde entonces siempre he tenido interés en el emperador y en Antinoo.
ResponderEliminarBueno Dany, como siempre quedo encantado. De hecho, no había escuchado hablar de la novela de Ebers.
Por cierto te quedan tres nuevas películas por adivinar en mi blog.