El narrador de Sordello Andrea rememora con nostalgia la primera relación amorosa que mantuvo cuando adolescente con David Strathmore, un joven del servicio doméstico:
“Mi primer amigo, si tal puedo llamarle, fue un jovencito de dieciséis años (...) Era lo más parecido que he visto a un mancebo griego como Tryphon, hijo de Eutychos...
... Atizábamos el fuego del hogar, escuchando el chisporroteo incesante del carbón y pensativos quedábamos ante el caleidoscopio de las llamas. Nuestras manos se encontraban a menudo.
We touch heaven when we lay our hand upon a human body.
¡Cuántas veces permanecíamos dormidos, abrazados, olvidando juguetes, conversaciones, planes del mañana!”
“¿Puede visualizarse reunión más sugestiva, más donosa y límpida que estas amistades entre adolescentes?”
“Mi primer amigo, si tal puedo llamarle, fue un jovencito de dieciséis años (...) Era lo más parecido que he visto a un mancebo griego como Tryphon, hijo de Eutychos...
... Atizábamos el fuego del hogar, escuchando el chisporroteo incesante del carbón y pensativos quedábamos ante el caleidoscopio de las llamas. Nuestras manos se encontraban a menudo.
We touch heaven when we lay our hand upon a human body.
¡Cuántas veces permanecíamos dormidos, abrazados, olvidando juguetes, conversaciones, planes del mañana!”
“¿Puede visualizarse reunión más sugestiva, más donosa y límpida que estas amistades entre adolescentes?”
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