Ya lo dije cuando inauguré este blog: diecinueve siglos después de su muerte, un adolescente griego de origen oscuro es cada vez más popular.
No es famoso por haber sido un gran estadista, o un gran conquistador, o un gran filósofo. Nada de eso.
Como dice Marguerite Yourcenar, es inmortal porque fue amado por un gran hombre que a su muerte “lo lloró como una mujer” (eso dice un historiador antiguo, yo diría más bien que lo lloró como un Hombre) y se dedicó a perpetuar su memoria.
La noticia llegó el 7 de diciembre pasado, y fue una de las grandes sorpresas del año en materia de subastas: la casa Sotheby’s de Nueva York vendió un busto original de Antinoo en casi 24 millones de dólares, convirtiéndose así en la tercera antigüedad más cara en la historia de esos eventos.
La puja fue en aumento hasta superar con creces el precio más alto que se había estimado en lo previo, y que era de entre 2 y 3 millones de dólares.
Y es que, este busto original, esculpido en vida de Adriano y poco después de la muerte de Antinoo (entre el 130 y el 138 de nuestra Era), realmente no tiene precio, y cualquier coleccionista apasionado y que cuente con el dinero suficiente pagará lo que sea por tenerlo.
La pieza, labrada en mármol de Paros y de 83,7 cm de altura, pertenecía a la colección del filántropo Clarence Day, y fue originalmente hallada en la antigua ciudad de Banias (o Paneas), más tarde conocida como Cesarea de Filipo -y actualmente Baniyas-, en las alturas del Golán en Siria. Reportada a fines del siglo XIX por un miembro del consulado francés en la zona.
Este retrato de Antinoo es excepcional, porque es la única representación clásica del divino adolescente identificada por una inscripción, aparte de las monedas que se acuñaron en su honor y del obelisco del Pincio.
Dice la inscripción de la base: “M. Lucius Flaccus (dedica esto) al héroe-dios Antinoo”
Pecho y hombros exuberantes, la divina cabeza levemente inclinada a la izquierda, los ojos almendrados, las cejas rectas, los bucles cayendo en imponente cascada, el gesto amargo en la comisura de los labios, todo se conjuga en esta obra magistral y conmovedora.
Desde el fondo de los siglos, Antinoo sigue ejerciendo su eterna fascinación sobre los amantes de la belleza.
Dejé para el final estas imágenes que muestran el mismo busto con las restauraciones (la de la nariz realmente espantosa) que lucía en tiempos pasados.
Afortunadamente esas restauraciones fueron quitadas, y la obra retomó ese encanto indefinible de las cosas antiguas, hermosas a pesar del castigo del tiempo.
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Algo más sobre la ciudad de Cesarea de Filipo, de donde proviene el busto de Antinoo.
Situada al este de Dan (“Lais” en tiempos de Josué), a unos 30 km al nordeste del lago Huleh (o Semeconitis, hoy desecado) y al extremo sur del monte Hermón, donde nace la fuente oriental del río Jordán, estaba en los límites de la región llamada en ese entonces “Celesiria”, nombre éste que perduró hasta el siglo IV.
Hacia el 20 A.C. estaba bajo el dominio de Zenodoro, pero a su muerte pasó a manos de Herodes, que construyó allí un hermoso templo de mármol dedicado a Augusto.
Esta medalla con la efigie de Tiberio, muestra en el reverso el mencionado templo. La fecha marca el año 37 de la tetrarquía de Filipo, año 33 de nuestra era.
La ciudad llevaba el nombre de “Paneas”, y fue en la antigüedad un centro sagrado del paganismo, lugar de culto al dios Pan. De allí el nombre que tomó la ciudad y toda la región vecina. Había una gruta (“Paneion”) dedicada a este dios, con un manantial. Esta cueva es citada por primera vez por Polibio en la época de Antíoco el Grande, que en 198 A.C. obtuvo allí la victoria contra el egipcio Scopas y ganó el dominio de toda Palestina.
Paneas fue también escenario de sangrientas batallas en la época de las Cruzadas.
Dice Daniel Rops, hablando de esta región:
"En el extremo norte era deliciosamente silvestre, llena de agua saltarina entre las adelfas, el país de la tribu de Dan, donde el Jor y el Dan se juntaban para formar el río, pequeña Suiza palestina donde los romanos levantaron un templo al dios Pan..."
Una meseta de unos seis kilómetros retenía entonces el agua del río en un gran charco bastante pantanoso, el lago Huleh, identificado a veces con "las aguas de Merón" que menciona la Biblia. En tiempos de Jesús era un vasto estanque rodeado de habales donde, paradas en una débil pata, las cigüeñas acechaban a los ciprinos entre las cañas.
En realidad, lo que dice Rops acerca del nombre del río se basa en una de las etimologías propuestas, en este caso por Jerónimo, que lo deriva del hebreo "yeor" (río), por lo que significaría "Río de Dan".
Dice Daniel Rops, hablando de esta región:
"En el extremo norte era deliciosamente silvestre, llena de agua saltarina entre las adelfas, el país de la tribu de Dan, donde el Jor y el Dan se juntaban para formar el río, pequeña Suiza palestina donde los romanos levantaron un templo al dios Pan..."
Una meseta de unos seis kilómetros retenía entonces el agua del río en un gran charco bastante pantanoso, el lago Huleh, identificado a veces con "las aguas de Merón" que menciona la Biblia. En tiempos de Jesús era un vasto estanque rodeado de habales donde, paradas en una débil pata, las cigüeñas acechaban a los ciprinos entre las cañas.
En realidad, lo que dice Rops acerca del nombre del río se basa en una de las etimologías propuestas, en este caso por Jerónimo, que lo deriva del hebreo "yeor" (río), por lo que significaría "Río de Dan".
Fuente del Jordán. Al fondo se ve la gruta del dios Pan.
Pero volvamos a Cesarea de Filipo.
Ensanchada y embellecida por Filipo, tetrarca de Iturea que la recibió de su padre Herodes (año 4 D.C.), y denominada Cesarea en honor de Tiberio César, fue conocida también como “Cesarea Panias”.
Ensanchada y embellecida por Filipo, tetrarca de Iturea que la recibió de su padre Herodes (año 4 D.C.), y denominada Cesarea en honor de Tiberio César, fue conocida también como “Cesarea Panias”.
El nombre de Filipo le fue añadido para distinguirla de la Cesarea del Mar construida por su padre. Estas denominaciones duraron alrededor de un siglo.
Agripa II (53 D.C.) la bautizó “Neronías” en honor de Nerón, pero la ciudad conservó poco tiempo esta denominación.
Al final se impuso su nombre antiguo y popular de “Paneas” que nunca perdió, y que es el que perdura hasta hoy en su forma árabe de Banyah o Banias.
Es sugestivo que esta ciudad, en la cual vivió un romano tan devoto de la memoria de Antinoo que hasta encargó un busto del divino adolescente –lo cual habrá resultado muy oneroso, con el traslado incluido-, cien años antes había sido escenario de un hecho trascendental en los orígenes mismos del cristianismo.
Antigua foto del Monte Hermón. A la derecha se divisa la ciudad de Banias.
Se cree que es la ciudad más septentrional que visitó Jesús, muy poco antes de la Transfiguración, que pudo haber ocurrido sobre el Hermón, y no sobre el Tabor, según los especialistas. Después de año y medio de convivencia con sus apóstoles, fue en este lugar donde Jesús por primera vez manifiesta abiertamente su deidad, y es también el lugar de la célebre confesión de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios Vivo”.