miércoles, 17 de marzo de 2010

La guirnalda de lotos de Antinoo


Se alza del suelo cenagoso,
pero sin mancharse.
Aspira a subir alto,
a la luz del día,
y revela una inmaculada belleza
que dejan impoluta las tinieblas
por las que atraviesa...
La noble flor simboliza
el alma del hombre perfecto.

CHOU TUN-YI (siglo XI)


“Por fin, Antinoo y yo decidimos apostarnos cerca de una charca arenosa cubierta de juncos. Decíase que el león acudía allí a beber a la caída de la noche. Los negros estaban encargados de encaminarlo hacia nosotros con gran algarabía de tambores, címbalos y gritos; el resto de nuestra escolta permanecía a cierta distancia. El aire estaba pesado y tranquilo; no valía la pena preocuparse por la dirección del viento. Apenas había transcurrido la hora décima, pues Antinoo me hizo ver en el estanque los nenúfares rojos que seguían abiertos.
..........................................


Volvimos a Alejandría unos días después. El poeta Pancratés me honró con una fiesta en el Museo, en cuya sala de música había reunido una colección de instrumentos preciosos. Las viejas liras dóricas, más pesadas y menos complicadas que las nuestras, alternaban con las citaras curvas de Persia y Egipto, los caramillos frigios, agudos como voces de eunucos, y delicadas flautas indias cuyo nombre ignoro. Un etíope golpeó largamente sobre calabazas africanas. Una mujer cuya belleza algo fría me hubiera seducido, de no haber decidido simplificar mi vida reduciéndola a lo que para mí era esencial, tañó un arpa triangular de triste sonido.

Mesomedes de Creta, mi músico favorito, acompañó en el órgano hidráulico la recitación de su poema La Esfinge, obra inquietante, sinuosa, huyente como la arena al viento. La sala de conciertos se abría a un patio interior; los nenúfares flotaban en el agua de su estanque, bajo el resplandor casi furioso de un atardecer a fines de agosto. Durante un intervalo, Pancratés nos hizo admirar de cerca aquellas flores de una variedad muy rara, rojas como sangre y que sólo florecen a fines del estío.

Inmediatamente reconocimos nuestros nenúfares escarlatas del oasis de Amón.
Pancratés se inflamó con la idea de la fiera herida expirando entre las flores. Me propuso versificar el episodio de caza; la sangre del león pasaría por haber teñido a los lirios acuáticos. La fórmula no era nueva, pero le encargué el poema. Pancratés, perfecto poeta cortesano, compuso de inmediato algunos agradables versos en honor de Antinoo: la rosa, el jacinto, la celidonia, eran sacrificadas a aquellas corolas de púrpura que llevarían desde entonces el nombre del preferido. Se ordenó a un esclavo que entrara en el estanque para recoger un ramo. Habituado a los homenajes, Antinoo aceptó gravemente las flores cerosas de tallos serpentinos y
blandos, que se cerraron como párpados cuando cayó la noche.”



Hasta aquí, lo que nos cuenta Marguerite Yourcenar en las “Memorias de Adriano” acerca del origen de la corona de lotos rojos que se identifica con Antinoo y que seguramente jugó un importante papel en el culto antinoico, una vez divinizado el efebo bitinio.
Veamos la información que agrega Francisco de la Maza:

Hay noticias de tres poetas griegos que cantaron al joven bitinio en vida: Numenios de Heraclea, Mesomedes de Creta y Pancratés de Alejandría. Del primero sólo queda una mención en Suidas de que compuso himnos al César y al efebo. Del segundo es también Suidas –tardío pero eficiente recopilador- quien conservó la noticia. Dice:

‘Mesomedes, cretense, poeta lírico de los tiempos de Adriano; fue liberto y su amigo; escribió un elogio de Antinoo, favorito de Adriano, y otros cantos; Antonino le rebajó el salario que le había asignado Adriano...’ Nada queda del poema laudatorio y adulatorio del poeta cretense.


Del tercero sí sabemos algo más. Nos habla varias veces de él Ateneo, el insuperable compilador de historias y noticias del mundo antiguo. En su enciclopédica obra Los Deipnosofistas o Banquete de los Sabios, nos dice que Pancratés compuso un extenso poema llamado Bocoreidos –por el nombre del rey mauritano Bocores- en el cual elogiaba una corona o guirnalda hecha de lotos rojos que llamó "ANTINOEA". Parece que esto se debió a que cuando Adriano recibió la sangre de un león que había matado en Libia, para hacer un sacrificio, florecían esos lotos rojos y, como Antinoo participó en la cacería, Pancratés por recuerdo llamó antinoea a la corona formada por ellos. Pero, ¿por qué a la corona y no a la propia flor? Eso ya no lo dijo Ateneo, pero es evidente que porque al adolescente le gustaba coronarse con ella.

En Egipto había dos especies autóctonas de lotos o lirios de agua, el blanco (Nymphaea Lotus) y el azul (Nymphaea cerulea). La primera es reconocible por sus capullos y pétalos redondeados, mientras que la segunda tiene los capullos más puntiagudos y los pétalos estrechos.



El loto de corola blanca era el más común, el que más antiguamente aparece representado en los monumentos. Indígena del valle del Nilo, se desarrollaba en el momento en que el río inundaba las campiñas y florecía en la época de la mayor crecida de las aguas, para languidecer y morir cuando ellas se retiraban al lecho normal.
Cerca de él crecía el loto de corola azul, que cubría en el siglo pasado, junto con el loto blanco, todas las aguas estancadas de la cuenca superior del río. Durante el siglo XIX crecía todavía en el bajo valle del Nilo, de donde después desapareció. Ni Herodoto ni Teofrasto han mencionado el loto azul; Ateneo es el primer autor antiguo que lo menciona.


Una tercera especie, no emparentada con las anteriores, el loto rojo o rosa (Nelumbium nucifera o speciosum), fue introducida desde Persia durante el Período Tardío. Las dos primeras fueron representadas en el arte clásico egipcio y la tercera aparece con frecuencia en monumentos helenísticos. De las tres, el loto azul fue la más representada y en ella se basa el jeroglífico correspondiente (sechen). Era el “loto sagrado” de Egipto, que se cierra por la noche y se sumerge bajo el agua para emerger y abrirse de nuevo al amanecer. Símbolo del renacimiento del sol y de la resurrección de las almas, estrechamente relacionado con la imaginería del culto funerario.
Según la antigua escuela de sacerdotes de Hermópolis, del barro primigenio se elevó una colina, de la cual el dios Sol hizo surgir la primera flor de loto.
De su cáliz nació, "como hermoso doncel", el divino creador del mundo.
Era el atributo de Nefertem, el joven dios de Menfis, el "Señor de los buenos olores", y llevaba por nombre "la bella", esto es, nen-nufer, de ahí el nombre francés de la flor que usa Marguerite Yourcenar: nenúfar.
Muchas pinturas en las tumbas egipcias muestran al difunto paseando en su barca de juncos por un estanque lleno de lotos. Y también en la tumba, junto al muerto, se ponían coronas de flores de loto.
Si bien el “loto rojo” de Antinoo no es otro que el “nelumbo” de Oriente, seguramente los antiguos egipcios lo veían como una variedad de su loto sagrado autóctono, así que el simbolismo místico de la flor debía ser el mismo.
Es muy sugestivo que, pocos días después de coronarse con la guirnalda de lotos rojos, Antinoo dejó su vida bajo las aguas del Nilo para renacer como un nuevo dios.
Todo parece encajar de manera admirable.

Los griegos suponían que el loto procedía de la transformación que experimentó la ninfa Lotis, al verse perseguida por Príapo (como una alegoría de las propiedades anafrodisíacas de la planta). Para ellos era un símbolo de belleza y también de elocuencia, probablemente porque crecía en la pradera del Helicón. Las mujeres griegas tejían guirnaldas con sus flores. En el idilio XVIII de Teócrito, las doncellas tejen una corona de loto para Helena, en ocasión de su boda con Menelao.
En cuanto a Roma, vemos en un templo pompeyano a un dios alado con un loto en la cabeza, lo cual indica claramente la penetración del simbolismo egipcio en el ecléctico panteón romano.
Creuzer, en su "Simbólica", nos dice que el loto era sagrado para los egipcios porque ocultaba el secreto de los dioses, y afirma que la presencia del lirio en manos de ciertas imágenes cristianas sería una sustitución del loto.



Veamos algo más sobre el loto rosado o rojo, que ha sido la flor sagrada por excelencia –y desde tiempos inmemoriales- en todo Oriente.
Planta con grandes hojas circulares, de 30 a 60 cm de diámetro, algo glaucas y largamente erguidas por encima del agua, con flores de color rosado pálido y muy fragantes, de perfume similar al anís, compuestas por veinte o treinta pétalos, de 20 a 30 cm de ancho, y que sobrepasa en dos metros el nivel del agua; sus frutos tienen forma de pomo de regadera o de nido de avispas, y sus granos, comestibles, son del tamaño de una nuez. Tiene una de las semillas más durables del reino vegetal: en 1951 hallaron una de 2000 años de antigüedad en Japón, la cual germinó, floreció y dio a su vez nuevas semillas.
Su nombre genérico “nelumbium” reproduce el nombre cingalés de la planta (nelumbo), con el cual se relacionan nombres vulgares y pintorescos, como “haba de Egipto”, o bien “rosa del Nilo”, o “azucena rosada de Egipto”. En la India lo llaman padma, en Malasia bonga, y en China lien. Crece también en Indonesia, en las Molucas, en Persia, en la desembocadura del Volga y en el Japón.


“Con las raíces en el cieno, el tallo en las aguas, las hojas en la superficie, la flor en el aire y el fuego de su vida vegetal, es el loto la representación del ser humano que posa sus plantas sobre la mísera tierra, y eleva su espíritu al infinito.”
(Mario Roso de Luna)

 Subsiste cierta duda acerca de la época en que el célebre loto rosado fue llevado de la India o de Persia a la patria de los faraones, pero fue tal vez durante la invasión de los aqueménidas (525-332 A.C.). Considerado por los egipcios como emblema de la fertilidad, figura en primer término en las pinturas de la época de Ptolomeo.
Herodoto es el autor más antiguo que menciona al Nelumbium con el nombre de “azucena”: “Nacen aún en el Nilo otras azucenas, pero semejantes a las rosas; sus frutos, que tienen la forma de un nido de avispas, contienen semillas numerosas, del tamaño de un carozo de olivo”.
Teofrasto –que lo llama kyamos- completa la descripción de Herodoto: “El haba de Egipto crece en los pantanos y aguas estacadas; su tallo, del grosor de un dedo, es análogo al de la caña, pero no es nudoso... La flor, dos veces más grande que la de la amapola, es de color rosa pálido; sobresale mucho de la superficie del agua. Las hojas que la rodean, sostenidas por pecíolos del mismo largo que el pedúnculo, son grandes y recuerdan por su forma el sombrero de los habitantes de Tesalia... La raíz es más espesa que la de la caña”.
Estrabón compara una plantación de lotos rosados de los alrededores de Alejandría con una floresta acuática: “Ofrece un aspecto agradable que regocija la vista; se viaja en barcas provistas de camarotes comedor en medio de estos lotos y a la sombra de sus grandes hojas.” Hojas que servían a veces como sombrilla, o se usaban como plato o taza.

Podemos imaginarnos entonces, al emperador Adriano viajando por los canales de Alejandría en compañía de Antinoo, en medio de un verdadero bosque de lotos rosados.

La famosa moneda acuñada en Alejandría en honor del favorito de Adriano, lo muestra con el loto en la frente (Holm afirma que es el ureus osiríaco), si bien en el reverso aparece montando un caballo y con el caduceo de Mercurio en la mano, en una muestra cabal de la mezcla de símbolos egipcios y griegos que manejaban los artistas de aquella ciudad.


Ahora bien: esto pasaba en el siglo segundo.
Ya cuando Ateneo escribe sobre el loto rojo y sobre la corona de Antinoo, cien años más tarde, la “rosa de Egipto” había empezado a escasear en el país del Nilo. Era ya una planta rara.
Y Ateneo sabía de qué hablaba, porque había nacido en Naucratis (delta del Nilo), y vivió mucho tiempo en Alejandría.

Para la época de la expedición napoleónica a Egipto (1798), la planta estaba prácticamente extinta. Y según dicen, ya no se encuentran lotos hoy día en la antigua tierra de los faraones.

En una postal de la colección publicada en 1904 por Liebig –empresa que tenía una de sus principales plantas de producción en Fray Bentos, Uruguay- se muestra cómo los arquitectos egipcios imitaron al loto rosado en los capiteles de las columnas.




El escritor inglés John Addington Symonds, escribió y publicó clandestinamente en las décadas de 1850-1860, varios panfletos de contenido homoerótico que distribuía entre sus amigos, uno de los cuales se llamaba “The lotos garland of Antinous”.

Un dibujo muy sensual de Felix D’Eon muestra a un grupo de efebos celebrando un festival en honor de Antinoo, y adornando su estatua con guirnaldas.




La estatua de Antinoo-Dionisos de la Rotonda del Vaticano, con su corona de hiedra, nos puede dar una idea de cómo se vería el favorito de Adriano con aquella otra corona egipcia. La versión en colores es de Bela Dornon.



Pero todavía no hay una imagen que muestre a Antinoo en toda su deslumbrante belleza y coronado con lotos rojos. El gran artista que represente ésa y otras escenas de la vida del adolescente bitinio, aún está por llegar.

Mientras tanto, disfrutemos de la belleza y serenidad del loto –que sólo prospera en aguas tranquilas-, concentremos nuestros pensamientos en Antinoo, y repitamos aquel viejo conjuro del Tíbet:


“Sea mi alma cual la gota de rocío que,
como gema preciosa,
se posa sobre el labio de la hoja de loto
antes de caer a la apacible oscuridad del lago”


_____________________

Bibliografía:
“Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar
“Antinoo, el último dios del mundo antiguo” por Francisco de la Maza
“Cómo leer el arte egipcio” de Richard Wilkinson
“Historia de las flores” de Guyot y Gibassier
“Enciclopedia Popular Italiana” (Torino, 1862)
“Flor del alma perfecta”, por William Warren, en “Selecciones”, mayo de 1985
“Simbología arcaica”, por Mario Roso de Luna
"Diccionario de símbolos" por Hans Biedermann
"La leyenda de las plantas", por Carlos Mendoza
Imagenes:
1 Selecciones
2 Von Gloeden
3 y 4 Descripción de Egipto, Taschen
5 Antigua foto (1912) del pabellón en medio del "Lago de los Lotos", en el Palacio Imperial de Pekín, donde el emperador Kuang-Si pasaba largas horas entregado a la meditación y al estudio.
6 “La vida privada de los antiguos” (Menard-Sauvageot)
7 Postal de colección Liebig
8 “Festival for Antinous” de Felix D’Eon
9 Dibujo por Bela Dornon
10 Tomada del sitio “Templo de Antinoo”

3 comentarios:

  1. Maravilloso y muy completo lo que escribis , el gran problema es que como la desaparicion del loto egipcio , es imposible recuperar esos paisajes antiguos , Alejandria hoy dia es una ciudad horrenda , los espacios puros y secos de la antiguedad se han ido para no volver
    es como escribe yourcenar , las carreteras y los quioscos de refrescos hacen estragos en los lugares en los que crecio la hierba durante siglos

    ResponderEliminar
  2. por cierto esa estatua de perfil que sale de entre las sombras es elio adriano no ? nunca la habia visto donde conseguiste la foto ?

    ResponderEliminar
  3. Sí, Yourcenar habla de la desaparición de la Villa Adriana, por ejemplo -no del lugar en sí, sino del encanto que tenían sus ruinas- y también comenta la barbarie cometida en las ruinas de Antinoópolis. Y ni hablar de la pérdida cultural, de los innumerables manuscritos destruidos. Como decía Carl Sagan, si se hubiera continuado con el desarrollo normal de la humanidad, si no se hubiera perdido toda esa sabiduría antigua, hoy estaríamos volando a las estrellas.
    El perfil de Adriano está sacado de la tapa del catálogo de la exposición "Imperio y conflicto" en el Museo Británico.
    ¡Gracias por tus comentarios, Elio César!

    ResponderEliminar