viernes, 25 de febrero de 2011

Un adolescente desnudo para curar a un dios



En su libro “Phallos, Símbolo Sagrado de la Masculinidad”, Eugene Monick reflexiona sobre la famosa estatua del Ganímedes de Zurich, obra del escultor Hermann Hubacher (1952):

Al pie del lago en Zurich, donde termina la Bahnhofstrasse, en el lugar más imponente de la ciudad, se alza una escultura de metal de Ganímedes de cinco metros. Cuando llegué a Zurich en 1972, no le presté atención. Era otra escultura moderna, y Zurich está plagado de ellas. En aquel entonces, el Instituto Jung estaba a quince cuadras de la escultura, junto al lago y al interior. Uno podía caminar fácilmente desde el final del lago en la Bahnhofstrasse al Instituto, lo que yo hacía con frecuencia: a través del puente sobre el Limmat, pasado el Opernhaus y el Kunsthaus. Ahora al escribir puedo recordar casi cada tienda, cada recodo de la ruta. Dentro de un radio de unas veinte cuadras desde el monumento está el corazón de la ciudad, tanto antigua como moderna. Al centro de ese corazón está la hermosa estatua de Ganímedes.



Si uno no sabe quién es Ganímedes, ¿qué diferencia hace? El se yergue allí, sobre las multitudes que van y vienen en los ferries del lago —un joven de quizás 15 años, lleno de energía y vitalidad, alzando hacia el cielo un brazo y con el otro tocando un águila que está a sus pies. El mira el águila como si fuera su perro regalón.
Un año después de mi llegada, descubrí la identidad de Ganímedes. Era el amante de Zeus. Según el Larousse,

Tríptico de Ganímedes, por Pierre et Gilles

“Zeus estaba hechizado y, deseando hacerlo su favorito, lo hizo arrebatar por un águila... y llevar al Olimpo. También se decía que el propio Zeus fue quien adoptó la forma de águila para transportar al adolescente.”


Yo estaba muy sorprendido. Allí, en el foco de la ciudad más
convencional de Occidente, había un niño a punto de ser raptado por
el dios supremo para convertirlo en su íntimo sexual y eterno servidor, el  copero de los dioses, un adolescente que "regocijaba la vista de todos con su belleza"
¿Por qué? Sabemos que a Zeus le atraían fuertemente las mujeres.
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¿Por qué Ganímedes?


En el Larousse podemos encontrar una clave: Zeus era "el dios supremo que reunía todos los atributos de la divinidad". Todos los atributos de la divinidad probablemente incluyen tanto lo masculino como lo femenino, involucrando características de Hermes y Dionisio, miembros ambos de la familia olímpica de dioses. Quizás Zeus, en su feminidad, se haya fascinado con el joven y hermoso Ganímedes. Puede que Zeus, en su aspecto hermético, haya cedido al impulso de robar aquello que pertenecía a Apolo. (Quizás esto explique por qué los padres apolíneos de Zurich emplazaron esta escultura en el centro de la ciudad: una necesidad inconsciente de manejar el aspecto sombrío de su circunspección). Puede que Zeus, en su aspecto dionisiaco, haya sentido la necesidad ocasional de volverse loco, de conectarse con el sufrimiento del dios que sobrelleva su naturaleza fálica bisexual.


En otro nivel, el deseo de Zeus por Ganímedes podría describirse como narcisismo homosexual, una egolatría que aparta a un hombre de la conexión erótica con una mujer, al necesitar una pareja que lo refleje. Se sabe que los dioses se engalanan, se admiran a sí mismos, exigen admiración de los mortales, todas características narcisistas. Sin embargo, aparte del interés de Zeus en las mujeres, un pequeño y oculto descubrimiento en el ensayo de Jung sobre "El Pez en la Alquimia" ("The Fish in Alchemy") sugiere otra posibilidad. En ese ensayo, Jung cita una afirmación del alquimista medieval Arisleus:
"El pez extremadamente pequeño que habita en el centro del mar universal... tiene el poder para detener al más grande de los navíos".
El ego, que se considera a sí mismo grande e importante, es menos poderoso que el invisible y aparentemente insignificante Sí Mismo. Siquis es paradoja. Por supuesto, el Sí Mismo no es insignificante, no importa lo que el ego pueda pensar al respecto. En el caso de Zeus y Ganímedes, según el funcionamiento de la siquis, Ganímedes desempeña el rol del pez pequeño y Zeus el del navío más grande. Y, en efecto, Ganímedes detuvo a Zeus.
Jung cita nuevamente a Arisleus y luego a otro alquimista, Bernardus Trevisanus: "La naturaleza no es mejorada salvo a través de sí misma". "Por lo tanto, nuestro material no puede ser mejorado salvo a través de sí mismo".

Zeus y Ganimedes, por Thorvaldsen


Aquí aparece la idea del mejoramiento de nuestra naturaleza. Esto da una perspectiva enteramente diferente al problema del narcisismo en la relación Zeus-Ganímedes. (Uno puede argüir si es posible que un dios se mejore a sí mismo, pero eso fue tratado en la paradoja "pez pequeño/ navío grande"). El mejoramiento podría significar muchas cosas para Zeus. Una de ellas podría ser el asunto de la vejez y juventud. A pesar de las glorias prometidas por el viejo sabio, los hombres universalmente visualizan el envejecimiento en términos de la disminución de vigor y potencia, y lo lamentan. Es la pérdida del falo infernal juvenil. 
Ya sea que un hombre sea homosexual o heterosexual, los jóvenes atraen, por diferente que sea la atracción. En la homosexualidad, la atracción erótica es irresistible. Pero ya sea que el hombre sea un abuelo fascinado con su nieto, o un homosexual envejecido que busca una versión rejuvenecida de sí mismo, se mantiene la dinámica arquetípica de la juventud que mejora la experiencia de la vejez. 
El nuevo falo se hace presente. Como en la homeopatía, lo semejante cura lo semejante, similia similibus curantur. Un hombre a menudo necesita de un segundo hombre para que le ayude a integrar su masculinidad sin perjuicio de su interés erótico en las mujeres. Esta es una conexión con el falo como origen de la vida y la libido, como imagen divina masculina, que —incluso— la imagen arquetípica de un dios podría necesitar.

Prometeo robando el fuego, por Christian Griepenkerl

D.H. Lawrence, en Mujeres enamoradas, plantea bien el asunto:

Gerald realmente amaba a Birkin, aunque jamás creyó completamente en él. Birkin era demasiado irreal; inteligente, caprichoso, maravilloso, pero no lo suficientemente práctico. Gerald sentía que su propia comprensión era mucho más cabal y segura. Birkin era encantador, un espíritu maravilloso, pero después de todo, no se le podía tomar en serio, ni contar como hombre entre los hombres... Súbitamente, él [Birkin] se vio confrontado con otro problema —el problema del amor y la eterna conjunción entre dos hombres. Por supuesto, esto era necesario —toda su vida había sido una necesidad dentro de él— para amar pura y plenamente a un hombre. Desde luego, él había estado amando y negando a Gerald todo el tiempo.


Al final de la novela, Gerald se adentra en las montañas de Suiza para morir en una caverna de nieve. Ursula, la esposa de Birkin, pregunta:

"¿Necesitabas a Gerald? ¿Yo no te basto?".
"No. Tú me bastas en cuanto concierne a una mujer! Tú eres para mí todas las mujeres. Pero yo necesitaba un amigo, tan eterno como tú y yo... para sentirme pleno, realmente feliz, también necesitaba unión eterna con un hombre, otro tipo de amor".
"No puedes tener dos tipos de amor... es falso, imposible".
"Yo no lo creo", respondió él.

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Extractado del libro “Phallos, Símbolo Sagrado de la Masculinidad”, por Eugene Monick, Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1994

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