lunes, 31 de diciembre de 2012

¡Feliz año 2013 para todos!


Este año el saludo es con imágenes de viejos calendarios y revistas.
Las dos primeras, son de los calendarios ESSO de 1956 y 1959.


La representación del año que moría y del que comenzaba como un viejo y un niño, fue una constante en las publicaciones y propagandas hasta bien avanzado el siglo XX.
Un aviso para una marca de zapatos argentina muestra al naciente año 1948 como un niño casi desnudo -pero con zapatos, claro- que parece descender del cielo.



El año 1914 fue recibido con optimismo, y se lo representa en forma de niña en la tapa y en un aviso de la revista "Blanco y Negro":





Para fines de ese año, el panorama había cambiado drásticamente.



El año 1915 está representado como un niño desnudo y con corona en esta historieta publicada en "Caras y Caretas" a fines de 1914.
Terminaba el año más sangriento en la historia de la humanidad hasta ese entonces, y los dibujantes se debatían entre el pesimismo y la esperanza, ante la incertidumbre del rumbo que tomarían las cosas.
Los avisos publicitarios también reflejaban esto.





Pero, retrocedamos hasta tiempos más lejanos.
El año 1902, representado por un titubeante niño casi desnudo que sostiene una bolsa con armas, comparece ante el dedo acusador del viejo 1901 -con su reloj de arena y su guadaña-, en este marco para un poema publicado en "Caras y Caretas":




En enero de 1910, la revista montevideana "La Semana" obsequiaba a sus lectores con un almanaque en cuya tapa el nuevo año es también un niño desnudo que llega sobre un caballo con alas:



En este almanaque, el mes de diciembre está representado por un viejo patriarca del desierto.
El dibujo es de Laborde, y el poema de "Aurelio del Hebrón", seudónimo de Alberto Zum Felde:



En cambio, el mes de enero está representado por dos jovencitos casi desnudos. El que está de pie, es evidentemente un efebo maravilloso, la otra figura podría ser femenina, o tal vez sea otro efebo de aspecto andrógino.
El dibujo es de Rossi, y el soneto de Alberto Lasplaces.




Y dejamos para el final a este efebo enmascarado y desnudo -con toda la energía y el optimismo de la juventud- que, montado sobre un negro corcel, salta triunfalmente sobre el árbol caído del siglo XIX.
"Alegoría de Fin de Siglo" se llama este dibujo de R. Von Steiger, y fue publicado por otra revista montevideana, "Rojo y Blanco", en enero de 1901:



¡Feliz Año Nuevo para todos los amigos y visitantes del blog!

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad! Merry Christmas!



Un deseo de Felicidad para todos ustedes.
Gracias por acompañarme y estar ahí, siempre.













Y a los niños que se portan mal, Santa Claus les hace chas chas en la cola...











jueves, 18 de octubre de 2012

El beso perfumado del efebo en las Noches Áticas

(Colección Oxford)


Existen dos versos griegos que han adquirido celebridad y que varones sabios consideraron dignos de conservar en la memoria: tanta elegancia y gracia tienen en su brevedad. Algunos autores antiguos los atribuyen a Platón, como juego de espíritu con que preludió las tragedias que quería componer:


Cuando besé a Agathón,
tenía el alma en los labios;
profundamente turbada,
había acudido a ellos
como para huir.

Este dístico proporcionó a un amigo mío, cultivador de las Musas, asunto para una composición en verso, imitación libre de Platón, que me parece digna de recordarse, y la cito:


(Museo del Louvre) 



Cuando con mi boca casi cerrada
beso al niño,
y a través de sus labios entreabiertos
respiro el perfume de su aliento,
mi alma dolorida y cansada
acude a mis labios y hace esfuerzos
por pasar a través de la boca entreabierta
y de los tiernos labios de mi amigo,
que parece le abren paso.
Entonces, si nuestras bocas permaneciesen
unidas un solo instante más,
mi alma, abrasada de amor, 
pasaría de mi cuerpo al suyo.
¡Oh, qué prodigio se vería!
¡Yo habría muerto en mí
y viviría en él!

_______________________

Este pasaje pertenece al capítulo once del libro decimonoveno de las Noches Áticas de Aulo Gelio. 

Aulo Gelio escribiendo sus "Noches Áticas".
Grabado de una edición de 1706.


Dice el autor en el Prefacio de su obra: 

“Se pueden encontrar libros más agradables que éste, pero mi principal objeto al escribirlo, es el de procurar a los niños una distracción útil en esos momentos en que, fatigados por el trabajo, tengan necesidad de expansión.
...............................................
En Atenas, en una casa de campo, para distraerme en las largas veladas invernales, me ocupo en esta recopilación que he titulado Noches Áticas...” 

Poco sabemos de Aulo Gelio, pero es casi seguro que nació hacia el año 130, es decir, cuando Antinoo murió ahogado en el Nilo.
De modo que fue contemporáneo del Emperador Adriano en sus últimos años de vida, y más tarde tendría como amigos y maestros a dos personajes que mucho tuvieron que ver con Adriano: Herodes Ático y Frontón.
Pertenecía a familia noble, y estudió en su juventud con Tito Castricio y Sulpicio Apolinar en Roma, y después se marchó a Grecia, como era costumbre entre los jóvenes ricos de aquel entonces.
Allí recibió la enseñanza de dos filósofos: el platónico Taurus y el cínico Peregrino, y frecuentó la casa de campo del retórico Herodes Ático en Cafisia, a la cual acudían todos los romanos distinguidos que visitaban Atenas.
Volvió a Roma, donde se desempeñó como magistrado, pero su verdadera pasión eran sus investigaciones literarias y filológicas, sus visitas a las bibliotecas, a los museos, a las tiendas de los libreros, y sus largas discusiones con gramáticos y retóricos.
Estas discusiones tenían lugar sobre todo en reuniones que él mismo organizaba y en las que participaban, entre otros, el galo Favorino y el africano Cornelio Frontón (Margarite Yourcenar habla de estos dos personajes en las “notas” a las Memorias de Adriano).
Aunque esas discusiones y divagaciones podían surgir también en cualquier momento y lugar.
Por ejemplo, en uno de sus viajes a Grecia hizo la travesía desde Egina hasta El Pireo acompañado de un grupo de sabios griegos y romanos, en una noche muy hermosa. Sentados en la cubierta y contemplando el cielo, se pusieron a discutir acerca de las etimologías de los nombres latinos de las estrellas.
Aulo Gelio tomaba nota de todo, y después organizó esas notas en veinte libros, de forma bastante desordenada, y las publicó hacia el año 175.
Todos esos libros (nosotros los llamaríamos capítulos) han llegado hasta nosotros, menos el octavo, del que conocemos sólo el índice.


Frontispicio de la edición publicada en Basilea, 1526

Las Noches Áticas son un verdadero arsenal de información acerca del mundo antiguo, con detalles curiosos y abundantes sobre lenguas, instituciones, costumbres y vida privada de aquellos tiempos.
Pero lo más importante, es que Aulo Gelio cita más de 250 autores, algunos de los cuales nos serían totalmente desconocidos si él no hubiese conservado el recuerdo de sus nombres y fragmentos de sus obras. Como ejemplo, podemos mencionar a Q. Claudio Cuadrigario, y los primeros escritores latinos de epigramas.

Tal vez el mejor elogio de su obra lo escribió el gran Adolfo Bioy Casares:
“Es uno de los libros que estimulan nuestra inteligencia, nuestra imaginación o nuestras ganas de vivir.”
_______________

La traducción consultada es la de Francisco Navarro y Calvo (Madrid, 1921).
Datos recopilados de la misma edición, de “Historia de la Literatura Latina” por Agustín Millares Carlo (Fondo de Cultura Económica, México, 1971), de la Wikipedia y del blog “Encuentros de Lecturas”.

martes, 7 de agosto de 2012

El arquero de sueños

Ilustración  de Robert Engels para
"Le Roman de Tristan et Iseut"
(París, 1949)
Tensa el arco
y apunta alto, 
mi joven soñador.


Anne Louis Girodet: La educación de Aquiles

Que ahí va mi corazón, 
siempre contigo,
tan lejos como llegue 
la flecha dorada de tus sueños.




Este es mi homenaje a ese gran "arquero de sueños" que es Usaín Bolt, el hombre más veloz del mundo en estos Juegos Olímpicos de Londres 2012.


Un hombre que se atrevió a soñar, y a pagar un alto precio para que esos sueños se volvieran una luminosa realidad.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Roger Peyrefitte en 1958: saludo a América Latina



En mayo de 1958, el Suplemento Cultural de El Día (de Montevideo) publicó esta entrevista de Abelardo Arias con Roger Peyrefitte en París.
Abelardo Arias, en colaboración con Renato Pellegrini, fue quien tradujo a nuestro idioma "Las amistades particulares".
Esta entrevista es especialmente interesante para nuestra América Latina, ya que el escritor francés envía un mensaje a nuestros jóvenes escritores de entonces, los que habrían de protagonizar pocos años después el "boom" de nuestra literatura a nivel mundial en la década del 60.
Me gustaría saber si las fotos de "esa joven amiga y admiradora que lo ha acompañado en su ultima peregrinación a Grecia" -como dice Arias- eran realmente de alguien del sexo femenino, o el periodista no tuvo más remedio que cambiarle el sexo para que la nota fuera publicable en aquel entonces.


"Pastores Virgilianos", ilustración anónima (ca 1820)
que inspiró el anterior dibujo de Goor


Las ilustraciones que elegí para este post -salvo cuando se indica lo contrario- están tomadas de la web y son de Gastón Goor, de quien también se habla en la nota como acompañante de Peyrefitte en aquellos años.
He aquí el texto:


Caminamos rumbo a su casa de la Avenida Hoche, muy cercana a la Estrella y su Arco de Triunfo. Con su conversación llena de imágenes, el pintor Goor  -que ha ilustrado una muy bella edición de "Las Amistades Particulares", la obra que sigue siendo la cumbre de Roger Peyrefitte y la que justifica su fama de gran escritor- da la impresión de ser el más tranquilo de los tres. El más combatido y elogiado de los escritores de nuestro tiempo está nervioso. Era por una simple y baladí historia de un remedio que no llegaba o que debía cambiar en la farmacia de la esquina. Nada de importancia; pero Roger Peyrefitte estaba nervioso. Esta era la estela que dejaba tras su alegre y socarrona risa; tras un muy simple y simpático almuerzo en un restaurante del barrio.


He visto a Roger Peyrefitte en 1952, en 1955 y ahora. Vale decir que he podido seguir en su persona física la evolución de la fama. Es como si hubiera asistido a tres episodios del film de su vida. Lo he visto encanecer sin envejecer: su espíritu sigue lozano. Al revés de la mayoría de los escritores, su cordialidad aumenta con la nombradía. En este tremendo mundo literario de París, donde todos luchan por lograr un puesto, y donde se llega a muchas bajezas para lograr la gloria, todos, sin excepción alguna, aún los más rencorosos habladores, todos me han elogiado la generosidad espiritual y material de Roger Peyrefitte. "Es un buen amigo, leal a sus amigos de siempre", oigo decir; y por mi parte me consta que ayuda silenciosamente a artistas que lo necesitan. Los millones que continuamente le traen sus "libros de escándalo" no sólo se transforman en obras de arte, sino en ayuda a quienes las crean.




Cuando Goor se va, una vez que ya en casa de Peyrefitte hemos recorrido las habitaciones principales y admirado las piezas que han enriquecido su famosa colección, el autor de "La muerte de una madre" vuelve a sentarse en la silla del escritorio, como dispuesto a sufrir el interrogatorio. Hasta entonces hemos conversado libremente, con la seguridad de que todo habría de comenzar cuando le tendiera el micrófono de mi grabador portátil; somos una especie de actores que esperamos se alce el telón.




Echo una última mirada a ese bello mueble del Renacimiento, de lapislázuli y marfil, que acaba de comprar en su bienamada Italia, que por boca del Vaticano ha comenzado a atacarlo duramente y, sin duda por la lógica asociación de ideas, le digo:
-Me gustaría comenzar por la pregunta más quemante: se dice que usted es un escritor que ama el escándalo, ¿es cierto?
Sin la menor duda, responde:
-Es una forma, como cualquier otra, de decir que amo a la verdad; porque la verdad siempre produce escándalo, pues los hombres no están acostumbrados a escucharla; pero lo que me place en el escándalo que practico es darle como límite los del arte, lo cual impide a mis obras llegar a ser escandalosas en el mal sentido del vocablo, pero les permite serlo en el sentido estético del término. Por consecuencia, me parece que el escándalo está en la raíz de toda obra realmente nueva, porque la novedad siempre produce escándalo; también, en toda obra que pretende ser bella, pues la belleza produce escándalo; y de toda obra que pretende reformar la sociedad. Y bien sabemos nosotros que contra tales obras siempre se coligan el conformismo, los prejuicios y la hipocresía; por consecuencia, una obra que causa escándalo lo causa a los hipócritas.




De pronto, recuerdo que durante el almuerzo. me ha dicho algo que, al respecto, le comentara un profesor italiano, y le ruego me lo repita.
-Seguro –me contesta-, y hasta recuerdo su nombre: es el profesor Toffani, de la Universidad de Nápoles, y que tuve el placer de conocer recientemente en esa ciudad encantadora.
Cuando Peyrefitte pronuncia la palabra charmant, relacionada con Italia, tengo la impresión de que la usa con singular deleite; es como si allí hubiera encontrado la máxima expresión de ella.




-Me dijo -continúa sonriente-: Nada me divierte tanto como escuchar constantemente gritar "escándalo" en cuanto se refiere a usted; porque la gente sólo advierte la apariencia y jamás el fondo; gritan: "Escándalo!", y no se dan cuenta que ese escándalo que les golpea, es un golpe de cuño clásico, y que la palabra que les escandaliza les enseña algo y, pueda ser, muy en particular, a reformarse.


-Ya que estamos en esto -le digo-, ¿qué piensa de la maledicencia?
Me sonríe con algo de reprensión, como podría hacer algún profesor de sus novelas a un alumno que tendiera su plato para repetirse una golosina; pero ello no obsta para que conteste:
-La maledicencia es una conversación de salón, una habladuría; el escándalo, en cambio -para volver a esa palabra temible- pertenece a un rango más alto; es por esto que, habiéndome limitado a mí mismo por medio de las reglas del arte, evito la maledicencia pero no el escándalo.


Comprendo que ya me ha dicho cuanto deseaba sobre el tema, y esto nos produce, a ambos, una sensación de evidente alivio; el campo ya está despejado para alguna pregunta menos molesta. 
A la de cómo ve el panorama literario de Europa, responde:
-No pretendo otorgar laureles superfluos a mi país, ya que la gloria literaria de Francia podría pasarse sin nuevas glorias, pero, en verdad, creo que las letras francesas son la avanzada de la Europa literaria. No es, por cierto, un vano signo el que el último Premio Nobel de Literatura haya sido otorgado a uno de nuestros escritores, como sucedió con otros después de la última guerra. Y no es uno de nuestros menores consuelos, entre tantas desgracias, ver que en Francia, las artes y las letras siguen en el cenit. Esto no quiere decir que, lejos de todo chauvinismo —y todos saben que soy lo contrario—, no vea en esta constelación a las letras inglesas; a las alemanas, que conservan nombres conocidos de la anteguerra; las italianas, que tanto conozco y donde la pléyade de escritores es muy importante, desde Moravia, que conserva su lugar, hasta nuestro Carlo Coccioli (*), uno de los más jóvenes que ha alcanzado la gran nombradía; las letras rusas, que no conozco mucho ni sé en qué medida forman parte de las europeas; las letras griegas que vemos brillar con Kazantzakis, que ha escrito dos libros notables; las egipcias, donde se encuentran tantos poemas compuestos en medio de las agitaciones políticas; en España, con el nombre de Gironella, que obtuvo el premio Cervantes, y aquí, en Francia, conocemos también a Castillo, cuyo libro más reciente llama la atención; además: Villalonga, Goytisolo...; de Portugal no podría citar nombres actuales, pero sí el de Eça de Queiroz, que fue diplomático, también; y todo esto bastaría para mostrar que la literatura europea permanece viviente.



Terminada esta larga enumeración, creo llegada la oportunidad de preguntarle cuál es el recuerdo más encantador de su último viaje por Italia.
-Contrariamente a todo lo esperado, a lo esperado por mí mismo al menos —me contesta— pasé todo el verano en Capri, y digo esto porque creía conocer bastante la isla, hasta le había dedicado un capítulo en mi libro "Del Vesubio al Etna", y pensaba haber terminado con ella. Creía también que pese a su belleza perfecta, ya no se podía vivir en ella por causa de su éxito. Le pasaba como a muchos autores a los cuales no se los lee porque tienen demasiado éxito; y bien, como sucede a muchos de éstos, la isla merecía su éxito. Pensé, que sobre ella no se había escrito ningún libro valedero; y, precisamente, mi pretensión será la de llenar esa laguna. Y para responder a su pregunta, estimado Arias, le diré que mi recuerdo más encantador está ligado, necesariamente, sino a la isla, por lo menos a la región.


No comenzaré con una descripción que pronto haré literariamente. Ese recuerdo está ligado, sin embargo, a una puesta de sol en la península de Sorrento, frente a Capri. Estando en la villa de un amigo, en la punta llamada Belvedere, habíamos ido hasta un lugar que tiene el magnífico nombre griego de Hyerantos; es una bahía desconocida casi, secreta, a la cual se llega luego de larga caminata, y digo larga, porque nuestra época ha olvidado caminar. ¡Y sólo Dios sabe cuántos aparatos se han inventado para andar menos, y cada vez más alto! Y aquí hago un paréntesis para decir que uno de los grandes encantos de Capri, es que Ia mayoría de la isla sólo puede visitarse a pie. Pero volviendo a nuestra península, la larga marcha hasta Hyerantos, me recordaba las que es necesario hacer en Grecia para visitar todos los lugares que merecen la pena. Y fue allí donde experimenté una emoción verdaderamente griega, ante ese pedregal, ante ese mar en cuyo horizonte aparecía Capri. En esa hora del crepúsculo, el amigo que nos había conducido, leyó algunos de sus bellos versos. Fue un momento verdaderamente raro, uno de esos en que se olvida la política, los peligros, los satélites, los amigos y enemigos; estábamos como en una especie de corte platónica, de corte de amor, parnasiana, pensando en la belleza de las cosas eternas; todas esas cosas que parecen alejársenos cada vez más, y a las cuales, no obstante, aún resulta posible evocarlas en ciertos lugares.




A través de sus palabras voy reviviendo ese paisaje de la costa amalfitana, que me parece una de las más hermosas del mundo. Sin desearlo, mis ojos han quedado fijos en una fotografía, en la cual y sobre un fondo de paisaje del Mediterráneo aparecen Peyrefitte y esa joven amiga y admiradora que lo ha acompañado en su ultima peregrinación a Grecia. Todos saben que esta viva admiración comenzó por correspondencia; esto me incita a preguntarle sobre la importancia que la correspondencia de sus lectores ha tenido en su vida de artista.
Casi con placer me contesta:
-Es verdad; he recibido numerosísimas cartas, y debo confesar que han sido para mí una inmensa fuente de coraje, de ánimo. Nadie ignora que una carrera literaria, antes de estabilizarse, está llena de altibajos. Después de la iniciación, que no puedo menos que considerar brillante, con "Las amistades particulares", mis dos o tres libros siguientes recibieron rayos y centellas de todos los críticos que sólo me creían capaz de escribir ese libro; así pasa siempre cuando la gente opina que uno ha comenzado demasiado bien. En esa época, amén de la fe que pudiera tener en mí mismo, y el apoyo de mis amigos, lo que me sostenía eran los lectores. Nadie puede imaginar la importancia que, en determinados momentos, puede tener la carta de un lector. Para mí han sido fundamentales, en particular en "Jeunes proies" mi anteúltima obra, en cuya primera parte me he servido de la carta de un lector, y en la segunda de una lectora. Nada en ella es fruto de la imaginación. Y cuando uso la primera persona en mis libros se me puede creer bajo palabra.
Mientras le escucho decir esto, mi vista ha pasado desde la foto de la consola hasta las de ese portarretrato que en el escritorio ha reunido las de esas dos personas, como lo sé desde mi viaje anterior.
A un hombre que en esta época de las confesiones, como podríamos llamar a la época literaria de hoy, tiene el coraje de usar la primera persona, huelga esta especie de preguntas.


Distintas ediciones en español de "Las amistades particulares". De izq. a der.:
Tirso (1956, dibujo de Andrea del Sarto), Sudamericana (1971)
y Edhasa (1978, diseño de tapa por Nelson Leiva).



Sólo me resta pedirle su experiencia en forma de mensaje para los jóvenes escritores de la América Latina. Helo aquí:
-¡Los jóvenes escritores de la América Latina! Palabras que suenan extrañamente en un oído francés y en un corazón latino. Nada puede haber de más exultante para un hombre de nuestro tiempo, que escribe y que vive su época, que el pensar que allende los mares, como suele decirse, su propia raza está representada por hombres que viven y escriben que son, ellos también, los testigos de su tiempo y, a veces, hasta los inspiradores y los correctores o reformadores, como ya dije, en la medida que posean el coraje necesario, porque, retomando la primera pregunta, no origina escándalo, ese escándalo que merece el nombre de tal, quien quiere sino quien puede. Por ello, diría a mis jóvenes colegas de la América Latina, les pediría, en la medida que pudiera hacerlo, que permanezcan orgullosos de ese nombre de latinos; que en este mundo de hoy, por desgracia, cada vez más turbulento, representa una de las palabras que conserva mayor sentido y mayor grandeza.


Cuando, una vez en la calle, avanzo hacia ese Arco del Triunfo, de tan latina esencia, pienso en este extraño escritor cuyas novelas antidiplomáticas, como "Las Embajadas" y "El fin de las embajadas", han causado tanto revuelo. Vuelvo a escuchar las palabras de su mensaje, ante el cual desapareció el más remoto rastro de nerviosidad; ese mensaje tan profundo de intención para nuestra América, y cada vez me afirmo en la idea de que este escritor es como tal y como persona esencialmente diverso de lo que creen sus conocedores superficiales; vale decir: de aquellos a quieres les complace escandalizarse y encuentran en el escándalo un sucedáneo de la maledicencia.


Abelardo ARIAS
París (Especial para EL DIA)
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(*) Recordemos que "Las amistades particulares" empieza con una frase de Coccioli:
"No se describe al hombre sino esbozando su contorno".
Esta frase, al parecer, también dio nombre a la colección en la cual aparece la edición más antigua que conozco en nuestro idioma, la de Editorial Tirso; la colección se llamaba "Los contornos del hombre" (incluía también la obra de Henry de Montherlant "La historia de amor de la rosa de arena").
Una curiosidad de aquella vieja edición es que incluye una disculpa ya desde que arranca el comentario en la solapa: "Ediciones TIRSO ha dudado mucho sobre la conveniencia de publicar este libro..."
Y termina diciendo:
"Sólo nos resta indicar (pues Ediciones TIRSO prefiere rechazar a sorprender a un lector), que no es un libro para todos."

lunes, 23 de julio de 2012

Volando por la Vía Láctea (2): Monteiro Lobato



Para quienes hayan leído el post Volando por la Vía Láctea y quieran saber algo más acerca del gran escritor brasileño Monteiro Lobato, transcribo este artículo aparecido en el Suplemento Cultural de El Día, escrito por Gastón Figueira y publicado el 11 de julio de 1982.
Gastón Figueira fue un conocido crítico literario montevideano, que siempre mostró fascinación por la cultura del gigantesco país norteño.
Veamos su reseña:


El centenario de Monteiro Lobato no puede pasar silenciosamente entre nosotros. Es un autor que logró repercusión en nuestros hogares y en nuestras escuelas, no sólo por el hecho de que la mayoría de sus obras para niños fue editada en Buenos Aires —y muy difundida en nuestras librerías, aunque creemos que en la actualidad esas ediciones en español están agotadas— sino también porque en su escritura fraternizan la enseñanza y el placer de narrar. Y, sobre todo, porque una de las características más destacables de sus libros para niños reside en el magnífico hecho de que sus personajes están libres de horrores y de fealdades. Nada de lobos que comen a Caperucita luego de haberse tragado a su también indefensa abuela. Nada de reinas envidiosas que piden a su criado que traiga el corazón sangrante de una bella princesita de quien es madrastra. Ni de Barba Azul castigando la curiosidad de quien abriera la puerta de la cámara fúnebre. Nada de esos cuentos que se vienen repitiendo y publicando incansablemente, rutinariamente, porque —aunque parezca increíble— no se ha llegado todavía a una depuración que consideramos urgentísima en este y en otros casos.
A pesar de haber traducido los "Contes de ma mere l'oie" que recogió Charles Perrault, Monteiro Lobato no siguió ese camino. También divulgó en su patria al maravilloso Andersen, a los hermanos Grimm, al Quijote, a Peter Pan, a Pinocho. Porque sus numerosos libros para niños forman dos series: aquellos creados por él y los que él seleccionó, adaptó y divulgó. Lógicamente, su obra personal es la que más nos interesa y a ella nos referiremos. Son libros claros y límpidos como la luz de Brasil, como las olas de sus playas atlánticas. He ahí sus personajes: dona Benta, Pedrinho, Tía Nastacia, Emilia. He ahí su libro "O Saci" que, al entrar en la rica mina del folklore autóctono, hace desfilar un mundo de encantamiento agreste, oloroso a selva amazónica.


Es tradicional, en la vida familiar brasileña de hace algunos años —y todavía en el campo y en ciertas poblaciones pequeñas— la "mae-preta", es decir, la "madre negra" o sea la nodriza de ese color que, al cuidar de la crianza de los niños ajenos, les va relatando narraciones fantásticas que conoce desde pequeña. Como esa "mae preta" está bastante alejada ya de los días cosmopolitas y febriles que vivimos, podemos afirmar que los libros de Monteiro Lobato, aquellos que él escribió para los niños, vienen a sustituir, a su manera, a la incansable relatora de lindos cuentos, la que llenó las cabecitas infantiles de mil sabrosas leyendas y arrulló muchas cunas, muchas cunas con los cariciosos retornelos de inolvidables fábulas. Ese mundo que Lobato presentó a los niños se caracteriza por su tónica ampliamente optimista, no faltando sutiles toques de ironía que se abren en una sonrisa bienhechora. Sus libros titulados “Reinações de Narizinho", "Caçadas  de Pedrinho", "Histórias de Tia Nastácia ", "Serões de Dona Benta " son algo ya inseparable de la familia brasileña, como un rayo de sol o como un vaso de agua. Corresponde destacar asimismo el amplio sentido didáctico, en el mejor sentido del epíteto, de libros como "Geografía de dona Benta" que enseñan de la manera más encantadora, con diálogos llenos de gracia, con insinuaciones sutiles, de manera que el niño va asimilando casi insensiblemente todo un aprendizaje que, por lo general, se ha venido dando de una manera demasiado directa en la mayoría de los casos.




Cuando, en 1948 se conoció la saudosa noticia de la muerte de este escritor, todo lo que su patria tiene de más significativo en la intelectualidad expresó su profundo pesar y dijo su palabra de apreciación, casi siempre coincidente en el fervor admirativo. Ciertamente, su personalidad es multifacética y ello motivó que no en todas las circunstancias se hiciera referencia a sus libros para niños, que son numerosos y que en la obra total de este escritor ocupan un sector tan amplio como trascendente. De esas opiniones destaco una en la que Ledo Ivo —uno de los mayores poetas de la penúltima generación literaria brasileña— dice su emoción en esa hora. 
"Ante la noticia de la muerte de Monteiro Lobato, mi infancia renació; haciéndome retornar a los días antiguos, en que las aventuras de sus personajes —que fueron también las aventuras de su espíritu— se incorporaron a mí, nutriéndome y conquistándome. Es en nombre de esa infancia, visitada por su obra que lo tornó amado de niños, que yo lo saludo ahora, a ese gran escritor dotado de tan extraordinaria simpatía humana y de tanta vitalidad de imaginación. Por vez primera en nuestra historia literaria, el público de pantalones cortos se transformó en el crítico vigilante de la obra de un adulto, consagrándola. Y creo que Monteiro Lobato tuvo bien presente ese juicio, que lo consoló de muchas amarguras terrestres".


Por mi parte, recordaré que cuando esos libros no eran conocidos en Montevideo sino por los especialistas —es decir, antes de ser traducidos al español— la circunstancia de mis frecuentes viajes a la inmensa república hermana me había hecho fraternizar con varias de sus páginas. Yo veía libros de Monteiro en la escuela carioca como en la vieja casa colonial de Bahía y Recife, o en la choza de hojas de palma que escucha la gigantesca sinfonía amazónica.
Libros alegres, pulcramente impresos en la editorial de la que él era principal propietario y muy lúcido director literario. Pudo vivir de su pluma, realizando grandes progresos económicos, pues los libros de su autoría se vendían por muchos millares y algunos sobrepasaron el millón de ejemplares —y eso en vida del autor.




Por los años veinte, Lobato era algo conocido entre nosotros, pero no precisamente a través de su personalidad de escritor para los niños. ¡Y eso que en esa época la literatura infantil era —incluso en Brasil— algo escaso, escasísimo! Sin embargo, aclaremos que no era precisamente por esa ausencia de buenos libros para niños, que los de Monteiro Lobato lograban tan amplia difusión, pues ellos serían igualmente apreciables en un país de densa bibliografía en la materia. En la actualidad, puede decirse que no hay un solo escritor brasileño — poeta o narrador— con prestigio en la literatura creativa, que no posea en su bibliografía por lo menos un libro para niños, libro que en ese país—gracias a su densa población, que estimula a las grandes editoriales— se edita bellamente, con ilustraciones a todo color y hasta, a veces, con verdadero lujo.
No quiero olvidarme de la valiosa obra de Monteiro Lobato que no está destinada a los niños: sus cuentos y su novela "O choque das razas ou O Presidente Negro" editada en 1926. Sus cuentos se inician precisamente con su libro primigenio, famosísimo: "Urupês" (nombre de cierto vegetal brasileño, del que existen diversas especies) cuya primera edición apareció en 1918. El hecho de que Ruy Barbosa elogiara públicamente al "Jeca Tatu" de ese libro (el Jeca Tatu es un personaje telúrico muy brasileño creado por M. Lobato) fue decisivo en su prestigio y difusión. Otras obras narrativas de este autor: "Cidades mortas" (1919) y "Mundo da lua" (1923) sin olvidar sus agudos ensayos: "As ideias de Jeca Tatu" y "Crónicas o memorias de Viagem", posterior.


El Doodle por los 129 años de Monteiro Lobato


En su narrativa pueden observarse, sobre todo, dos aprendizajes o hermandades literarias: Rudyard Kipling en lo agreste y Guy de Maupassant en la técnica y en el gusto del desenlace imprevisto (recordemos el cuento del préstamo del collar, del francés).
Intelectual de vasta cultura, de fecunda curiosidad y de una admirable capacidad de trabajo, Lobato publicó decenas y decenas de sus traducciones de las principales obras de muy famosos escritores de Europa, Asia y Estados Unidos: Einstein, Ernest Hemingway, Will Durant, Maeterlinck, Thornton Wilder, Jack London, Lin Yutang, H. G. Wells, Eleanor Porter, Herman Melville, André Maurois, Bertrand Russell, Nietzsche, Hans Staden, Mark Twain, Kipling, Jean Webster, etc. contribuyendo así a la obra de difusión cultural popular.
Monteiro Lobato niño
Nacido en Taubaté (estado de San Paulo) el 18 de abril de 1882, José Bento Monteiro Lobato falleció en la ciudad de San Paulo el 4 de julio de 1948.
Fue sin duda por su copiosa literatura infantil que en su entierro se vieron lágrimas de niños. Luego, en Río de Janeiro y en San Pablo se organizó una colecta para levantar un monumento a este gran escritor.

sábado, 14 de julio de 2012

La inolvidable "Julia" de Marcelo Galli

Marcelo y Victoria en su programa matutino de TV

Después de buscarlo durante mucho tiempo en la red, finalmente ahora lo intenté de nuevo y lo encontré.
Se trata del spot publicitario (en Uruguay le llamamos "reclame") que llevó a la fama a Marcelo Galli, que hoy es un actor y conductor televisivo muy popular.
Este comercial realizado por la agencia Viceversa Euro/RSCG para la Rifa de Arquitectura en el año 1997, fue elegido como el mejor de la década de 1996-2005 en la edición 2006 de la Campana de Oro, el máximo certamen publicitario local.
El premio es otorgado por la Cámara de Anunciantes del Uruguay.


Ahora, gracias a que el diario El Observador subió el video a Youtube, podemos disfrutarlo de nuevo.
Excelente idea compartirlo en internet, era un comercial que se extrañaba.


Otros detalles acerca del comercial, los aporta el mismo Marcelo Galli en un reportaje de Pablo Pera Pirotto para el diario El País, en noviembre de 2006:


En la última edición de las campanas de oro, se otorgó el premio especial a la mejor publicidad de la década. La distinción fue para el recordado aviso de Arquitectura Rifa, en donde aparecía un travesti llamado Julia. Aquel personaje estaba encarnado por Marcelo Galli, y desde entonces ha tenido una reconocida carrera actoral. Pero, además de su actividad artística, Galli también se desempeñó muchos años como educador en el Iname y ahora trabaja en el Palacio Legislativo.



-¿Cómo llegaste a protagonizar la publicidad de la rifa de arquitectura del año 1997?
-Me presenté al casting, y lo único que sabía era que había que llevar algo para producirse de mujer. Fui con cuatro o cinco pelucas y recién cuando llegué me dieron el texto. Fui sin saber de qué se trataba.


-¿Te eligieron enseguida?
-Cuando salí vi que estaban esperando actrices, actores, travestis de verdad. La verdad es que pensé que no tenía demasiadas posibilidades. Por suerte, al otro día me llamaron para darme la noticia.


- ¿Qué estabas haciendo en aquel año a nivel actoral?
-Estaba actuando en varias obras: "Cándido, servidor de dos patrones", "Alcanzame la polvera" con Petru Valenski, haciendo café concert y en Milenio hacía el concurso de imitadores de cantantes, además de una obra para niños.


-Sin dudas, ya eras un actor con mucho trabajo, pero ¿el aviso te dio más popularidad?
-Si claro, fue un gran cambio en mi vida. Tuvo una respuesta instantánea; ese comercial me hizo muy conocido. Me tomaba un taxi y cuando le hablaba, el conductor se daba vuelta y me decía: "¡Julia!" La gente me reconocía por la voz o por la sonrisa porque vestido de mujer y con peluca cambia mucho la cara. Es increíble como la gente te agradece cuando le das un poco de humor.


-¿Seguís haciendo ese personaje en tus actuaciones?
-Si, pero siempre antes de presentarlo en algún lado lo llamo a Invernizzi, de la agencia Viceversa, como una cuestión de respeto y de ética, porque ese personaje no es sólo mío. Creo que la idea de aquel comercial fue espectacular y la síntesis que se logró con el texto fue perfecta; no tenía ni una palabra de más.


-¿Cómo te enteraste que habías ganado el premio del comercial de la década?
-Me enteré por el diario El País. Cuando llegué a mi trabajo en el Palacio Legislativo todos me felicitaban y después cuando leí la noticia. Yo creía que "Julia" no ganaba porque competía con avisos que son históricos, con una gran producción.


Marcelo cuenta también esta anécdota:
El mismo año en que se hizo el comercial de la rifa de arquitectura, la agencia Viceversa cumplía quince años. La original idea del equipo de creativos fue festejar el aniversario como si se tratara de la fiesta de una quinceañera.

Y la chica elegida para encarnarla no podía ser otra que "Julia", el personaje de Galli.
"Bajé las escaleras, hubo cortejo, globos, vals, torta y una banda en vivo", recuerda el actor. "Pero lo más gracioso de todo fue que en medio de ese festejo, yo tenía que ir a recibir un premio que me entregaban por mi aporte a la cultura en otro lugar. La agencia me puso un remise y fui a recogerlo vestido de blanco y con peluca. Nadie entendía nada".

Pueden leer el reportaje completo en la página de El País:
http://www.elpais.com.uy/06/11/17/pciuda_248054.asp

Otro reportaje en:
http://www.lr21.com.uy/comunidad/344027-en-mi-programa-trato-de-ser-sincero-y-directo

Más datos acerca de la carrera de Marcelo en la página de la Compañía Italia Fausta:
http://www.italiafausta.com.uy/fausta_curriculum_galli.htm