miércoles, 16 de diciembre de 2009

Un efebo andaluz



En el libro de Alberto Nin Frías “Tres expresiones del espíritu andaluz”, uno de los capítulos está dedicado a la obra de Pedro Badanelli, a quien por ese entonces todavía no conocía personalmente. Los otros dos, a Federico García Lorca y a Juan Francisco Muñoz y Pabón.

Comparando a su futuro amigo con Lorca, dice:

“Ambos, afiebrados en el divino helenismo de sus respectivas imaginaciones, viven como acechando al ‘mocito’ andaluz para estamparle en sus lienzos, si es que por su «garbo»... «vale la pena».
El ‘Palladium’ del artista es la adoración de la belleza, y su mérito el saberla extraer de las canteras donde se encuentre.
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Ellos, como el helenizado Millet, percibirán la poesía del joven labrador montaraz, del zagal «vestido de estameña», de los apolos, en fin, continuadores del Ática pericliana.”



Más adelante, empieza a comentar la novela de Badanelli “Bajo la noche inmaculada”, y en particular, nos habla de su protagonista, el Currito Roldán, para cuya descripción toma el escritor andaluz “el buril de Fidias y el pincel de Apeles”.
Y cita Nin Frías una escena, cuando aparece el Currito en la Noche de San Juan, en el patio del cortijo durante la fiesta de las hogueras:

“Por fin, entre grandes muestras de júbilo por parte de todos, hizo su aparición el famoso «niño de la ollería».



Toda la cortijada pareció adueñarse de su persona, de su voz, de su guitarra, porque para todos iba a resplandecer el milagro de su «cante jondo».


Los hombres, las mujeres, los niños, encerrados ahora en el amplio patio del caserío miraban con una amistosa sensación de placer la sonrisa del divino «cantaor».


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Ahora entraba con sus veinte años vertiginosos; llevaba sobre su cabeza el adorno estupendo del sombrero de ala
ancha, y debajo del brazo, cogida con gracia inimitable, el sollozo dormido de la guitarra.


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Ahora y siempre, en sus canciones, al compás de las guitarras, en torno de la hoguera, en el escenario de aquel patio de cortijada, ahora y siempre, Currito Roldán llevaba en su garganta el veneno del fuego. En sí mismo, en su voz, en su propia materia, en sus grandes ojos negros, en sus pestañas rizadas, en su rostro de bronce, en sus labios sangrientos, en su cuerpo gitano, en sus venas inflamadas, en sus propios átomos vivientes el Niño de la Ollería llevaba el veneno del fuego...
¡Oh, cómo cantaba!...


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¡La Noche!... ¡La Noche de San Juan!... ¡La Noche de Andalucía!... había desplegado para él el palio maravilloso de todos sus misterios, de todas sus estrellas. La Noche lo exaltaba como una gloria, como una música, como un perfume... Su perfil apolíneo se recortaba sobre el fondo de oro de las llamas, limpio, perfecto, con una especie de crueldad; y en su selvática y negrísima cabellera se enredaban cual rizos luminosos, las locas reverberaciones del fuego.”



Y comenta Nin Frías:

“De Grecia, quedaron el atleta y el artista; la sacra belleza del coraje físico y el refinamiento de los sentidos. El Renacimiento aporta un nuevo predicado: el de colocar al hombre bien parecido en el lugar de las deidades mitológicas, o de los personajes de la Biblia.
Pues bien, sabiendo a qué atenernos, ¿No es verdad que el Currito Roldán de «Bajo la noche inmaculada», es un personaje enriquecido por Badanelli con todos los atributos eternos de los cánones griegos? El cantaor de fandanguillos está pintado de mano maestra: con compás de arquitecto, con pincel de la escuela de Verrocchio.”


 
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En la imagen del encabezado, Federico García Lorca tocando la guitarra, en un dibujo de Santiago Ontañón, 1932.


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